donpasquale d5a6859 kaydalov d

Com'è gentil

Viena. 23/04/22. Wiener Staatsoper. Donizetti: Don Pasquale. Ambrogio Maestri (Don Pasquale). Ruth Iniesta (Norina). Cyrille Dubois (Ernesto). Sergey Kaydalov (Malatesta). Michael Arivony (Notario). Wiener Staatsoper Orchester und Chor. Irina Brook, dirección de escena. Evelino Pidò, dirección musical.

A menudo fantaseo con la idea de dejar de escribir críticas. Perdonen que comience hablándoles directamente de mí, aunque eso sea, en realidad y al fin y al cabo, lo que hacemos siempre quienes escribimos, de una forma u otra. He llegado a ponerme una fecha límite para ello, decía. Este verano. Y no tengo claro qué hacer. En estos momentos de mi vida, lo que escribo se balancea entre aquel estudioso del Orlando de Woolf, anotando curiosos usos del participio pasado - sería, sí, tan maravilloso vivir siguiendo siempre la curva de la frase... - y la permeabilidad de Didion y su Pensamiento mágico: las palabras no son suficientes para encontrar los significados. Necesito, yo también, que lo que escribo y pienso sea penetrable, al menos para mí mismo. No es ya una cuestión de ética, de verdad (la crítica, incluso para bien, difiere mucho de ella, desengáñense) o comodidad. Es trasunto del amor. Si no filtro lo vivido a través del todo y de lo particular, si no hago de lo percibido un elemento absolutamente subjetivo en coordenadas propias y, espero, al mismo tiempo universales, nada de esto tiene sentido para mí.

Respeto mucho a quienes, ante una función, recital o concierto, pueden escribir centrados en el hecho musical y abstraídos de todo lo demás. A mí, ese "demás", me ha devorado con el paso de los años. Durante este tiempo, dado que amo mi oficio como parte de mi vida, he ido conociendo a algunas personas que dan sentido no sólo al escenario, sino a mi propio día a día. A mi razón de ser, a mi manera de sentir. A mis luces, mis ilusiones... a mi amor por la vida. Quienes acostumbren a leer mis líneas o seguir mis redes sociales ya saben de todo esto. Nombres, por ejemplo, como los de Teresa Berganza, Joaquín Achúcarro o Antón García Abril, quienes además de ser claves en mi devenir personal en un sentido u otro, han definido mi forma de entender y amar la música y, por ello, de servírsela a ustedes en lo escrito. Si aceptan o no esta forma de contarles el hecho musical, les invito a seguir leyendo, porque con esa óptica, con ese amor, he acudido a la Ópera de Viena, para asistir al debut allí de Ruth Iniesta.

Don pasquale iniesta 1

La soprano zaragozana brilló de principio a fin en una función que pretendió dominar Evelino Pidò desde el foso. Costase lo que costase. A menudo, desde ciertas perspectivas líricas, se apunta hacia una dominación escénica sobre la partitura... y así puede suceder. Sin embargo, menos se analiza el protagonismo, el absolutismo incluso de una batuta sobre lo escrito. Al igual que en la escena, hay propuestas marcadas a fuego por el foso. Así sucedió, por ejemplo y afortunadamente, con Mark Minkowski y la trilogía Da Ponte que ofreció el Liceu recientemente. En esta ocasión, sin embargo, el pretendido absolutismo del maestro italiano hizo aguas desde una Obertura completamente deslabazada, con cambios de ritmo frenéticos y dinámicas llevadas al límite, aparentemente arbitrarios. Como si se quisiese ofrecer una propuesta demasiado excepcional, dando por hecho que el bel canto es algo plano. Así, se echó en falta mayor espacio para los colores, detalles, vapores del Donizetti más maduro, ganando en energía, vigorosidad sonora. A lo atropellado de algunos pasajes y cuadros se sumó una prestación de la Orchester der Wiener Staatsoper bastante inferior de la calidad que cabría esperar de ella, con llamativos errores ya desde la mencionada Obertura.

No obstante y curiosamente, la batuta, que es sabia y lleva fraguándose en el belcantismo décadas, brilló especialmente en momentos concretos, concertando las voces sobre el escenario: el terceto Via da brava... con Norina, Don Pasquale y Malatesta; el final del cuarteto que le sigue, cerrando el segundo acto, de corte tan rossiniano y en el que se suma Ernesto; la maravilla sillabatica que supone el dueto entre Malatesta y Don Pasquale: Don Pasquale... Cheti, cheti, immantinente, y el recogido, sutil nocturno entre Norina y Ernesto. Con todo, este ejercicio que supone Don Pasquale, a medio camino entre la nostalgia propia y la orfebrería de una mano maestra ya en el final de su vida, destacó en la Wiener Staatsoper al relucir el suave patetismo que el compositor confiere a sus personajes, en una comedia, de nuevo en tonos pastel, como llevaba demostrando toda su vida, sin renunciar a una continua sonrisa que no abandonó nunca en su carrera. 

donpasquale d5a6712 iniesta ma

Para ello, destacó la labor de Ambrogio Maestri como Don Pasquale. Salvando algún desajuste con la batuta, demostró una vez más que este es un papel al que tiene cogida la medida, desde su personal aproximación. Su Pasquale es cándido, de gran patetismo, amable... puede comprendersele y querérsele. De hecho, la moraleja nunca debería ser que no puede buscarse el amor de viejo, sino que el auténtico amor ha de ser libre y no concertado. Su voz muestra simpatía, acentos, fraseo y la sonoridad suficiente para la orquesta de Pidò. Su canto sillabato del tercer acto fue sublime y, por terminar de cerrar un personaje, siendo su carácter poco histriónico, el divertido peluquín con el que se atavía su figurín redondeó una interpretación completa. Llamativo, por cierto, el prolongado runrún generado entre el público al levantarse la camiseta en una de las escenas. Aún somos víctimas de una sociedad gordófoba.

Junto a él, como apuntaba, sobresalió la Norina de la española Ruth Iniesta, quien debutaba con esta función en la Ópera de Viena. Norina es uno de los papeles que ha cantado desde el comienzo de su carrera lírica y al que vuelve ahora, después de unos años sin interpretarlo. Su voz fluye con gran agilidad y flexibilidad, mostrándose cómoda en el agudo y solventado las páginas más intrincadas con oficio y espontaneidad. Iniesta canta ahora las puccinianas Liù, Musetta o Lauretta, al tiempo que brilla en el bel canto donizettiano y belliniano, por lo que su colorista paleta cánora se suma a su siempre entregada vis dramática, de efervescente comicidad en este caso. Derrochó, nunca mejor dicho, virtud en So anch'io la virtù magica, así como en su primer encuentro con Don Pasquale o tras haberse casado con este. La vistosa y colorida producción de Irina Brook, aunque firmada hace ya años, parecía estar hecha especialmente para ella.

De igual modo pareció en su momento estar hecha para Juan Diego Flórez, asistiendo básicamente a su serenata, guitarra y sombrero blanco incluidos. En esta ocasión, el encargado de dar vida al rol de Ernesto fue el francés Cyrille Dubois, de voz ligera y timbre un tanto blanco, con marcado vibrato y debutando también en la Staatsoper, que cumplió con solvencia su cometido a lo largo de toda la obra, incluida dicha escena, con un tempi veloz e incomprensible de Pidò, cercenándole además, al igual que a Iniesta, los sobreagudos tradicionales. Negar la sal a los cantantes, al mismo tiempo que pareces hacer una lectura completamente personal de la partitura, no parece tener mucho sentido. Completó el cuarteto de voces principles el Malatesta (mala cabeza. ¡Qué maravilla los juegos de palabras de Donizetti, como con su Dulcamara - dulce y amargo - del Elisir) de Sergey Kaydalov, quien también debutaba, en este caso el rol. Voz flexible, de timbre terso, con una dicción italiana con margen de mejora, demostró buenas formas para su parte. Llama la atención que no pasara de las semifinales de aquel extraño último Concurso Caballé, cuya final pude presenciar en directo.

Don pasquale iniesta 2

Fotos: © Wiener Staatsoper / Michael Pöhn.