Madurez demostrada
Oviedo. 13/09/2016. Ópera de Oviedo. Tchaikovski: Mazeppa. Vladislav Sulimsky (Mazeppa), Vitalij Kowaljovn (Kochubéi), Dinara Alieva (Maria), Víktor Antipenko (Andrei), Elena Bocharova (Lyubov) Francisco Vas (Un cosaco borracho) y otros. Dir. de escena: Tatjana Gürbaca. Dir. musical: Rossen Milanov.
“Este teatro tiene una deuda con el repertorio ruso”, me comentaba en una entrevista Javier Menéndez –el director de la temporada ovetense- hace ya año y medio. Aunque por aquel entonces la Ópera de Oviedo estaba en plena presentación de su temporada 15-16, resulta evidente que la programación de Mazeppa figuraba ya desde hacía tiempo en los planes de la Asociación. Por otro lado, la inclusión de este título dentro de la Temporada persigue el mismo objetivo que la obra El Duque de Alba representada el año pasado. Es decir: aprovechar en la mayor medida posible la expectación mediática intrínseca a estas óperas tan alejadas del repertorio habitual. Y lo cierto es que, siempre y cuando la selección de dichas obras sea la correcta –tal y como ha sido-, esta política de programación constituye una oportunidad incomparable de elevar el interés de la temporada, aumentando su atractivo con un coste aparentemente similar al de la programación de cualquier otro título más conocido. Y digo aparentemente porque, en realidad, aunque este primer Mazeppa aporte mucho más a la lírica carbayona que un enésimo Barbero de Sevilla –por ejemplo-, la escasa afluencia de gente en la segunda función ha demostrado que el grueso del público aún prefiere la comodidad de esas obras que conoce y cuyas arias puede tararear desde la butaca. Es por ello que la programación de obras como éstas supone no sólo un esfuerzo por incrementar la calidad de la temporada ovetense, sino también una demostración de madurez y un motivo de felicitación hacia sus organizadores.
Un párrafo aparte se merece la escenografía de Tatjana Gürbaca, que debiendo dar vida a la Ucrania del siglo XVII por la que luchó Iván Mazeppa, optó por reconstruir la obra a su modo, jugando a placer con el tiempo y el espacio señalados en el libreto. Así pues, no resultó extraño que, pese a los notables resultados obtenidos, el sector más conservador del público terminase descontento y pateara la propuesta en la noche del estreno. En mi opinión la culpa de esto no corresponde al trabajo de Gürbaca, si no a la tradición escénica de la propia Ópera de Oviedo, desde hace unos años tan afín al regietheater. Quince producciones nos separan ya de aquel Don Carlo de la Temporada 12-13, considerado por muchos como el último título representado con una escenografía “clásica” sobre las tablas del coliseo ovetense hasta el día de hoy. Así pues, quizás sea esa sequía de formas escénicas tradicionales -que no manidas- la que induce a error a ciertos sectores del público, llevándoles a patear como mala una puesta escénica que bien podría haber sido aplaudida unánimemente como buena. Valorándola de forma aislada, la propuesta de Gürbaca rezuma dramatismo y muestras de buen hacer escénico, ganando en interés a partir de la última escena del primer acto y conservándola durante el segundo y tercero. La sustitución del patíbulo del segundo acto por un comedor de gala en el que se servía comida envenenada a los condenados resultó sorprendentemente eficaz, logrando transmitir al público la tensión que demandaba el momento, aunque recordando un tanto la muerte de Rasputín, de quién se dice que se le intentó envenenar durante una cena palaciega. Cabe reseñar, por último, el gran ambiente creado al inicio del tercer acto, probablemente el momento cumbre de la escena construida para este Mazeppa gracias a su notable exposición de lo que debe ser una ciudad arrasada arquetípica, devastada entre llamas, desesperación e inmoralidad.
El papel protagónico de Iván Mazeppa, Hetman de Ucrania, recayó en el barítono Vladislav Sulimsky, quien supo abordar el papel con solvencia y gusto, siendo posible distinguir en su interpretación las dos caras de ese Mazeppa sin escrúpulos, capaz de hablar dulcemente con su mujer al tiempo que ordena ejecutar a su suegro, Kochubéi. Éste último estuvo interpretado por el ucraniano Vitalij Kowaljovn, a quién le bastó su sobrada proyección vocal, unida a una ductilidad acorde, para posicionar su intervención en la tercera escena del primer acto como el momento más notable de la noche.
Para el papel de María, lo escrito por Tchaikovski reclama una soprano de cierta flexibilidad, capaz de desplegar todos sus recursos durante la escena con Mazeppa que abre el segundo acto, pero también preparada para replegarse y sonar más lírica durante la práctica totalidad del tercero. A la vista de las circunstancias, la sonoridad de Dinara Alieva se ha demostrado más cercana a esto último, echándose en falta un tercio aguo con más presencia para hacer frente a los momentos de mayor densidad orquestal. Prueba de ello es su condición de soprano lírica, bajo la cual está anunciada como Liù para un Turandot en Covent Garden esta misma temporada. En las escenas que acompañan a su vocalidad, Alieva muestra una voz de dimensión discreta y color agradable, capaz de facturar frases interesantes, resultando especialmente llamativo el diminuendo final con el que cerró la ópera. Por su parte, el tenor Víktor Antipenko regresaba a Oviedo como Andrei tras su poco notable Pinkerton de hace dos años. Es cierto que el ruso luce por momentos un centro ciertamente atractivo, de color casi baritonal; no obstante, su línea de canto sigue siendo plana en exceso, reducida casi a un forte constante al que poco ayudan unos agudos un tanto necesitados de expansión y uniformidad en el color. Cerrando con solvencia el reparto principal se situó la Lyubov de la mezzo Elena Bocharova quien abordó sin problemas la parte vocal de su personaje y demostró además unas grandes dotes actorales, especialmente evidentes durante el inicio del tercer acto.
El resto del elenco se cerró con la modesta intervención de Vincent Romero como Iskra; Mikhail Timoschenko firmando un solvente Orlik y el talento de Francisco Vas como un sobresaliente Cosaco Borracho.
Desde el foso la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias rindió bien bajo la batuta de su titular, Rossen Milanov, quien supo buscar y extraer de sus músicos una sonoridad profunda y balanceada, con una presencia especialmente notable del viento metal. Por lo general la dirección del búlgaro convenció en tiempos y dinámicas, aunque de éstas últimas cabe reprochar el sobrepasarse alguna que otra vez con el precioso canto a media voz logrado por el Coro Ópera de Oviedo desde las tablas. Precisamente con éste título la agrupación debía confirmar su buen entendimiento con la actual directora: Elena Mitrevska, quien -a la vista de los resultados- ha cumplido ampliamente con las expectativas en ella depositadas.
Sólo resta esperar ahora un mes hasta el segundo de los cinco títulos ofrecidos por la Ópera de Oviedo esta temporada, un Fausto que contará con un vestuario a cargo de Alberto Valcárcel (Cuéntame). Así que ya saben, para todos aquellos que patearon esta propuesta: ¡La polémica está servida!