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Mucho más que un aria

Pamplona, 20/05/2022. Palacio Baluarte. Händel. Serse. Emily D’Angelo (Serse), Lucy Crowe (Romilda), Daniela Mack (Amastre), Mary Bevan (Atalanta), Paula Murrihy (Arsamene). Neal Davies (Ariodate). The English Concert. Harry Bicket, dirección musical.

A veces un aria es una ópera, sobre todo en cuanto a popularidad. Tenemos muchos ejemplos, como el duo des fleurs de Lakmé de Delibes o Je crois entendre encore de Los pescadores de perlas de Bizet, óperas que casi no se representan o lo hacen en concierto porque ni la trama y el resto de la música alcanza la belleza de las partes más conocidas. Serse de George Friderich Händel comienza con una de las piezas vocales más famosas del barroco y de la historia de la ópera: Ombra mai fù, el llamado Largo de Händel (aunque él escribiera larghetto). Pero la belleza de la música del compositor alemán se extiende por toda esta obra de plena madurez, una de las más representadas de su catálogo en la actualidad después de su recuperación en la segunda mitad del siglo XX. Porque en el momento de su estreno, en abril de 1738, no tuvo la recepción esperada y sólo tuvo cinco representaciones. Y es que en Serse Händel introduce una serie de innovaciones y cambios que le costó asimilar al público inglés. En principio el desarrollo de la historia de los amores y desamores entre el rey persa Jerjes, su hermano Arsame y las hijas del general Ariodante (Atalanta y Romilda), además de Amastre, amante de Jerjes se sitúa dentro de las convenciones operísticas en boga pero algunos musicólogos creen que el público de la época consideró este libreto inusualmente irónico, con demasiadas situaciones humorísticas para lo habitual en este tipo de ópera seria. Además, la construcción dramática y el elevado número de de arias cortas (abandonando casi por completo las llamadas arias da capo) rompe esquemas establecidos en la ópera en italiana representada en el Londres de la primera mitad del siglo XVIII, pero que ahora vemos con otra perspectiva, como si Händel fuera un precursor progresista y pusiera la primera piedra de las sofisticadas comedias de Mozart, creadas medio siglo después. 

El libreto y la música de Serse deben mucho a la obra homónima de Giovanni Bononcini (1670-1747), que hundía sus influencias en la ópera veneciana. Pero Händel fue modelando la versión de Bononcini, trascendiendo infinitamente su modelo en términos de invención armónica, brío orquestal  y ferocidad dramática y cuando se estudian sus partituras originales (conservadas en gran parte las que produjo a partir de principios del siglo XVIII)  muestran a un compositor autocrítico que se esfuerza por alcanzar ideales en la forma general, así como en cuestiones de detalle, y que revisa constantemente su trabajo para adaptarlo tanto a los cantantes que iban a participar en el estreno como al público al que iba dirigido. Todo este esfuerzo, como ya se dijo más arriba, no reconocido su momento, da lugar a una de las óperas más interesantes de Händel y que más se acerca a los gustos del público actual. 

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La Fundación Baluarte presentó el pasado día 20 de mayo, en versión concierto, esta ópera (a la que en esta ocasión se le habían suprimido todas las partes corales lo que, evidentemente, se echó de menos) con unos resultados que podemos calificar sin ninguna duda de excelentes. Sobre todo gracias al altísimo nivel al que rindieron todos los componentes del The English Concert y la extraordinaria dirección de Harry Bicket. La tradición barroca que existe en el Reino Unido es de las más sólidas de Europa y en este repertorio brillan con luz propia. Bicket desde la obertura planteó lo que serían las líneas maestras del concierto: una delineación precisa y clara de la hermosa partitura de Händel, con especial interés en resaltar tanto el conjunto como cada detalle, sobre todo en instrumentos como la viola de gamba o la tiorba. El director, desde el clave, impuso un ritmo elegante, perfectamente medido, lejos de excesos de rapidez o de exagerada lentitud con las que otras batutas quieren tomar un protagonismo que debería dejarse a la preciosa música del compositor. Bicket y sus músicos sirven a esa música, la ejecutan a la perfección y acompañan de manera impecable a unos cantantes , que, de manera general, estuvieron también a una gran altura.

El papel principal recayó en la mezzo Emily D’Angelo, una cantante que tiene una carrera muy prometedora. La voz de D’Angelo tiene unas características muy particulares que la hacen especial. Poseedora de un vibrato natural marcado, tiene una excelente proyección y un timbre de un bello color oscuro en el que se apoya para redondear este papel masculino. En esta ocasión, en la primera parte de la obra, no estuvo con la seguridad y soltura que se podría esperar de una figura de  su nivel, resultando este vibrato del que hablaba demasiado marcado en algún momento. El celebérrimo larghetto estuvo bien cantado pero no conmovedor y así el resto de sus primeras intervenciones en las que no se puede decir que tuviera ningún problema técnico en el legato o las coloraturas, pero sí faltó esa emoción que sí se sintió en el segundo acto y sobre todo en su última aria, Crude furie degl'orridi abissi, toda una lección de cómo se debe cantar Händel. Muy irregular la Romilda de Lucy Crowe, que tuvo momentos de gran brillantez como en Nè men con l'ombre bellamente cantada. Pero en otras ocasiones y sobre todo en el tercio agudo los desajustes fueron evidentes, desluciendo su labor.

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Seguramente la cantante que estuvo a más alto rendimiento en todas sus intervenciones fue Daniela Mack en el papel de Amastre. La mezzo argentina volvió a demostrar que posee una voz de timbre bellísimo y que en toda la tesitura su seguridad es absoluta Todas sus intervenciones (maravillosas su elegancia en Quella tutta fè o seguridad en las difíciles coloraturas de Si, la voglio e la ottero) demostraron su indudable calidad. Aunque no había escenografía, sí que cada uno de los cantantes aportó un toque actoral para dar más verosimilitud a su canto y sus respectivos papeles. En este apartado destacó por encima de todos Mary Bevan como Atalanta, que llenó de momentos pícaros y simpáticos la velada. Vocalmente solucionó sin dificultad sus intervenciones de las que destacaría un muy correcto Un cenno leggiadretto con el que acaba el primer acto. A Paula Murrihy como Arsamene le faltó un poco más de volumen y proyección para redondear un buen trabajo vocal en el que destacaría la calidad de su zona central y grave. Muy bien el Ariodate de Neal Davies, poseedor de un fiato envidiable como pudo verse en su excelente canto en la breve pero difícil Soggetto al mio volere. Buen trabajo actoral y correcto en sus breves intervenciones el Elvio de William Dazeley

En resumen, una velada en la que el público (aunque lamentablemente no llenó el recinto de Baluarte como de la calidad de la propuesta se podría esperar) salió evidentemente contento de una representación que había dado muchas alegrías al aficionado a la maravillosa música de Händel.

Fotos: © Iñaki Zaldúa