Valles Kobekina Salado 22 a 

Travesía al nuevo mundo: tejiendo lazos

Barcelona. 24/09/22. Palau de la Música Catalana. Obras de Dvořák y Florence Price. Anastasia Kobekina, cello; Orquesta sinfónica del Vallés. Andrés Salado, dirección.

Con el recién equinoccio de otoño, la Orquesta Sinfónica del Vallés estrenaba a lo grande la nueva temporada de Simfònics en el templo modernista catalán con un programa goloso, tanto para ávidos locales de música clásica, como para un notable número de turistas que, entre lluvia y lluvia, se aventuraban a planes alternativos a las habituales y multitudinarias ofertas de ocio de una Mercè pasada por agua. Encabezaba el cartel la incontenible Sinfonía del Nuevo Mundo del checo Antonín Dvořák y, en el póster promocional, la joven solista Anastasia Kobekina, encargada de ejecutar su Concierto para cello y orquesta en si menor, op. 104. El madrileño Andrés Salado dirigía los dos conciertos programados en Sabadell y en la Ciudad Condal ante la expectación de una sala cuyo aforo ya deja bastante atrás restricciones propias de tiempos, por suerte, ya superados. El director titular de la Orquesta de Extremadura se ha afianzado una merecida fama, no solo por sus méritos artísticos y su experiencia al frente de las orquestas más relevantes del país, sino también por sus dotes comunicativas, convirtiéndose en un rostro conocido de la televisión como jurado en el famoso concurso Prodigios durante tres temporadas y, esperemos que algunas más.

En su reciente trabajo Ellipses, la rusa reaviva partituras de todas las épocas, con un ímpetu muy aclamado por la crítica, y que le ha llevado a posicionarse como una de las violonchelistas jóvenes favoritas del panorama internacional, algo que, su lograda posición de finalista en la Eurovision Young Musicians de 2008 ya auguraba.

Hilando un programa centrado en el “nuevo mundo”, se ha querido reivindicar la importancia de la estadounidense Florence Price (1887-1953). Casi desconocida por estos lares, fue una respetada compositora de su tiempo y elegida como representativa de la música americana en 1933 con su primera sinfonía. Su música cristaliza ideas sureñas y propias del folklore americano negro –cantos espirituales, góspel o blues– a través de la técnica de la orquestación europea y de inspiración romántica, para crear una sonoridad propia y muy personal. A pesar de ese momentáneo reconocimiento, recurrió en varias ocasiones al pseudónimo debido a la barreras y costumbres de una sociedad en la que no siempre era fácil progresar para según qué colectivos. Su música pasó al olvido, y varias de sus obras fueron redescubiertas por azar tras unas reformas domésticas. Ya es sabido que el propio Dvořák, en su visita a Estados Unidos, apoyaba firmemente que el sustento musical de la música culta estadounidense debía nutrirse de fuentes nativas y música de influencia afroamericana. En este contexto, fueron concebidos el concierto para cello –todavía bajo una fuerte influencia checa– y su popularísima Novena sinfonía, que resonaron una vez más en el templo modernista.

Valles Kobekina Salado 22 b

Un discurso introductorio dio paso al Andante moderato de Price –arreglo para orquesta de su Cuarteto en sol mayor–; obra sin complicaciones para las cuerdas de la OSV que respondieron sin sorpresas a los cambios de carácter de esta partitura –inédita para muchos– que refleja una sensibilidad y un talento natural para el mestizaje de ideas. Luego irrumpió de rojo eléctrico la joven solista rusa para proseguir el tour americano a través de los compases de uno de los conciertos más populares del repertorio. Kobekina destacó por su agilidad en las posiciones altas durante el primer movimiento y pulió de manera progresiva la afinación en los pasajes de doble cuerda con precisión. Se tejieron lazos entre solistas durante el primer y el tercer movimiento, funcionando algunos bastante mejor que otros, destacando el dúo entre el primer violín (María Dolores González) y Kobekina. Sin embargo, la simbiosis de la tarde vendría de la mano del propio Salado al acompañar al pandero la propina de la solista. El madrileño y la rusa se dispusieron a interpretar una “gallarda” de corte medieval compuesta por Vladimir Kobekin, padre de Anastasia. Las dos figuras de la velada firmaban así una insólita sorpresa y una divertida performance dando fe de una buena relación dentro y fuera de los escenarios.

Salado también condujo a buen puerto la esperada novena del compositor checo en esa travesía hacia el Nuevo Mundo manteniendo viva a una orquesta voluntariosa y entregada a esos imperecederos pasajes –no solo de viento metal–de esta obra maestra. Culminó –cómo no– con ese colosal cuarto movimiento en el que confluyen temas musicales que el compositor recupera de los anteriores, y que la batuta de Salado fue muy capaz de enfatizar, asumiendo la importancia del elemento estructural en la obra de Dvořák. Vítores y aplausos garantizados.

Fotos: © Lorenzo Duaso / Orquestra Simfònica del Vallès