nuñez hierro sofia rtve casa de sm el rey© Casa de S.M. el Rey.

30 hombres después

Madrid. 13/10/22. Teatro Monumental. Obras de Núñez Hierro y Janácek. Gun-Brit Barkmin (soprano). Marie Luise Dressen (contralto). Ludovit Ludha (tenor). Wojtek Gierlach (bajo). Orquesta y Coro de RTVE. Pablo González, director.

30 hombres han pasado, que por desgracia se dice pronto y muy rápido en nuestra sociedad actual, incluso en 2022 y tratándose de arte, desde la última vez que otra mujer se alzó en nuestro país con el Premio Reina Sofía de Composición, otorgado por la Fundació Ferrer Salat. Desde que Joan Guinjoan recogiese el galardón en su primera edición de 1983, han sido ya 37 los afortunados: Lutoslawski, Montsalvatge (en una edición que quedó desierta), Charles, Sotelo, Erkoreka, Magrané...  y, residualmente, las afortunadas. Sólo dos en toda su historia, de hecho. Tras la francesa Sophie Leclerc en 1990, de quien no hay referencias ni imágenes de toda su vida y carrera en Internet, más allá de las menciones a este premio, ha sido ahora la jerezana Nuria Nuñez Hierro quien ha conseguido romper esa tendencia.

El hecho de que sólo dos mujeres hayan recibido el Premio Reina Sofía de Composición en sus casi 40 años de trayectoria puede dar para muchas lecturas sobre las problemáticas, las consecuencias, los errores. No obstante, todas ellas han de converger en el necesario cambio de paradigma que viene asolando a la música clásica en nuestro presente y pasado más cercano, ese que aún podemos enderezar y encaminar hacia la igualdad y la diversidad. Debería bastar con corregir lo que hemos venido haciendo mal: ampliar la constrictiva mirada de una sociedad que se ha sustentado, durante demasiado tiempo, en el patriarcado, negando la atención, los nombres, valores, realidades y, en nuestro caso, maravillosas músicas, por no ajustarse a determinados parámetros que ni siquiera se registran dentro de un pentagrama.

La creadora gaditana, como decía, ha venido a terminar con esa mirada en el Reina Sofía - porque 40 años no pueden ser una casualidad - con su obra Enjambres. Un maravilloso retablo sonor de texturas y tímbricas donde lo particular, del mismo modo que sucede entre los conjuntos de abejas, da forma a lo colectivo. Explotar, al fin y al cabo, la dinámica de un conjunto instrumental que se interrelaciona entre sus atriles. Por encima de todo, estos Enjambres son una orfebrería sutilísima del color, el timbre, la textura, que ya desde ese tenebrismo de su comienzo me conectó, aunque son dos partituras que poco tienen que ver entre sí, con el despertar en la oscuridad de la Polifonía San Francisco, de Ligeti. La escritura de Núñez Hierro es aquí más serena, más sosegada y, en un principio, más individualizada en los diferentes atriles, tornando pronto esa nebulosidad en distintas evocaciones.

La compositora juega con los diferentes efectos en la percusión, también en los metales e introduce, atisbos de melodía que van rotando en las maderas. No renuncia a buscar impresiones que vayan más allá del propio instrumento, como sucede con los trombones y trompetas, por ejemplo y, a pesar de alguna secuencia algo desligada por parte de la Orquesta de RTVE que, se entiende, se limaría en futuras lecturas si es que la contemporánea pudiera gozar de ellas, se crea un todo absolutamente cohesionado. Se alcanza un cénit en el que no termina por identificarse de donde surge el sonido concreto. Fascinación aquí por la labor del piano (estupenda la ucraniana Alina Artemyeva, al igual que en la segunda parte del concierto) y los steel drums, aunando y significándose con la belleza de todo ello. 

Completando la noche, Pablo González dirigió una lectura de la Misa glagolítica de Léos Janácek, diría, de impacto. De una contundencia sonora casi violenta. Toda hacia fuera, donde no hubo espacio para la introspección, ya que la partitura apenas lo permite, pero tampoco, apenas, para la búsqueda detallista de colores o dimensiones. Con un Coro de RTVE que comenzó centelleante y necesitó por momentos de una mayor redondez, se sumaron cuatro voces solistas que consiguieron sobrevivir a la masa, destacando la soprano Gun-Brit Barkmin, quien mostró una mejor proyección instrumento para la parte requerida. Con todo, los momentos de mayor brillo se consiguieron tanto en la Intrada con la que arranca la obra y con la que se cierre, intensa, contundente, con esa fanfarria en los metales y una cuerda tensa, vibrante. Antes, lo mejor de la segunda parte, sin duda, el Postludium protagonizado por la organista Silvia Márquez: la via más directa hacia la fe que encontré en esta misa.