Dezso Ránki ibercamera mario wurzburger © Mario Wurzburger.

En pie y por todo lo alto

Barcelona. 24/10/22. Palau de la Música Catalana. Obras de Mendelssohn, Bach, Schoenberg. Orquestra Da Camera. Dezsö Ránki. director.

El penúltimo lunes de octubre dio el pistoletazo de salida la nueva temporada de Ibercamera, que volvía a los escenarios por la puerta grande en una cita muy especial. Corría el año 2013 cuando se formó la singular Orquestra Da Camera, una agrupación musical con reminiscencias herederas de grandes nombres como Pau Casals, y que rinde homenaje a una “potente tradición filarmónica”. Entre sus integrantes figuran miembros del Cuarteto Casals, el Elias, el Gerhard, el Cosmos, entre otras importantes agrupaciones referentes de la cuerda de cámara. A la constelación de talentos se le ha sumado la visita estelar de Dezsö Ránki, considerado uno de los mejores pianistas de Hungría y visitante habitual de las grandes salas de conciertos del mundo.

El regreso del Ránki a los programas de Ibercamera supone un vitamínico reclamo para un público que no quiso perderse el Concierto para teclado nº1 en re menor BWV 1052 de Bach. Y es que, aunque supone un debate “ampliamente superado” –como comenta Alfred Brendel en algunos de sus libros– el clavecín siempre debería despertar más encanto que el piano en términos de fidelidad en obras que fueron escritas para tal instrumento. Si bien, en aspectos orquestales y tímbricos, el piano no empasta bien con la textura del continuo, ya que su resonancia lo predispone a destacar demasiado sobre la orquesta íntima barroca, prácticamente a nadie se lo ocurriría interpretar los Conciertos de Brandemburgo con piano en vez de clavecín, por ejemplo. Sin embargo, en el aspecto solista, el piano y el clave conviven cívicamente entre intérpretes y partidarios. Puede decirse que siempre se ha argumentado que el piano ofrece una profundidad dinámica superior que favorece el contrapunto y potencia la polifonía, al permitir diferenciar cada voz con más matices. De modo que, quizá el concierto para clave constituya un el punto medio entre los dos requisitos: el de alternar pasajes solistas y acompañamiento, y el de destacar la textura polifónica. No obstante, y curiosamente, varios estudiosos han sugerido que algunos materiales del concierto que nos atañe contiene trazas de escritura violinística, y no se descarta que Bach adaptara algunas posibles ideas que originalmente fueran pensadas para violín.

En cualquier caso, el húngaro se mostró sólido y seguro recorriendo los compases de un endiablado concierto que Bach bautizó con uno de los temas iniciales más categóricos y potentes de su catálogo. Ránki apareció de espaldas al público para poder dirigir a la orquesta –a la antigua usanza– y dejar entrever su habilidosa destreza en una pieza repleta de virtuosismo. De las fusas de la cadenza se pasó al delicado trance del Adagio intermedio donde el pianista conectó bien los fraseos lentos con el vaivén de una orquesta que arqueaba sus secciones al unísono. Con gran vitalidad arrancaron un tercer movimiento ágil y sin sorpresas que causó un gran vitoreo final que obligó a los músicos a una propina de Bach –Larghetto del Concierto nº4 para clave en la mayor BWV 1055– antes de ovacionar y despedir al invitado húngaro.

El resto del programa lo completaron la Sinfonía para cuerdas nº13 de Mendelssohn, y la Noche transfigurada de Schoenberg. La primera, que se nutre de una tradición predecesora –ya es sabido el papel de Mendelssohn en el “redescubrimiento” de Bach– y que rezuma una mezcla de aire clásico y texturas fugadas. En las cuerdas de los de Ibercamera se apreció un inicio más contenido, aunque el tocar de pie fue un recurso acertado que jugó a favor de la sonoridad y de lo escénico, a medida que la pieza avanzaba. El conjunto alcanzó su clímax con la última de las piezas, donde el lirismo postromántico que Schoenberg volcó en una obra que lleva la tonalidad al límite –del atonalismo– pronto aderezó el aire de la sala modernista y dejó mudas muchas toses. La orquesta se esforzó con pasión por mantenerse unida sin echar de menos la figura de un director gracias a una lograda sincronía. Aun siendo originalmente uno de los sextetos de cuerda más famosos de la historia, la versión para orquesta de cuerdas es igualmente convincente sobre todo para espacios amplios, ganando en verticalidad –con los graves del contrabajo–, y una buena elección para cerrar un inicio de temporada por todo lo alto.