Prueba y error
Madrid. 27/11/2022. Teatro de la Zarzuela. Marco: Policías y ladrones. Alba Chantar (hija del policía). María Hinojosa (esposa del presunto implicado). César Arrieta (hijo del presunto implicado). César San Martín (Presunto implicado). Miguel Ángel Arias (Policía), entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección de escena: Carme Portaceli. Dirección musical: José Ramón Encinar.
El arte de la zarzuela está pidiendo a gritos que todos los implicados hagan un esfuerzo por su renovación; porque si queremos evitar que culmine el proceso de fosilización del género se hace indispensable hacer nuevas aportaciones que deberían de ir en un doble sentido: por un lado, recuperar el ingente patrimonio que se encuentra sepultado por unas pocas decenas de obras que se repiten ad nauseam en todos los teatros del estado; y por otro, aportar nuevo repertorio para revitalizar un género que prácticamente desde Pablo Sorozabal y Federico Moreno Torroba ha visto como el mundo de la composición apenas se ha fijado en el teatro musical español.
En este sentido le corresponde al Teatro de la Zarzuela –por razones obvias- ser vanguardia de ese proceso y en los últimos años se han dado pasos relevantes aunque insuficientes. En esta misma temporada podemos observar cómo se recuperan algunos títulos ya del barroco ya del siglo XIX olvidados y cómo se plantean dos estrenos, Policías y ladrones y Trato de favor, lo que no deja de ser un gran acontecimiento. Eso sí, siendo conscientes de que el primero de ellos, la obra que nos ocupa, ha podido ser vista y escuchada a la tercera ocasión, después de que primero una huelga y luego la pandemia hubieran obligado a sucesivas cancelaciones.
Tomás Marco es un compositor de prestigio y tiene distintas incursiones en el mundo del teatro musical y su elección no despertaba ningún problema. Por lo que al tema central de la zarzuela se refiere, el uso de la corrupción política parecía desde un principio un tema interesante, tristemente de actualidad y que está en boca de todos, por lo que podía producirse esa especie de conexión entre música, texto, intérpretes y público y sin embargo,… la sensación que le queda a un servidor es que algo ha fallado que tal fusión de voluntades no ha existido.
Una obra de este tipo está abierta a numerosas interpretaciones porque el mismo fenómeno de la corrupción está sujeta a muchos comentarios, la mayoría de ellos interesados, ya por justificadores ya por imputadores de un delito que ha acabado por aceptarse como mal inevitable por la sociedad. Y es que en mi modesta opinión el gran problema de Policías y ladrones es un texto en el que uno no acaba de entender cuál es la última intención, cuál es el mensaje se quiere lanzar y con qué gusto nos quieren dejar. Cuando cayó el telón en la que resultaba ser la última función de las previstas por el teatro, la primera pregunta que me vino a la cabeza fue: muy bien, pero, ¿qué me habéis querido contar con todo esto? ¿Que la corrupción es inevitable? ¿Que todos haríamos lo mismo si tuviéramos oportunidad? O aun peor, ¿que ser honrado de poco vale en este sistema podrido?
Es muy difícil tratar el tema de la corrupción política desde un aparente totum revolutum, desde un apoliticismo casi militante, por no querer desprestigiar –o alabar- a derechas o izquierdas. Y así, en este libreto algo naif, se acaba de meter a todos en el mismo saco, vendiendo el mensaje que la ideología es lo de menos, que al final toda la clase política son una manada de chorizos profesionales y que incluso aquellos partidos de reciente creación surgen para lucrarse los mismos pero con collares distintos. Al final, lo que se denigra es no solo a la misma clase política sino a la política en sí y ya se sabe que cuando la política no tiene nada que decir, la palabra la cogen otros. Y así nos va.
El libreto, además, está escrito de una forma excesivamente simple, con continuas rimas muy forzadas que, creo, terminan por dotarle de escasa credibilidad al texto. Por poner un ejemplo, este es el texto que cantan al unísono el presunto implicado y el policía en la última escena de la zarzuela:
Nosotros fuimos rivales,
Astutos y traicioneros.
Hoy sabemos que vivales
No somos ni tú no yo.
Hay un jefe, un gran gurú
Que nos dicta el tururú
A inocentes y frescales.
La puesta en escena de Carme Portaceli en poco ayuda porque aunque se consiguen imágenes visualmente atractivas, la escalera central y la puerta giratoria –una idea de enorme significancia política pero a la que apenas se le saca jugo- transmiten excesiva frialdad. Los cambios escénicos son, eso sí, rápidos y prácticos pues con apenas atrezzo se simula ya la cárcel, ya una reunión de la dirección del partido ya una playa caribeña pero la sensación general es que se ha apostado por lo sencillo y útil con el minimalismo visual.
Vocalmente hablando, pocos peros pueden ponerse a los cantantes. Las dos sopranos estuvieron brillantes, dotando a sus interpretaciones de enorme credibilidad y mientras Alba Chantar encarnaba con precisión a esa joven enamorada que se da de bruces primero al ver la caída de su padre, el héroe acusado de aceptar sobornos y más tarde, al ser madre y tener que asumir la dureza de la vida cotidiana. María Hinojosa bordó el papel de esposa tonta del bote que no se entera de nada para acabar con todo el dinero de la corrupción en sus bolsillos, viviendo con distintos amantes, a cada cual más crápula. Otra lectura bien distinta es cómo se habrán sentido algunas mujeres al comprobar cómo los dos personajes femeninos –sobre todo la esposa del presunto implicado- responden a los estereotipos más rancios de la condición femenina.
Los tres hombres también respondieron con notable a las exigencias de sus roles. César San Martín fue un político corrupto de manual en su altanería y posterior caída a los infiernos, aunque lo de terminar trabajando de portero en un hotel no se lo crea casi nadie. César Arrieta fue un joven enamorado brillante, impulsivo, lleno de ilusiones y que acabará lamentando la precipitada decisión de ser padre. Y muy interesante por lo que tiene de novedoso la tesitura vocal del policía, héroe al principio y paria al final, porque no es habitual encontrar papeles para bajo profundo en la zarzuela. Una tesitura dura, exigente en los graves y que Miguel Ángel Arias sacó con decoro; en ocasiones, sobre todo en las escenas de conjunto, su voz quedaba algo limitada. Tomás Marco le exige mucho y muy profundo y el bajo supo responder de forma admirable.
Acertados los actores que completaron la trama y muy bien el coro en sus innumerables caracterizaciones y notable una orquesta ante una partitura que huyendo del lenguaje más vanguardista, propio de la trayectoria del compositor, si ofrece matices musicales infrecuentes en el género. Hay que resultar el uso de distintos ritmos y la labor fundamental de la percusión a la hora de acompañar a los cantantes. Comentar, finalmente, que la proporción de partes habladas de esta zarzuela es sensiblemente inferior a lo habitual en otros títulos de otros tiempos.
Se hace muy difícil tratar de adivinar el futuro de este título en el repertorio zarzuelístico. Con aquellos que han sido educados exclusivamente en el mundo de Marina, Katiuska, La verbena de la paloma y apenas diez títulos más creo que poco hay que hacer; sin embargo, bienvenida sea esta aportación aunque un servidor crea que el acierto es solo relativo.