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El ruido, la furia y el aburrimiento

Barcelona, 4 de enero de 2023. Gran Teatre del Liceu. Puccini: Tosca. Maria Agresta (Tosca), Michael Fabiano (Mario Cavaradossi), Zeljko Lucic (Scarpia), Felipe Bou (Angelotti), Jonathan Lemalu (Sagrestano), Moisés Marín (Spoletta), Manel Esteve (Sciarrone), Milan perisic (Carcelero), Hugo Bolívar (Pastor). Orquesta y Coro del Gran Teatre del Liceu. Henrik Nánási, dirección musical. Rafael Villa-Lobos, dirección escénica.

Salò o le 120 giornate di Sodoma, para quien no lo sepa, es una película de Pier Paolo Pasolini realizada en 1975. Sin embargo, dudo que haya alguien en los ambientes operísticos barceloneses que lo ignore a estas alturas: el director de escena Rafael Villalobos se ha encargado de hacer un concienzudo trabajo de difusión. Como la República de Salò era la fortaleza asediada del último reducto del fascismo italiano en plena Segunda Guerra Mundial, la situación mantiene paralelismos razonables con la Roma de 1800, asediada entonces por las tropas napoleónicas. Y dado que Scarpia no parece tener reparos morales en satisfacer sus más oscuros deseos a cualquier precio, cosa que explicita en el monólogo inicial del segundo acto, el regista vio en la atmósfera lasciva del film de Pasolini una referencia estética válida para su trabajo. Tomar de otros ámbitos del arte (cine, pintura, etc.) referencias para sus espectáculos es una práctica usual y muy respetable en la dirección escénica. Sin embargo, todo el preludio del estreno de la última Tosca del Liceu ha consistido en largas explicaciones del director de escena sobre su proyecto, cual mago que empieza el espectáculo contando el truco.  Mientras, ciertos sectores del público afilaban las uñas. 

Por si eso fuera poco, la Tosca que hemos podido ver en el Liceu está trufada de referencias directas a la vida de Pasolini completamente exógenas a la obra y perfectamente sobreras. En la más explícita de ellas, al inicio del segundo acto, el regista se permitió introducir un monólogo de lo más pretencioso sobre el papel del artista, mal declamado y mal actuado, y un pequeño acting (con música enlatada incluida), igualmente mal pergeñado, representando ciertos hechos conocidos del último dia de la vida de Pasolini. En ese momento se desató la caja de los truenos y desde el público se inició una tumultuosa protesta que impidió el normal desarrollo de este pasaje, cosa con la cual hay que decir que no parece que perdiéramos mucho. Con sólo decir que el mencionado tumulto fue lo más divertido de la velada nos hacemos una idea del fracaso general. No es que el montaje no tuviera aciertos puntuales (la cotidianeidad del diálogo entre Tosca y Cavaradossi en el primer acto, por ejemplo, o ciertas funciones de la escenografía), pero es evidente que la propuesta hacía aguas, aunque seguramente tampoco diera para tanto escándalo. 

Lo grave es que la puesta en escena, por extraño que pueda parecer, no fue lo peor de la noche. El maestro Henrik Nánási se había lesionado en un hombro. Desconozco las consecuencias concretas que esto tuvo en el desarrollo de la ejecución musical, pero el contexto instrumental fue más bien irregular, con aciertos mezclados con caídas de tensión, un final del primer acto apresurado y un final del segundo acto extrañamente desnervado; todo esto junto con algunos momentos en los que la orquesta proporcionaba un discurso instrumental sugerente. Por otra parte, a propuesta sin duda de la dirección escénica, el coro al final del primer acto (interno, en contra las indicaciones de la partitura) parecía amplificado y con resultados nefastos en relación a la calidad del sonido. Desde mi posición en platea lo único que puedo afirmar es que el volumen era tal vez desproporcionado.

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Ante tanto infortunio, nos quedaba el puntal que puede salvar cualquier representación operística: los cantantes. Y ahí es donde la Tosca del Liceu, por lo menos en el cast del estreno, no tiene salvación ninguna. Maria Agresta puede ser una buena cantante pero no reúne las condiciones para el personaje. Escasa de volumen y justa en el registro agudo, la prueba del algodón de su inadecuación está en el hecho de que su fraseo ganaba calidad en los pasajes más camerísticos, pero es evidente que este último adjetivo no es el que más caracteriza el arte de Puccini. Por otra parte, sus cualidades actorales son más bien dudosas y su "Vissi d'arte" (!cuantas sopranos han salvado la noche ahí!) fue bastante desangelado.

El Cavaradossi de Michael Fabiano estuvo más a la altura, pero sólo a ratos. La emisión es brillante y comunica una menor fragilidad que la de Agresta por causa de una mayor adecuación a su personaje y a la partitura. Además, la propuesta escénica le daba juego a su personaje y Fabiano respondió a ese reto. Sin embargo su canto está marcado aquí y allá por ciertas irregularidades y fue de más a menos. Si en el primer acto pudo dar una impresión positiva y en el segundo tuvo cuando menos la virtud de la discreción, en el tercero hizo una exhibición de falsettoni más bien desapoyados, tanto en su famosa aria como en el duo con la soprano. Aun así fue lo más digno del cast protagonista.

No sería esta la primera ocasión en que uno pudiera decir, ante una Tosca desafortunada: siempre nos quedará Scarpia. Pues tampoco. La actuación de Zeljko Lucic fue, seguramente, la más cuestionable de todas. Ninguna belleza tímbrica, ningún fraseo interesante, problemas evidentes de volumen y de homogeneidad del registro... Que un papel que concentra los focos en el nudo central de la obra, que requiere más presencia que virtuosismo, no consiguiera ataraparnos en ningún momento, me temo que lo dice todo.

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Más allá del trio protagonista, no se pudo destacar grandes virtudes en el Angelotti de Felipe Bou ni en el Sagrestano de Jonathan Lemalu (que se descuadró de forma evidente en la escena de la cantoría), tampoco en el Spoletta de Moisés Marín, que tuvo algún pequeño percance. Es lástima que Sciarrone no de para mucho, porque Manel Esteve sí que funcionó, como siempre, con la eficiencia, el oficio y la claridad vocal que se requiere para este tipo de roles. Lo mismo se puede decir de Milan Perisic en el rol de carcelero, aunque uno se pregunta si es necesario fichar fuera para funciones tan modestas. El pastor, para acabar, lo cantó un contratenor (Hugo Bolívar), lo que generaba un curioso efecto tímbrico, tal vez cuestionable pero en cualquier caso irrelevante.

Esta Tosca del Liceu será únicamente recordada por el escándalo al inicio del segundo acto y la bronca final. Cuando la salsa no la ponen desde el escenario ahí está el 'liceismo' para salvar la velada. Sin embargo da que pensar el hecho de que escándalos de este tipo se recuerden en esta casa asociadas a Calixto Bieito o a Peter Konwitschny, artistas que estan muy por encima del mediocre espectáculo de una Tosca para olvidar. Tanto es así que nadie desde el público salió a defender al espectáculo de sus enemigos, y la ovación (por llamarlo de alguna manera) al final fue de las más cortas que se recuerdan.

Fotos: © Toni Bofill