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Cuando la interpretación es lo interesante

Toulouse. 02/07/2023. Theâtre du Capitole. Arrigo Boito: Mefistofele. Chiara Isotton (Margherita), Marie-Ange Todorovich (Marta/Pantalis), Jean-François Borras (Fuast), Béatrice Uria-Monzon  (Elena), Nicolas Courjal (Mefistofele), Andres Sulbaran (Wagner/Nereo), Coro y Escolanía de la Ópera Nacional de Toulouse, Orquesta Nacional del Capitolio. Dirección escénica: Jean-Louis Grinda. Dirección musical: Francesco Angelico.

En esto de valorar un título operístico hay tantas opiniones como operófilos uno pueda encontrar. Habrá quien defienda que este arte es incomprensible sin entender la trascendencia de L’Orfeo, Tristan und Isolde o Pelléas et Mélisande mientras para otros estos tres ejemplos son títulos musicológicamente relevantes pero sin ningún interés personal. Así somos y no hay vuelta atrás.

Lo digo porque la primera impresión que me quedó al finalizar la función del Mefistofele, de Arrigo Boito que nos ocupa fue que la interpretación y el arrollador éxito obtenido había estado muy por encima del interés mismo del título. Y es que uno ve y escucha Mefistofele y no puede dejar de pensar en eso de que quien mucho abarca poco aprieta y que la sucesión de escenas de la ópera transpiran una sensación de quiero y no puedo, de incapacidad de abarcar la obra literaria originaria, de cierta desconexión dramática en el desarrollo de la ópera y debilidades argumentales que si fueran además mediocremente interpretadas provocarían un alejamiento emocional del espectador para con la función. Por suerte, una vez más el Thèâtre du Capitole volvió a ofrecer un espectáculo redondo al que coadyuvaron una puesta en escena inteligente, práctica y plástica, una selección de cantantes muy adecuada y unos cuerpos estables de primera. Así sí, un Mefistofele se convierte en un título de lo más atractivo y el viaje merece mucho la pena.

Es sabido que el tema faústico fue un auténtico dolor de cabeza para Arrigo Boito, enfrascado en esta cuestión desde sus inicios como compositor: la primera versión de su obra, estrenada en La Scala, de Milán en 1868, fue un solemne fracaso. Ahí se inició la pertinente revisión –por ejemplo, trasladando el rol de Fausto de la cuerda de barítono a la de tenor- eliminando escenas y actos completos, reduciendo la duración de la misma y añadiendo a última hora alguna que otra página, volviendo a presentarla ante el público en el Teatro Rossini, de Venecia en 1876, es decir, ocho años después. En esta ocasión el logro fue mayor. Con el paso del tiempo Mefistofele se ha convertido en una de las obras predilectas de los bajos cantantes aunque, siendo honestos, hoy en día entre la crisis de esta cuerda vocal y que la obra tiene algunas fisuras estructurales obvias, no es fácil encontrársela programada en los teatros operísticos. Ahí radicaba el interés por verla y escucharla en el Capitolio tolosano, en la que era la última función de la temporada 2022/2023.

Y es que tanta elaboración y reelaboración de Mefistofele tenía que tener su incidencia y lo cierto es que las escenas pasan sin que se observe una sensación de unidad. Y es que hay obras de la literatura universal que son inadaptables a los estándares operísticos, a menos que nos vayamos a planteamientos exorbitantes como puedan ser los de Der Ring des Nibelungen. Boito miró mucho, quizás demasiado, al modelo de producción de Richard Wagner y llegó a plantearse una ópera a desarrollar en distintas jornadas. En cualquier caso, su producto final fue este Mefistofele, caro de ver hoy en día y Toulouse ha vuelto a acertar al programarlo y hacerlo con éxito evidente.

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Arriba queda dicho que para el éxito alcanzado fueron condiciones sine qua non la puesta en escena, el plantel vocal y los cuerpos estables. Vayamos por partes. Jean-Louis Grinda nos ofrece una puesta en escena que combina con acierto la desnudez del escenario  –el atrezzo es prácticamente inexistente- con la belleza de las imágenes proyectadas. Para ello se vale del uso adecuado del vídeo –Arnaud Pottier es su responsable- creando fondos de escena hermosos, de belleza e impacto visual y así, por ejemplo, toda el momento del encuentro nada casual entre Fausto y Margherita se hace frente a un gran árbol que muda de un verde intenso en su inicio, movido por el viento y creando una sensación de ilusión y felicidad comparables al amor que está surgiendo a un gris triste del final del mismo, anunciando la inevitabilidad del fracaso de una relación provocada por Mefistófeles. Quizás el único pero que puede señalarse sean los movimientos escénicos del coro, que mantiene posturas orfeonísticas durante gran parte de la representación en aras de facilitar el canto grupal pero, en cualquier caso, prima la belleza y el logro alcanzado.

Mencionado el Coro y la Escolanía de la Ópera Nacional de Toulouse, solo pueden escribirse parabienes sobre ellos: empastados, dueños de un volumen adecuado, sabiendo conjugar los momentos más íntimos –los menos- con aquellos que pecan de cierta tendencia a la grandilocuencia, como puedan ser, sobre todo, prólogo y epílogo del título, su éxito fue inapelable. Y por ello, el reconocimiento del público tanto al grupo como a su director, Gabriel Bourgoin, fue más que merecido. 

De la orquesta y su batuta podríamos hablar en los mismos términos. Francesco Angelico sabe llevar con gesto singular pero dinamismo y fortaleza una ópera en la que cree y nos hace llegar esa pasión. Cuando el momento lo requería, era exigente para ensalzar las virtudes del cielo; en otros momentos, cuando por ejemplo Elena rememoraba sus sensaciones amorosas, Angelico recogía a la orquesta hasta hacerla casi camerística y accesible. Una batuta inteligente, comprometida y que logró un éxito evidente.

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En lo que al reparto vocal se refiere el Capitolio volvió a demostrar que sin “grandes” nombres se pueden hacer muy bien las cosas. Y es que el resultado global fue muy aceptable aunque ello no nos impida ver algunas de las ramas del bosque, quizás menos glamurosas; aunque debe de quedar claro que el resultado general solo puede calificarse de brillante. 

El bajo francés Nicolas Courjal fue aclamado tras el final de la representación y lo cierto es que nadie puede reprocharle no tener voz de bajo de verdad, con graves sólidos y capacidad actoral más que suficiente. Había ciertas limitaciones en el fraseo y un canto legado comprometido por el histrionismo actoral. Eso sí, tal y como pinta la actualidad en lo que a la cuerda se refiere, da gusto escuchar una voz oscura de verdad. El tenor francés Jean-François Borras sorprendió esculpiendo un Fausto de una pieza; aquí sí, se observa un interés por moldear un canto ligado, un fraseo idóneo y, además, capacidad de llegar a la franja aguda con solvencia, sin cambios de color y transmitiendo seguridad. Su Giunto sul passo estremo, en este sentido, fue modélico y nos quedamos con las ganas de verle en otros títulos. Finalmente, muy correcto el tenor venezolano Andrés Sulbaran en su doble y minúscula participación. 

Por lo que al reparto femenino se refiere la soprano italiana Chiara Isotton encarnó una Margherita de una pieza, con voz ancha, carnosa y de gran volumen. Quizás se le podría exigir mayor gama de matices, no abusar del forte y apostar por un mayor control de los agudos pero su prestación general fue notable y dejó en evidencia que estamos ante una voz de verdad. No dejó de sorprenderme que Béatrice Uria-Monzon fuera la elegida para la Elena pues estamos ante una mezzo con agudos y no ante una soprano pero consiguió salvar el pequeño papel con solvencia. Muy bien tanto vocal como actoralmente Marie-Ange Todorovich en su doble papel de Martha y Pantalis. 

Pasadas las seis de la tarde, en un ambiente bastante caluroso en el interior del teatro finalizó la representación y, con ella, la temporada. El público, exaltado por la grandilocuencia de la escena final, rompió en una ovación sincera que se extendió, sobre todo, al coro y los tres principales cantantes. Ese aplauso acompasado, típico de los teatros franceses, cerro una velada magnífica en la que la representación estuvo –solo quizás- por encima del valor de una obra que hoy no goza del fervor de programadores y artistas.

Fotos: © Suéter Mirco