EUYO Amsterdam 2023 

Conciertazo

Amsterdam. 02/08/2023. Concertgebouw. Obras de Beethoven y Strauss. EYO orquesta. Julia Fischer, violin. Antonio Pappano, director.

Sin duda, un concierto que compensó la pedaleada bajo la intensa lluvia del extraordinariamente desapacible verano de este año aquí en Amsterdam; un concierto en el que te olvidas de que estás empapado y de que corres el riesgo de pillar un buen resfriado; un concierto en el hubo arte con mayúsculas y en el que el nivel rozó el máximo. En resumen, un conciertazo.

La cosa empezó con un Concierto para violín y orquesta de Beethoven soberbio, de los que uno no recuerda haber presenciado nunca, y de los que, pasando de tonterías y snobismos, podría competir con la discografía mas sagrada y prestigiosa. El primer tutti ya presentó las credenciales y características que Antonio Pappano mostró durante toda la velada, y que destacaría en una: la continuidad. Si, en los dos primeros compases, el característico y archifamoso motivo beethoveniano de cuatro rotas repetidas tenía dirección y se engarzaba con naturalidad con el subsiguiente de oboes clarinetes y fagotes. Eran solo dos compases, pero ya notabas que había cambiado algo, no había ‘agujeros’ (cómo tantísimas veces ocurre en esta partitura) y así sucedió durante todo el concierto. El discurso fluía con sus innumerables y lógicos cambios y colores; tensiones y distensiones; pero el discurso nunca caía ni en baches, ni en huecos donde se cuela la tensión musical y su ruta en cuanto a la dirección; había continuidad sinfónica (que tanto le gustaba decir a Celibidache), había música con mayúsculas. Es como ir en un viaje en coche donde pasas por puertos, montañas, lluvia, sol, prados, llanos, rectas, o curvas, pero el vehículo siempre está en movimiento; el paisaje con Pappano es variadísimo, pero te mantiene siempre en marcha para que no te puedas apear de la atención. Maravilloso.

Julia Fischer fue una solista excepcional. En la dificilísima disyuntiva en el concierto beethoveniano de encoger la linea interpretativa, la violinista eligió justo la del centro. Dio en la casi imposible diana del equilibrio. Sobriedad clásica, pero con intensidad justa; con expresividad cierta y variada pero siempre calibrada. No realizó un sólo portamento, pero sus cambios de posición fueron elocuentes; el tempo siempre tuvo esa continuidad y fluidez que tan bien se adaptó a Pappano, pero aprovechó los momentos donde musicalmente podía para esponjar y jugar en su medida con él. Interpretó en su punto justo con las diferencias, de color entre las cuerdas; o de articulación entre el legato y el sutil stentato o destacado, y siempre con una igualdad y belleza de emisión sonora apabullantes. Los cambios de cuerda limpios, y el caudal sonoro intenso. Su equidistante opción expresiva cuadró al interpretar las clásicas cadencias de F. Kreisler, y la sensación de unidad estilística con Pappano fue siempre cierta, quien, ademas acompañó con una precisión exacta de reloj suizo. La orquesta, excepcional, supo reaccionar y plegarse a las mil maravillas, y realizó ademas conseguidísimos contrastes beethovenianos. El sonido siempre fue bello (maravilloso el fagot) y la afinación y el ajuste de libro. Fischer, ante los aplausos, regaló el Capricho XIII de Paganini como propina.

La European Union Youth Orchestra siguió impactando en todas sus secciones con el Así habló Zaratustra de Strauss. La limpieza fue absoluta, la intensidad de los tuttis logradísima, con la mayoría de los atriles dejándose el alma. Hubo una transparencia brutal, que dejaba escuchar todas voces; y la perfección en la afinación de las maderas y su justeza en el ataque impresionó. Que maravilla escucharlas sabiendo tocar y atacar piano con esa precisión. Pappano empezó secuenciando estupendamente el famosísimo comienzo, dando cada vez mas intensidad a cada una de las tres partes, y donde los contrabajos empezaron a hacerse notar muy para bien como durante todo el concierto. Muy bien distribuido el crescendo después del motivo del credo gregoriano por toda la cuerda, y conseguidísima la intensidad del tempestuoso tutti de la cuarta sección “De las alegrías y de las pasiones”. Desde un irreal y desdibujado comienzo, pintado con la técnica del sfumato, Pappano comenzó la fuga del sexto episodio para crecerla luego en el punto exacto de tensión armónica, llevando todo al esplendoroso tutti de la siguiente sección en su punto culminante. Buen juego de ataques y acentos del concertino en su solo y toda la orquesta después en 'La canción del baile', para acabar la obra en su última sección en su progresivo diminuendo final.

Pappano volvió a regalar su tratado sobre la ‘continuidad’ en la obertura de La forza del destino verdiana ofrecida como propina, creando una sensación de urgencia y teatralidad únicos, y donde, solo por escuchar el cambio de color contrastante en la cuerda en la repetición del famoso primer motivo tocado por el viento valió, muchísimo, la pena. Fue seda, pura seda, frente al inmediatamente anterior acero, una maravilla. El concierto acabó con pespiporre general con la orquesta tocando un pasodoble bailando ante la alegría general de todo el público, hasta, en eso, supieron acertar. Diana.