LA TRAVIATA 5249

La visita del padre

09/12/2023. Oviedo. Teatro Campoamor. Giuseppe Verdi: La traviata. Ekaterina Bakanova (soprano, Violeta), Anna Gomá (mezzosoprano, Flora), Leonardo Sánchez (tenor, Alfredo Germont), Juan Jesús Rodriguez (barítono, Giorgio Germont), Stefano Palatchi (bajo, doctor Grenvil) y otros. Coro Titular de la Ópera de Oviedo. Orquesta Oviedo Filarmonía. Dirección escénica: Paco Azorín. Dirección musical. Oliver Díaz. 

Primer apunte previo: durante el breve intermedio técnico entre los actos segundo y tercero, sentado en mi butaca, llegué a pensar: ¿morirá Violeta en una mesa de billar? ¡Bingo! Violeta Valery muere, efectivamente, en una mesa de billar. ¿Será que soy un genio? ¡Qué va! Es que el único elemento de atrezzo que aparece en toda la ópera y adornando cualquier escenario es un conjunto de mesas de billar, colocadas ya en horizontal ya en vertical. 

Segundo apunte previo: la presencia de la niña en los actos II y III nos dejaba a los espectadores sumidas en cierta zozobra por tratar de deducir si estábamos ante la representación de la hija de Violeta y Alfredo o –como se termina por subrayar en el acto III, en el momento de la carta - la misma Violeta de niña. La presencia de una hija convertía en absurdos los diálogos entre soprano y barítono y el posterior entre padre e hijo pues la variable “hija” nunca es mencionada y parece poco probable y posible que una madre abandone a su hija por cuestiones como las que plantea Germont padre. La posibilidad de que fuera Violeta niña era solvente aunque como aportación, más bien dudosa.

El comenzar con estos dos breves apuntes escénicos centra lo más relevante de la velada  inaugural del cuarto título de la temporada operística ovetense. Con todas las entradas vendidas Paco Azorín, responsable de la escena, apostaba por una visión feminista de La traviata, lo que no deja de ser curioso porque Violeta Valery es una mujer que aunque en el acto I “parece” ejercer su libertad personal no deja de asumir el patriarcado más reaccionario de Germont padre en el acto II sin más debate, para terminar regugiándose en la religión ante su inminente muerte en el acto III. ¿Violeta sempre libera, como una y otra vez se insiste sobre el telón? Permítaseme discrepar desde el respeto.

En definitiva, una función de un título extremadamente popular que terminó por absorbernos más por el lado escénico que por el vocal, quizás porque este último tuvo sus altibajos, hasta el punto de ser difícil de conectar en muchos momentos del desarrollo dramático de la obra. Así, Ekaterina Bakanova mostró todo su valor artístico en un acto III sentido y bien delineado con un Addio del pasato que fue su cima interpretativa; en el primero, el de la coloratura, mostró algunas limitaciones en el Sempre libera mientras que el acto central se movió dentro de un nivel aceptable. Es conocido y recurrente ese aserto de que este personaje pide cantantes bien distintos dependiendo del acto y mi impresión personal es que Bakanova es más la Violeta del III que la del inicial.

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No fue el día más afortunado del tenor mexicano Leonardo Sánchez. En el acto I su brindis fue bastante plano mientras que en segundo se atascó con el Oh, mio rimorso. Al igual que la soprano dejó mejores impresiones en el acto III y sus mejores prestaciones fueron en el Parigi, oh cara. La voz es de color bello y su centro es hermoso pero el paso al agudo es conflictivo. Lo mejor de la noche, con diferencia, fue el padre monolítico de Juan Jesús Rodríguez. Desde su primera aparición mostró una voz de acentos verdianos, plena de autoridad y es que Rodríguez aporta al papel toda la credibilidad imaginable. Sus intervenciones supusieron un auténtico poso de satisfacción. La ovación popular más contundente fue tras su aria Di Provenza y huelga decir que el barítono onubense fue el triunfador absoluto. Era, a priori, la gran atracción de la noche y, a posteriori, solo cabe subrayar que se colmaron las expectativas.

El amplio grupo de cantantes secundarios e importantes fue bastante sólido aunque destacaría a las dos mujeres, una Flora sonora la de Anna Gomá y una Annina que alcanzó una inusual relevancia, más allá de la puramente escénica, con Andrea Jiménez; y entre los hombres, muy bien José Manuel Díaz (barón), contundente y veterano el doctor de Stefano Palatchi, más que relevante el Gastón de Jorge Rodríguez-Norton y suficiente el marqués de David Oller.

El coro titular del teatro estuvo muy solvente aunque también tuvo que asumir algunas propuestas escénicas cuando menos discutibles. El “baile” que acompañaba el brindis era innecesario y las carreras sobre el escenario en distintos momentos aportaban poco más que ruido. La orquesta Oviedo Filarmonía estuvo bien dirigida por Oliver Díaz, que dio realce a distintas escenas además de cuidar muy mucho a los cantantes; me pareció muy interesante el tempo del acto III y la intensidad con la que impulsó toda la escena final.

En el aplausómetro final el gran triunfador, ya queda dicho, fue Juan Jesús Rodríguez y contundente el pateo con el que fue recibido Azorín, aunque distintos bravos también fueron audibles. Y hablando de pateos, a un visitante de Oviedo como un servidor que no es asturiano y por lo tanto no está al cabo de la calle de todas las vicisitudes político-lingüísticas del principado, le provoca auténtico estupor el habitual pateo que acompaña los tradicionales avisos sobre teléfonos y ruidos antes de la función cuando se hacen en asturiano, cosa que solo he vivido cuando he asistido a la primera función. No lo entiendo.