Vuelta al redil
Madrid. 18/02/2024. Auditorio Nacional. Obras de Simon, Korngold y Shostakovich. National Symphony Orchestra. Hillary Hahn, violín. Gianandrea Noseda, director.
La National Symphony Orchestra, con sede en Washington, se ha presentado en el Auditorio Nacional con su titular Gianndrea Noseda, ocho años después de la última vez que intervinieron en el ciclo de Ibermúsica. Y lo hacían con dos obras, curiosamente, que marcaron un antes y un después en la carrera de cada compositor, y significaron una total reorientación de cada una de sus carreras, y, además, hacia el lado más clásicamente conservador. Podríamos decir que fue un ‘volver al redil’. Deseado, por parte de uno de los compositores, y obligado, tristemente, por parte del otro.
El Concierto para violín de Korngold, es una obra de madurez de un compositor que fue niño prodigio (no hay que olvidar que estrenó su ópera Die Tote Stadt a los 23 años) y que tuvo que emigrar a los Estados Unidos desde la Alemania de Hitler debido a su ascendencia judía. Allí tuvo que ganarse el pan componiendo bandas sonoras de películas para Hollywood, y consiguió, todos sabemos, un gran éxito y renombre en dicha labor. Este concierto para violín está escrito basándose en temas de bandas sonoras precedentes, y el compositor quiso, con él, volver a situar su carrera en el lado clásico. Para ello compone utilizando la tan violinística tonalidad de Re mayor, y emplea recursos como la forma sonata. El lado ‘cinematográfico’ del concierto curiosamente es la ‘novedad’ a pesar de que, en su estreno en 1947 fuese tachado por ello de reaccionario. La orquestación es profusa, y las melodías largas y envolventes, con un amplio desarrollo.
Hillary Hahn realizó un trabajo sobresaliente con una obra realmente difícil, aunque ese extra de ‘expansión’ tan necesaria en este concierto no fuese siempre conseguido, ni con su sonido, ni en algunos desarrollos y culminaciones de frase. La forma de frasear fue siempre bella y coherente, y consiguió en el segundo movimiento crear bellas sonoridades, y dar suficiente contraste a los cambios con sordina. El tercero, tan diferente a los dos precedentes, tuvo, a falta de un punto más de voltaje, suficiente sentido dancístico y una muy feliz realización. La orquesta y Noseda se esmeraron en no taparla, en un muy meritorio ejercicio de escucha atenta hacia la solista, y remarcaron estupendamente el trabajo de la solista. Hahn ofreció como bises una obra del compositor afroamericano Carlos Simon (del que se ofrecía el estreno en Madrid de su concierto para orquesta en este mismo concierto) llamada Shards of light, y compuesta precisamente para esta gira; y una ligadísima y bastante personal Sarabande de la segunda Partita para violín sólo de J. S. Bach.
La Quinta sinfonía de Shostakovich significó un volantazo compositivo obligado por las presiones políticas en la era de Stalin. El compositor tuvo que echar marcha atrás en su descaro e insolencia compositivas, y la vanguardia conseguida en obras como La nariz o Lady Macbeth de Mtsensk tuvo que ser reconducida en la nueva sinfonía como la obligada “respuesta de un artista soviético a una crítica justa”. Curioso, y da que pensar, que sea esta sinfonía -quizá la más conservadora del autor- la más programada de todo su catálogo.
El característico salto de sexta menor que inicia la sinfonía, sonó como un latigazo, con la cuerda dando más velocidad de arco a la semicorchea. Noseda moduló todo muy bien, y consiguió difuminar perfectamente al inmediato motivo largo y en piano. La atmósfera de recogimiento fue realmente conseguida, en la presentación de, quizá, una de sus mejores cartas durante el concierto: la realización de muy bellos pianos. El segundo movimiento, un tanto desmayado de tempo, fue concebido algo mas pesante, y faltó incisividad, con los stacatti tocados de forma mas legato. El tercero, largo, fue el mejor realizado. Noseda y la NSO consiguieron muy bellas atmósferas, y el director cuidó con mimo las voces intermedias. Especial mención al solo de flauta, uno de los instantes más logrados de toda la noche y, sin duda, el mejor instrumentista de viento madera durante el concierto. El cuarto movimiento se inició con el timbalero mas comedido de lo acostumbrado, y la orquesta rubricando su calidad en la aplastante singladura del movimiento.
Sólidos y satinados metales, extraordinaria disciplina, y magnífica limpieza ejecutoria, serían las principales bazas de la National Symphony, a la que, quizá por el cansancio propio de la vertiginosa gira que está realizando la orquesta, le faltó punch en la cuerda -algo falta de energía y sonoridad-; y ese último plus de perfecta afinación y riqueza ejecutoria en las maderas.
Antes, y para iniciar el concierto, se tocó Wake up!, el concierto para orquesta de -como decía antes- el compositor residente del John F. Kennedy Center en la actualidad: Carlos Simon. La obra pasa por distintos estadios. Dos golpes de la misma nota (que vertebran un tanto la obra), corales en el metal, ritmos irregulares que recuerdan a la Consagración stravinskiana, motivos legatos en dupla sincopada, o llamativos solos de tuba y trombón. Fue muy limpiamente tocada. El concierto acabó con el Nimrod de Las variaciones enigma de Elgar de propina, tocado algo apresurado y sin la debida unción y magia.
Fotos: © Scott Suchman