Con Alma y sin alma

Madrid. 22/03/2024. Auditorio Nacional de Música. Obras de Alma Mahler y Bruckner. Emily D’Angelo, mezzo. Orquesta Nacional de España. Anja Bihlmaier, directora.

La Séptima sinfonía de Anton Bruckner tiene uno de los inicios más bellos jamás escritos. Desde un ingrávido tremolo, el primer tema en mi mayor emerge con el simple despliegue en tríada del acorde con su correspondiente interválica disjunta. Una vez en la dominante, el tema pasa a su segunda sección más legato, y ahora la interválica se aprieta en grados conjuntos y se cromatiza. La tercera sección de dicho tema A que viene a continuación, se apresura en figuras mas rápidas y con un dibujo mas abrupto que utiliza la quinta disminuida como recurso repetido para tensionar. Todo esto en 21 largos compases. Fuera estamos ya de las clásicas frases de ocho compases, en Bruckner los temas tienen su propio desarrollo, y con elementos y pasos muy diversos. 

Anja Bihlmaier es bien conocida en los ciclos de la Orquesta Nacional, con quien ha actuado ya en cuatro programas diferentes. La directora alemana ha mostrado una técnica muy completa y orgánica. De gesto elegante, sabe construir con lógica y buenas maneras, y su discurso tiene ese fraseo lógico y natural; no hay grandes sorpresas ni genialidades, pero organiza muy bien, y domina la partitura con conocimiento, seguridad, corrección y buen hacer.

El problema, en mi opinión, es que con obras tan emblemáticas o icónicas como la Séptima de Bruckner uno siempre espera algo más. Ese plus de magia y alma que la directora, en esta ocasión, no ha sabido mostrar. Así, el primer tema antes narrado -después de un buen piano en el tremolo inicial, eso sí- no transitó apenas por los diferentes estadios en un inicio ya desde el principio revolucionado de más. El tempo fue ligero, sin querer explorar todas las pequeñas inflexiones y recovecos de la partitura, y las progresiones comenzaban demasiado fuerte sin margen para direccionar. Los puntos más positivos, de esta forma, se dieron en los pasajes mas llenos y masivos, sonando la orquesta con buena intensidad general.

También consiguió muy buenos resultados en el tema C del movimiento, llevado muy a uno, aportando ligereza a ese motivo escuchado otras veces de modo mas machacón. Buenas intervenciones de la flauta en su momento más libre. La reexposición en espejo tuvo una realización algo accidentada, y la coda se inició sin misterio y magia aunque se culminó con expansión y con verdadera plenitud.

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El icónico segundo movimiento, sin duda uno de los más bellos de Bruckner, contiene un plus de carga muy particular al enterarse el compositor de la muerte de su admirado Wagner mientras lo componía. Bruckner incluye así cuatro tubas wagnerianas, y adhiere y hace penetrar al núcleo del movimiento una extrema intensidad y una emotividad únicas. Bihlmaier también con un tempo ligero (está escrito “muy solemne y muy lento” en la partitura) no consiguió profundizar ni llegar a conectar con tan rica médula musical. El primer tema sonó así mas por encima de lo deseable, y el rabioso motivo subsiguiente en la cuarta cuerda de los violines no tuvo el calor y la plenitud deseada. Buena en cambio la bajada posterior de estos en soli, y buena también en general las solemnes y ominosas intervenciones de los metales. El movimiento se interpretó con el discutible golpe de platillos y triángulo en el punto culminante al interpretarse la edición de Leopold Nowak.

El tercer y cuarto movimientos, no tan exigentes en cuanto a profundidad musical, fueron los mejor realizados. En el tercero destacó sobremanera la primorosa intervención del primer trompeta en el tema principal, tocado de forma lejana con sonido bello y dúctil y delicadamente amortiguado en regulador final, contrastando para bien con una cuerda sin ese rigor en el pianissimo. El desarrollo del movimiento llevó a momentos llenos de intensidad plenos de fuerza y entrega muy bien realizados por orquesta y directora. Bello y bien ejecutado el trío central. El cuarto movimiento se inició estupendamente, con la directora más implicada y desenvuelta. Magnífico el unísono de toda la orquesta con el motivo apuntillado, tocado pleno y radiante. Muy buena contestación entre los violines primeros y violas en su pasaje, y accidentado comienzo de la coda realizada, ésta, sin paladear ni preparar suficientemente el vibrante final. 

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Antes, en la primera parte, si hubo Alma, siete canciones de la discípula de Zemlinsky, Alma Mahler, esposa del compositor. David y Colin Matthews orquestaron las piezas -y muy bien-, para la Royal Concertgebouw de Amsterdam, estrenándose este arreglo en el año 1996. Las canciones tienen un aroma muy finisecular, y la cuidada y delicada orquestación realizada puede dar bastante recorrido a su difusión. A destacar el motivo sincopado de la segunda canción; el final de la tercera con el seco golpe de gong; o la quinta, quizá una de las más bellas, en su clima más luminoso y fresco. Evocador el lejano punteado en pizzicato de los contrabajos marcando el reloj en la sexta, y muy sugerente el efecto conseguido con la cuerda asordinada en la séptima y última. Las canciones estuvieron muy bien servidas por la mezzo Emily D’Angelo, e interpretadas con notable savoir-faire. Voz sana, un punto seca, la cantante resolvió con eficacia el amplio registro demandante, y, yendo a más, consiguió emitir bellos sonidos plenos y emanar cierto magnetismo. Bihlmaier y orquesta tardaron un poco en acoplarse, pero pronto consiguieron mimar a la cantante, y supieron recrear muy bellamente toda su parte.