Un montaje escénico abrumador para el Requiem más operístico
Zürich. 3/12/16. Opernhaus Zürich. Krassimira Stoyanova (Soprano), Veronica Simeoni (Mezzosoprano), Francesco Meli (Tenor), Georg Zeppenfeld (Bajo). Solistas del Ballet de Zürich - Yen Han, Galina Mihaylova, Katja Wünsche, Alexander Jones, William Moore, Filipe Portugal. Dir. de escena y coreógrafo: Christian Spuck. Dir. de Orquesta: Fabio Luisi. Philarmonia Zürich y Coro, Zusatzchor y Chorzuzüger de la Ópera de Zürich.
La magna obra sacra que Giuseppe Verdi compuso en sus años de receso operístico, entre Aida y Otello, se estrenó en la iglesia de San Marco de Milán en 1874, en memoria de su amigo y admirado escritor Alessandro Manzoni, con quien compartía su ideal en el Rissorgimento y en el de una Italia unida. El Requiem de Verdi está considerado un oratorio operístico, o, incluso se ha llegado a calificar como la mejor ópera del compositor de Busseto, aunque no todos los autores estarían de acuerdo con esto. Hans von Büllow lo calificaría como "ópera en ropaje eclesiástico".
De hecho, la composición se inició años antes, cuando por iniciativa de Verdi quiso escribir junto a otros ilustres compositores italianos, una Messa de Requiem para Rossini con motivo del aniversario de su muerte. Por distintas razones, la partitura no llegó a estrenarse y Verdi adaptó el Libera Me para Rossini a su propia y colosal Messa de Requiem.
Esta producción, que en Zürich se ha anunciado como uno de los puntos álgidos de la temporada, ha unido a las dos compañías estrella alojadas en la Opernhaus, el Ballet de Zürich y los cuerpos estables del teatro, el Coro y la Orquesta Philamornia. Se trata de una primera colaboración que ofreció unos frutos de altísimo voltaje musical, escénico y de danza.
Christian Spuck, director del Ballet de Zürich, ya se había adentrado en alguna ocasión en la dirección escénica de ópera. En su haber cuenta con títulos como La Damnation de Faust (Deutsche Oper Berlin), Orfeo ed Euridice (Staatstheater Stuttgart) o próximamente Der Flienge Hollander también el Berlín. Spuck es un reputado profesional de la danza que después de su carrera como bailarín ha sido coreógrafo del Ballet de Stuttgart, Chicago y desde 2012, director del de Zürich. Ha creado coreografías para compañías como el New York City Ballet, el Berlin Staatsoper Ballet, el Royal Ballet de Flandes o para estrellas como Roberto Bolle. Esta dilatada experiencia, que también le ha llevado a experimentar con el mundo del cine y el 3D, han hecho de Spuck un perfil de hombre de las artes escénicas, visto de manera global. No es de extrañar que su concepto para el Requiem de Verdi, más allá de unas coreografías intensas, algunas más que otras, sea un trabajo teatral de alto voltaje.
Todo ocurre en un único espacio atemporal, donde solistas y coro visten de negro. Los primeros acordes del Requiem, tan lúgubres y misteriosos introducen lentamente a esa misa de muertos, de concepción bien poco sacra más bien de dramática carga conceptual. Una enorme masa negra se percibe en la penumbra del escenario de donde van surgiendo los solistas a medida que la partitura verdiana lo marca. En el primer número de Requiem, se intuye más movimiento escénico que coreografía como tal. Spuck y Luisi pactan situar la orquesta en el foso para garantizar la teatralidad de la puesta en escena. El sonido conseguido por el maestro genovés es contundente y cuidado, con efectos de impacto como el de las trompetas del Tuba Mirum, que sabiamente repartió por los distintos pisos y puntos del teatro - a diferencia de otras direcciones que las sitúan habitualmente en los proscenios -. La intensidad es abrumadora, física. Luisi consigue momentos de cuidado lirismo, donde las cuerdas y maderas tienen un papel preponderante, y escenas de grandilocuencia sonora con un contundente papel de todos los metales, donde en esta ocasión sí funcionaron a la perfección.
Volviendo a la escena y la coreografía, el ballet de Zürich es una compañía muy sólida de remarcable prestigio internacional. Con Spuck profundizan el neoclásico y los nuevos formatos y coreografías que se alejan de los cánones clásicos más pomposos para dar una danza desnuda y pura. Aquí este concepto jugó en favor de un espectáculo global de gran calibre. De las coreografías, las más acertadas quizás, el Dies Irae con un William Moore soberbio, Ingemisco con plañideras beatas eternas - algunos travestidos - con la compañía perfectamente coordinada donde destacaron Francesca Dell'Aria y Alba Sempere Torres. De los Pas de deux, cabe destacar el Agnus Dei con Yen Han y File Portugal y el Lux Aeterna con Guilia Tonelli y William Moore como primer número y Anna Khamzina y Alexander Jones en el seguno pas. El resto del ballet jugó entre un excelente y brillante movimiento escénico - los cambios de número o movimientos a canon del coro con bailarines, eran magistrales -, pasando por algunos conceptos añejos y alguna descoordinación.
Se trata, por tanto, de un espectáculo total - quizás Wagner lo hubiera definido como la versión italiana de su Gesamtkunstwerk -, donde el global hace del espectáculo de gran impacto pero, al desgranarlo, hay que remarcar aspectos que no siempre funcionaron. De los solistas hubo de todo, del soberbio al cumplidor y el de dudoso estilo. El bajo alemán Georg Zeppenfeld fue correcto sin más. De musicalidad, quizás, demasiado contenida, su interpretación careció de emoción aunque sí cantó con elegancia y fraseo cuidado, a pesar de un instrumento poco contundente que quedó manifiesto ya en Mors Stupebit.
El tenor italiano Francesco Meli, que tantas alegrías ha despertado en sus interpretaciones, parece que se obstina en interpretar el Requiem de Verdi cuando su voz le lleva por otros lares. La parte del tenor debe ahondar por partes iguales en íntimo y cuidado lirismo, con pianissimi estratosféricos y momentos de gallardía heroica a lo buen tenor spinto. Meli trompetea y bien con las heroicidades pero está incómodo en los pasajes más delicados y abusa de los falsettones. En Ingemisco hace lo que puede y consigue momentos especialmente bonitos pero carentes de esos contrastes que imprime la partitura verdiana.
Por su parte, la mezzosoprano italiana Veronica Simeoni, bien conocida por el público zuriqués y reciente Adalgisa en el Real de Madrid, hizo gala de una voz de mezzo de manifiesta italianitá, a pesar de algunas desigualdades en la emisión y un instrumento no siempre suficientemente poderoso para superar los decibelios impuestos por Luisi. Se prestó también al juego escénico-coreográfico de Spuck, estableciendo un curioso diálogo con el cuerpo de baile en Liber Scriptus. Además, el Agnus Dei junto a la soprano Krassimira Stoyanova fue delicioso, consiguiendo una compenetración entre lo carnal y lo celestial de ambas voces.
La soprano búlgara es el deleite absoluto de este Requiem. Si se riza el rizo se le reprocharía un punto de falta de contundencia en "movendi sunt et terra" del Libera Me final, pero pocas, muy pocas sopranos la tienen. Stoyanova ofreció lo que es la marca de la casa, un elegantísimo fraseo, los portamenti maravillosos y unos pianíssimi celestiales. La soprano no quedó nunca tapada por la inmensa sonoridad y llegó al clímax con el final del Offertorium en "fac eas de morte transire ad vitam".
El Coro de la Ópera de Zürich, reforzado por el Zusatzchor y el Chorzuzüger, estuvo inmenso, en lo musical, sobre todo, y en lo escénico. Spuck juega con ellos a su antojo y la formación se vuelca en sus movimientos de manera entregada, integrándose plenamente en el espectáculo visual y coreográfico. Luisi consigue una compenetración absoluta y contundente de los cuerpos estables y con momentos memorables como en Dies Irae, Agnus Dei o los estremecedores Tuba Mirum y el Libera Me final.
La desnuda escenografía de Christian Schmidt, junto a una excelente iluminación de Martin Gebhardt, ayudaron a crear esa sublimación visual de Spuck que dejó al público con un nudo a la garganta, mientras ésta se desplomaba lentamente al final del Libera Me. El vestuario de Emma Ryot navegó entre la sobriedad y simplicidad elegante, con la pomposidad, de negro, sobre todo en el número final donde Stoyanova deviene escénica y vocalmente la diva indiscutible.
Al finalizar, 20 minutos de vítores y aplausos con todo el público del teatro en pie. El espectáculo podrá verse por ARTE TV el próximo 18 de diciembre a las 23h.