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Gama de grises

Milan. Teatro alla Scala. 25/05/2024. Donizetti: Don Pasquale. Ambrogio Maestri: Don Pasquale. Andrea Carroll, Norina. Lawrence Brownlee, Ernesto. Mattia Olivieri: Malatesta. Andrea Porta: notario. Orquesta y coro del Teatro alla Scala. Evelino pidò, dirección musical. Davide Livermore, director de escena.

Gama de grises es lo que se vivió en la representación a la que asistí de Don Pasquale en el Teatro alla Scala de Milán. La propuesta escénica de Davide Livermore parte de una buena idea, y es dejar ver en la obertura que la responsable de la situación de Don Pasquale es su propia madre. Al principio se puede ver su funeral, y después como es la responsable de arruinar cada intento de su hijo de estar con una mujer. La idea hace ver la sobredependencia del personaje hacia su madre, con un omnipresente retrato suyo colgado en la pared, y que reacciona moviéndose en proyecciones a las distintas situaciones, proporcionando algunos buenos gags.

Livermore sitúa la acción en los años cincuenta, en la época de los estudios Cinecitta, y utiliza esa estética basada en las películas italianas de aquella época bajo una escenografía que va del gris al negro. Hay escenas conseguidas, como el vuelo de Norina con un coche sobre el cielo de Roma, o el dúo de ésta con Malatesta donde explica como fingir los diferentes estados de ánimo, pero el constante tener que explicar y desarrollar las ideas acaba asfixiando la acción, y el abuso de figuración y acciones paralelas distraen y emborronan el desarrollo narrativo. La constante gama de grises incide en el tono más melancólico de la trama, pero también acaba pesando un tanto en el espectador.

Evelino Pidò fue el director musical, y aunque en este aspecto hubo una general corrección, tampoco su desempeño voló muy alto. La obertura resultó un tanto tensa, y la orquesta, que aunque como es normal necesita un tiempo para calentar, sonó desequilibrada bajo la acústica de mi butaca, con una cuerda muy apagada y unos metales demasiado presentes. Los pequeños desajustes también existieron, e incluso las falsas entradas, lo que es sorprendente en ya una tercera representación. Esto último tampoco importaría tanto, si no se sumase a una -para mi sorpresa- no del todo óptima calidad en su sonoridad tanto en conjunto como en su individualidad, como se apreció en el solo de trompeta antes del Povero Ernesto que canta el tenor. Tampoco el coro brilló, cantando con un empaste mejorable.

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Ambrogio Maestri encarnó al protagonista, con muchas tablas. El cantante se las sabe todas, y aunque el personaje no encaja del todo a su voz, con graves un tanto desguarnecidos, Maestri da perfectamente el tipo, e incorpora algunos buenos elementos tradicionales e inherentes al típico caricato de ópera bufa italiana. El problema vino en su intermitencia en la presencia sonora y en la variedad de intenciones en el desempeño del personaje que, en este aspecto, resultó mejor en los recitativos que el las partes cantadas, dando una última sensación de cierta rutina a su labor.

Poco bueno que decir de Andrea Carroll como Norina, la verdad, blanda, y con una voz muy pequeña y de poco fiato, que además pierde sonoridad y punta según sube al agudo. Las agilidades fueron correctas, cantó afinada, y puso empeño aunque un tanto forzado y poco natural en su desempeño actoral, pero lastró uno de los personajes fundamentales de la ópera también por su falta de variedad musical. Sorprende la contratación de esta cantante en un teatro como la Scala con la abundante oferta que existe de excelentes sopranos para el personaje. 

Hacía bastante que no escuchaba en directo a Lawrence Brownlee, y lo primero que impacta es la poca presencia sonora de su voz. Luego te envuelve el muy bello y acaramelado color de su timbre, y uno se deja seducir por él. El canto es homogéneo, muy sano y siempre correctísimo y super seguro, llegando con mucha facilidad a cada agudo, aunque la poca variedad expresiva y musical con la que le recordaba desgraciadamente sigue estando ahí. 

La más positivo vino sorprendentemente del Malatesta de Mattia Olivieri. Implicadísimo como actor en su vertiginosa faceta de factótum, el cantante se llevó el gato al agua en cada una de sus intervenciones. A nivel vocal mostró una voz sana que ademas timbra muy bien con buenos armónicos a pesar de no ser, per se,  excesivamente grande. Cantó con una extraordinaria dicción dando muestra de una variadísima intención a este respecto, y sorprendió con un rico modo de colorear, acentuar y decir incluso musicalmente en algún cambio de armonía. Bravo.

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Fotos: © Brescia e Amisano