© Miguel Lorenzo / Mikel Ponce
La sugestión
València. 06/06/24. Les Arts. Mozart: Die Zauberflöte (La flauta mágica). Giovanni Sala (Tamino). Serena Sáenz (Pamina). Gyula Orendt (Papageno). Matthew Rose (Sarastro). Rainelle Krause (Reina de la noche). Brenton Ryan (Monostatos). Iria Goti (Papagena). Antonella Zanetti / Laura Fleur / Luzia Tietze (Tres damas), entre otros. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Cor de la Generalitat Valenciana. James Gaffigan, dirección musical. Simon McBurney, dirección de escena.
Junto con Lucia di Lammermoor, seguramente sea La flauta mágica la ópera de la que más producciones distintas he podido ver a lo largo de estos años como espectador y/o divulgador. Si la primera siempre ha sido buscada, la segunda, por lo general, ha sido encontrada. En diez o quince ocasiones, seguramente, pero qué maravilloso es comprobar, una vez más en la vida, que sobre el arte nunca puede, nunca debe, nunca está todo dicho para quien se sitúa frente a él sin prejuicios ni expectativas.
La producción del genial dramaturgo, actor y director teatral Simon McBurney, originalmente en coproducción de la ENO, el Festival de Aix y la Ópera de Ámsterdam, ha cumplido ya, fácilmente, una década. No es que descubra la fórmula de la Coca-cola, pero sin duda y sobre todo gracias a su profuso trabajo en la cohesión del variado todo, el artista inglés consigue una propuesta de lo más sugestiva. Hay una riquísima conjunción de ideas, felizmente llevadas a cabo y sustentadas en la parte teatral y cómica del Singspiel que es, al fin y al cabo, esta Zauberflöte. Hay teatro. No hay revelaciones, tampoco reflexiones desde nuestra contemporaneidad a la pureza del ser humano, la amistad o el amor, ni tampoco a cuestiones de otra índole como la masonería o los momentos racistas o machistas que guarda la obra de 1791.
La escenografía es tan austera y oscura como efectiva, apoyándose en la dirección con la participación de dos artistas que van poniendo imagen y sonido ambiente a la función en pleno directo. Una solución estupenda que termina de coger forma al romper McBurney a menudo la cuarta pared con el público. Hace suyo el espacio total del teatro, algo que es muy bienvenido... e incluso aplaudido cuando - atención spoiler - en un momento dado acaba sonando el himno de València. Hay gags más vistos que el TBO, pero bien efectivos, hay humor, hay sutilidad y sí, hay morcillas y licencias para revisitar o encontrarse por primera vez con la Flauta Mágica.
© Miguel Lorenzo / Mikel Ponce
Y lo que hay es una orquesta maravillosa en un foso levantado, a cargo de un magnífico James Gaffigan. Todo sonó impecablemente. No sólo eso. Sonó tensionado cuando lo requería, elevado cuando era necesario. Hubo drama y narrativa, hubo verdadera música... en una formación que se mostró implicadísima en todo momento con la propuesta escénica, que le requiere bastante. Me pregunto si esto podría hacerse con cualquier foso o si veríamos aquellos atriles fellinianos de Prova d'orchestra... Maravilloso, asimismo, el Cor de la Generalitat Valenciana.
Y además, sobre el escenario, un equipo de solistas adherido a esa narrativa, a todos las exigencias de la dirección de escena y muy solvente a nivel vocal. Naturalísimos y de bello timbre tanto el Tamino de Giovanni Sala como la Pamina de Serena Sáenz, siempre expresiva y con elegantes dinámicas. El personaje de Sarastro requeriría de mayor espacio en la zona grave, pero el trabajo de Matthew Rose fue impecable en el decir y con una voz de empaque en toda su extensión, mientras que Rainelle Kraus dio vida a la Reina de la noche con gran conocimiento de su instrumento, habilidosa en las dificultades del personaje, aquí en un figurín a medio camino entre la Omaíta de Los Morancos y la Blanche Hudson de Qué fue de Baby Jane? Mención destacada para el Papageno de Gyula Orendt, en un registro muy diferente a su reciente Tadeusz en La pasajera del Teatro Real y qué bien resueltos los dos personajes, cargando incluso con una escalera metálica durante buena parte de la función.
En esta temporada lírica que termina en València, tres veces he podido venir a Les Arts (Pan y toros, Un ballo in maschera y esta Flauta Mágica). Las tres veces la sugestión ideada por su equipo artístico ha tenido efecto y he salido admirado por la lírica, 30 años después de mi primera función en directo. Algo bueno, quiero entender, debe decir de cómo se han hecho las cosas por aquí.
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