ibermusica dallas luisi ehnes rafa martin© Rafa Martin. 

Prístino y oscuro

Madrid. 04/06/24. Auditorio Nacional. Fundación Ibermúsica. Obras de Mendelssohn y Tchaikovsky. James Ehnes, violín. Dallas Symphony Orchestra. Fabio Luisi, director musical.

Regresaba la Dallas Symphony Orchestra a Ibermúsica y, por tanto, a Madrid, tras casi 40 años de ausencia. Fue en 1985 cuando realizó su presentación en España, entonces con Eduardo Mata al frente, ahora con Fabio Luisi al frente como su actual titular.

Sin duda, el maestro italiano basó sendas partes de la noche en la construcción del sonido. En su génesis, en ese momento mágico en el que cada atmósfera cobra cuerpo. En cómo surge la belleza, se transforma y, por último, se apaga, a través de la música y el silencio. Que lo uno siempre ha de ser lo otro y viceversa Así, quedó patente en una Sexta sinfonía de Piotr I. Tchaikovsky donde cobró especial relevancia tanto el arranque de la misma como su última disolución, siempre sobre una soberbia sección de contrabajos, exponiendo no sólo lo escrito, sino lo idealizado sobre los últimos momentos del compositor, que coincidieron con la escritura de esta soberbia partitura. Entre tanto, formación y director elevaron una efusiva lectura, con poso, con densidad, donde brilló el clarinete y el lirismo de una cuerda encendida, siempre ponderada hacia la gradual consecución del todo como obra completa. Y tras el encendido Allegro molto vivace (donde, como de costumbre, hubo quien corrió a coger su taxi sin que hubiese terminado la sinfonía), un desolador movimiento final que nos sumergió en la oscuridad y el silencio, bien mantenido por el público.

La labor de Luisi pasó más desapercibida, quizá, en el Concierto para violín de Mendelssohn que ocupó la primera parte, con una lectura prácticamente escorada a resaltar el sonido y técnica, no sé si tanto la narrativa, del violín solista, en manos de James Ehnes. El canadiense no tuvo el mejor arranque en el Allegro molto appasionato y el tema principal quedó desdibujado en sus forma y tempo. Sin embargo, el canadiense regaló a posteriori una magistral clase de técnica y, aun con un sonido no especialmente amplio, desplegó en todo momento un timbre absolutamente prístino, fino y de máxima elegancia que dotó de identidad propia a un Mendelssohn, desde luego, personal. Quiso ofrecer el violinista dos propinas: Ysaÿe y Bach.