Bolena Maestranza JMSerrano 

Memorable Meade 

Sevilla. 8/12/2016. Teatro de la Maestranza. Donizetti. Anna Bolena. Angela Meade (Anna Bolena), Simón Orfila (Enrico VIII), Ketevan Kemoklidze (Seymour), Ismael Jordi (Percy), Alexandra Rivas (Smeton), Stefano Palatchi (Rochefort), Manuel de Diego (Hervey).  Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Graham Vick. Dirección Musical: Maurizio Benini

Hay voces que cuando se oyen en directo por primera vez te impactan desde la primera nota. En ellas se reconoce la excepcionalidad del timbre, la calidad del instrumento, la belleza y el dominio del canto. Todo ello se va confirmando a lo largo de la representación y al final queda ese gusto inigualable que explica tu amor por la ópera. Esa noche, esa voz, pasan entonces a formar parte de tu “historia” operística, esos días que luego recordarás en corrillos y charlas con el un poco geriátrico comentario de “yo oí cantar la Bolena a Angela Meade en el Maestranza”.

Y es que la representación del pasado sábado día 8  de Anna Bolena de Donizetti se puede calificar de gran éxito, destacando el trabajo de las dos protagonistas femeninas, pletóricas en el desempeño de sus complicados pero brillantes roles. No voy a repetir otra vez algunas de las virtudes que despliega la norteamericana Angela Meade con su recreación de la reina Tudor, pero sí puntualizar cómo con esa calidad vocal que atesora brinda una interpretación excepcional, quizá un poco coja de expresividad actoral, pero llena de matices cincelados con maestría. Destacar la robustez de su instrumento, mucho menos ligero de lo que estamos acostumbrados a oír en este papel pero que le permite recorrer toda la tesitura sin ningún problema, con unos agudos nunca chillados, con unos graves bien audibles y redondos. Potencia, sonoridad, perfecta proyección, son otras de las características de su interpretación. Meade se convierte en la auténtica protagonista de la obra, no solamente por lo escrito por Donizetti, sino por el dominio absoluto de la escena y la rotundidad de la caracterización de la reina finalmente decapitada. Difícil destacar uno u otro momento de su trabajo, pero, claro está, el disfrute mayor para el aficionado fue su escena final en la Torre de Londres con unas últimas notas de esas que te dejan pegado a la butaca. Una vez más, magnífica.

Complicado tenía la georgiana Ketevan Kemoklidze al darle la réplica, como Seymour, a Meade. Pero también recibió una gran ovación reconociendo un muy apreciable trabajo. Kemoklidze, que es una mezzo con un color no muy oscuro pero de indudable belleza, demostró el dominio de un papel difícil que se mueve entre la ambición y el arrepentimiento. Su canto se llenó de matices, perfectamente adaptado a las exigencias belcantistas, con unas coloraturas y demás adornos vocales expuestos con elegancia y precisión, con buena proyección y gran presencia escénica. Extraordinario su dúo del segundo acto con Bolena donde las dos demostraron todas sus armas, creando uno de los momentos más emocionantes de la representación. Ismael Jordi es un tenor muy apreciado en Sevilla, y con razón. Volvió a demostrar, como el enamorado Percy, que posee un timbre de gran belleza, una innata elegancia en el fraseo y una expresividad que hacen muy creíbles sus caracterizaciones. Pero esta vez (algún aficionado comentó en el descanso que salía de una indisposición de salud aunque no fue anunciada oficialmente) se le notó que el agudo no se resolvía con la misma facilidad de siempre. Aún así brindó un bellísimo “Vive tu ne te scongiuro”, otra de las páginas más destacadas de la partitura. El menorquín Simón Orfila fue afianzándose poco a poco en su ingrato papel de Enrique VIII. Si en la parte más grave de la tesitura Orfila muestra una voz con excesivo vibrato y una proyección no demasiado limpia, aunque siempre potente y sonora, mejora muchísimo en la zona más aguda, donde se puede apreciar un color de gran belleza. Aunque su papel tiende a realzar la dureza y la brusquedad, supo matizar cuando la partitura lo exigía, y eso que tuvo que bregar con una caracterización (sobre todo peluca y barba) que a buen seguro no facilitó su trabajo.  Aunque empezó dubitativa y poco convincente, Alexandra Rivas, como el paje Smeton, bordó su corta pero bellísima aria “Un bacio ancora, un bacio”, donde se pudo apreciar voz de auténtica mezzo. Muy bien Manuel de Diego como Hervey y bastante menos destacable Stefano Palatchi como Rochefort. El Coro de A.A. del Teatro de la Maestranza, quizá por la disposición escénica que lo mantuvo en algunas posiciones muy hieráticas, no brilló como nos tiene acostumbrados. Es verdad que tampoco la partitura le brinda grandes momentos pero no se notó con tanta nitidez la calidad que siempre demuestra.

Maurizio Benini es un reputado maestro internacional especializado en este repertorio belcantista. Su trabajo en el foso fue impecable, lleno de detalles pero dejando que el protagonismo se lo llevara el escenario. Pendiente de sus cantantes optó por un claro contraste entre los momentos más líricos, lentos pero con tensión, y los de ritmo más vivo. A sus órdenes estuvo la siempre solvente Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, conjunto versátil donde los haya, pues se desenvuelve con la misma profesionalidad en desempeños orquestales tan diferentes como los exigidos por Wagner o Donizetti.

No es fácil romper el cartón piedra o el clasicismo más historicista en el que se puede caer a la hora de escenificar una obra como la que nos ocupa. Graham Vick es un reputado director de escena y los resultados de su propuesta son convincentes, sobre todo en lo escénico (responsabilidad de Paul Brown). Basada en una plataforma rectangular que va girando y donde se desarrolla la mayor parte de la ópera, esa escenografía se completa con detalles minimalistas pero de indudable gusto como los paneles transparentes con motivos tudor que van delimitando las diversas escenas o el final, de gran impacto visual. Más discutible es el riquísimo vestuario firmado también por Brown que mezcla lo renacentista inglés, con toques de moda romántica (como los polisones de los vestidos de las damas protagonistas) o un exagerado vestido a lo “butterfly” que luce Seymour en una de los momentos. Buena iluminación de Giuseppe di Iorio. En cuanto a la propia dirección actoral resulta acertada en lo que respecta a los protagonistas, que se mueven con lógica por la comentada pasarela, pero que se muestra un poco extraña cuando se ocupa del coro, como ya se dijo, muy hierático, recordando un poco a la idea del coro griego, siempre por en un plano más abajo que la escena principal,con gestos a veces de difícil explicación y que no favorece la proyección de sus voces. Aún así es una visión distinta y fresca que mejora la percepción general de la ópera.