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El Filipo II más humano de René Pape

Zürich. 4/12/16. Opernhaus Zürich. Anja Harteros (Elisabetta di Valois), René Pape (Filipo II), Ramón Vargas (Don Carlo), Peter Mattei (Rodrigo, marchese di Posa), Marina Prudenskaya (La principessa d'Eboli), Rafal Siwek (Il grande Inquisitore), Ildo Song (Un frate), Soyoung Lee (Tebaldo), Sen Guo (Voce dal cielo), Otar Jorjikia (Il Conte di Lerma), Andrzej Filonczyk, Dmytro Kalmuchyn, Huw Montague Rendall, Dimitri Pkhaladze, Stanislav Vorobyov y Ildo Song (Deputati Fiamminghi). Dir. de escena: Sven-Eric Bechtolf. Dir de Orquesta: Fabio Luisi. Philarmonia Zürich y Chor der Oper Zürich Zusatzchor y SoprAlti 

El Opernhaus de Zürich repuso esta producción del Don Carlo - en la tradicional versión italiana de IV Actos - que elimina el necesario acto de Fontainebleau,  que profundiza en los personajes y sus motivaciones, especialmente en Don Carlo y Elisabetta, ya que ahí se comprende su renuncia al amor tan en la línea verdiana de vida pública-privada y la convierte en un espejo de lo que luego es Felipe en su gran aria. Parecía una acertada tendencia que los teatros recuperaran la versión de cinco actos, pero en el teatro de la ciudad suiza no ha llegado. 

El actual director del Festival de Salzburgo, el alemán Sven-Eric Bechtolf es quien firma esta producción que según parece en 2012 gustó bastante al público zuriqués. Cuatro años más tarde la producción parece demodé, sin interés teatral, con elementos de aburrida simplicidad y con un trabajo de personajes totalmente plano. Con algún aire a la conceptualización de Willy Decker, Bechtolf queda lejos de las magníficas propuestas de su compatriota alemán que tantas pasiones ha despertado. Con este Don Carlo, Bechtolf busca cumplir con el libreto y no arriesgar, con lo que le lleva a una lectura sin emoción. Se toma alguna licencia, como que Tebaldo aquí es una dama de la Corte en vez del paje de la reina y en el final de la obra donde Carlo V no consigue llevarse a su nieto, si no que el infante Don Carlo es aplastado por los esbirros del Inquisidor, cual Salomé bajo los escudos de los soldados de Herodes.

Fabio Luisi, al día siguiente de haber cosechado un enorme éxito con el Requiem verdiano escenificado, ofrece aquí una versión no tan centrada aunque también muy vibrante, que fue de menos a más. Los metales, especialmente las trompas, denotaron algún desajuste que fue afectando en general a toda la orquesta y durante la obra. La introducción del monasterio de Yuste parecía mecánica y poco mística. Las maderas que tantas alegrías habían dado el día anterior también se contagiaron de una dirección más bien rutinaria. Todo ello fue sucediendo durante los dos primeros actos, para terminar en un Auto de Fe, sin demasiado impacto y con alguna imperdonable descoordinación. Sin embargo, a partir del III Acto las cosas cambiaron de rumbo y Luisi sacó el poderío del mejor Verdi que él sabe ofrecer. La introducción a la gran escena de Felipe II fue maravillosa, con ese solo de Cello conmovedor. El maestro genovés también consigue una intensidad estremecedora en el dúo de Felipe II y el Inquisidor. La introducción del IV Acto es magnífica y los trombones brillan especialmente con majestuosa melancolía, para terminar una coda final algo acelerada, como haría Inbal en la versión de Verona pero es que ahí Caballé era quien "decía" la última nota y no fue el caso en Zürich.

Vocalmente fue un reparto compacto aunque sin poder decir que fuese de "campanillas", sí fue muy solvente y supo mantener la tensión dramática, más desde el aspecto musical que en el escénico. Brilló especialmente el gran bajo alemán René Pape como Felipe II, quien sacó punta a todos los matices del complejo personaje, con ese instrumento carnoso y cálido que posee. Aunque estuvo contundentemente autoritario en "Contessa, al nuovo sol in Francia tornerete", el suyo sigue siendo un monarca más humano que regio, que se vislumbra en su Duetto con Posa a pesar de la advertencia en "L'audacia perdono...non sempre" que resulta más una súplica que una amenaza. Y es en "Ella giammai m'amò" donde Pape conmueve, con un control absoluto del fraseo y de la messa di voce. Su enfrentamiento con el Gran Inquisidor de Rafal Siwek llega al escalofrío, por lo espeluznante del segundo - el bajo polaco posee un instrumento de gran volumen que le otorga el peso dramático necesario - y la impotencia del primero.

Por su parte, Anja Harteros es una Elisabetta muy musical y resignada a sacrificar su destino personal por la paz de su pueblo. El instrumento de la cantante alemana de origen griego es bien conocido: registro central muy sólido, fiato generoso y agudo de brillante esmalte, a pesar de abusar de la nasalidad en el registro grave. El fraseo es muy elegante y posee una depurada dicción que junto a una sentida musicalidad hacen que cada palabra de su Elisabetta cobre sentido. "Non piangere mia compagna" no resulta del todo sincero, al igual que el precedido dúo con Carlo "Io vengo a domandar", quizás por que no sea esto lo mejor que se le ha visto a Vargas. Sin embargo, en "Tu che la vanità" Harteros está soberbia, apianando cuando lo conviene y con intensidad y lamento. Sin duda, de lo mejor de la noche.

El Carlo de Ramón Vargas no es que esté mal cantado, simplemente el tenor mexicano ha perdido parte de aquello que como cantante lo hicieron un referente internacional. El esmalte, el instrumento brillante, la facilidad para un canto entregado. Hoy Vargas parece más bien una sombra de lo que fue y cuando no llega tiende a forzar. Con todo, su voz mantiene la calidez que siempre había tenido y la elegancia y saber decir.

Por su parte, del Posa de Peter Mattei no habría nada que reprochar, ya que canta fantásticamente y de manera entregada. El barítono sueco es apasionado y su "Per me giunto" culmina con "Oh Carlo ascolta" muy bien interpretado. Sin embargo, la suya no es una voz verdiana, más adecuada para un Conte de las Bodas mozartianas, quizás. Por ello, para poder engrosar el instrumento, su emisión resulta en ocasiones forzada que afea una voz de por sí, especialmente bonita. 

Debutaba en el Opernhaus de Zürich la mezzo rusa Marina Prudenskaya y lo hacía por todo lo alto con Eboli, un papel de lo más comprometido en su cuerda. Su interpretación resulta un tanto histriónica y exagerada. El registro es amplio, a pesar de calar descaradamente en los fatídicos Do bemol y Si bemol de "O don fatale", y estuvo especialmente inspirada en el terzeto del segundo acto con Carlo y Posa. La dicción es bastante deficiente pero el color es homogéneo y consigue superar la densidad orquestal impuesta por Luisi.

Finalmente, resulta un verdadero acierto el proyecto de Opera Studio del Opernhaus de Zürich que incluye a los jóvenes cantantes más destacados en los roles comprimarios de la temporada, donde especialmente acertado el bajo Ildo Song como Frate.