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Maravillas contrastadas

Madrid. 11/12/16. Auditorio Nacional. Temporada 16-17 de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Obras de Dvorák y Schumann. Pablo Ferrández, violonchelo. Orquesta Nacional de España. Christoph Eschenbach, dirección.

La música da lo mejor de sí misma cuando se entrega en su totalidad a nuestro interior, o completamente hacia el exterior . Una suerte de gnoseología musical socrática si quieren. O algo más sencillo si lo prefieren: la música no deja nunca de hablar de nosotros, bien sea desde fuera o desde dentro, y desde ambos lugares se suele llegar al otro. Digamos que el pasado fin de semana, en el Auditorio Dvorák fue el presocrático, con todo un estudio del mundo exterior del nuevo mundo que lo forma, en continuas explosiones melódicas, mientras que en maravilloso contraste Schumann se presentó como el Sócrates del violonchelo, en un discurso interiorizado de su música.

Lo de Schumann es viaje incomprendido hacia el interior de las entrañas del compositor. Una música que no fue comprendida (ni interpretada) en su tiempo y que ha necesitado del paso de los años para su asimilación, pues tal es la carga emocional e introspectiva que encierra este cuasi-soliloquio al cello. En estos tres movimientos unidos como uno sólo, Pablo Ferrández demuestra por qué es ya una de las grandes figuras del violonchelo internacional, la ductilidad de un sonido y un timbre terso, en cierto modo pequeño a la par de homogéneo, frágil incluso por qué no, añadieron puntos al discurso poético de Schumann. Estas formas le regalaron su verdad, sin pasajes virtuosísticos o melodías características de las que el compositor despojó al concierto. A su lado una orquesta completamente plegada a los aires camerísticos, donde brilló la cuerda por su equilibradísimo discurso, fruto del temple del Maestro Eschenbach. A recordar el Langsam que conformaría un clásico segundo movimiento, con sensibles maderas, el suave pizzicato de la cuerda, el discurso emocionado de Ferrández y el acompañamiento al chelo de Miguel Jiménez, quien por segundo concierto consecutivo bordó su intervención.

En contraste socrático pues, una sinfonía que en lo popular llega a hacer sombra a los mismísimos Mozart o Beethoven. No muchos saben pronunciar su apellido, pero pocos no recuerdan alguna de las geniales músicas de (Antonín) Dvorák. Su Novena mueve masas y montañas, cruza océanos y describe nuevos mundos, es una expresión y análisis del exterior a base de fantásticos estallidos sonoros y arrebatos melódicos. Tal vez sea esa una de las razones por las que agota entradas allí donde se programa (en los tres días en Madrid se vendieron todas las localidades) , máxime cuando se cuenta con unos nombres propios como los que aquí se han dado cita para darle vida. Christoph Eschenbach, flamante nuevo Principal director invitado de la Nacional, parece ser uno de esos Maestros de los que, una vez subido al podio, deja que todo fluya confiando en todo el trabajo anteriormente realizado durante los ensayos. Así, parece dejar hacer a la orquesta y sin ser sus lecturas particularísimas, aunque sí hallamos detalles que nos muestran una visión propia, como en la ligero y muy volátil Obertura Carnaval que abrió la noche, pero también en la sinfonía, en el uso de la síncopa, en el balanceo, sin llegar a fuerte contraste, del primer movimiento de la Novena. El color tendente al oscuro y ese ápice sutilmente amargo en el timbre de la  formación dibujaron un denso, más terrenal que elevado Largo, exquisito en cualquier caso. Llegados al Scherzo y el fuoco final, donde ya sí que sí tantos directores incurren en tensiones y distensiones propias (y es que quizá sea esta una de las músicas que más piden al cuerpo aquello de desbarrarse, tanto, por otro lado, como pudiera pedirlo una 960 de Schubert), Eschenbach tensa las riendas y el clímax dvorakiano da lo mejor de sí mismo. Lo he dicho otras veces, los grandes intérpretes llegan a genios extrayendo hasta las últimas consecuencias lo mejor de su visión personal siempre sobre la partitura del compositor. Eschenbach no llega lejos en este aspecto y se queda cerca del compositor, lo cual es otra manera de poder ser llamado genio. Lástima, todo hay que decirlo, de un error particularmente llamativo en las maderas, impecables en el resto de su labor. Hubiese sido una versión más que notable. De hecho, aún con ello, ¡lo fue!