Tugan Sokhiev credit Patrice Nin 1 

Un Requiem final

Donostia. 19/12/2016. Auditorio Kursaal. Orquesta Nacional del Capitolio, de Toulouse y Orfeón Donostiarra. Eine deutsches Requiem, de J. Brahms, con Claudia Barainsky (soprano), Garry Magee (barítono) y Tugan Sokhiev (dirección musical).

Como colofón a la capitalidad cultural europea de Donostia 2016 se planteó un concierto con elementos de casa (Orfeón Donostiarra) y otros cercanos y habituales por estos lares (Orquesta Nacional del Capitolio, de Toulouse), todos bajo la dirección de ese grande que es Tugan Sokhiev. Habrá habido algún malpensado que vista la evolución de la capitalidad europea haya deducido que nada más adecuado para su final que un réquiem, aunque este sea el austero y sobrio Ein deutsches Requiem, de Johannes Brahms.

La capitalidad europea ha sido un momento –largo- claramente desaprovechado para esto de la música clásica y la lírica y quizás ello merezca un artículo monográfico. Una ciudad que se autoconsidera ejemplar en muchos aspectos ha evitado considerar a la música clásica y a la lírica –especialmente a esta segunda- centro de su propuesta cultural especial. Incluso proyectos que nacieron ajenos a la misma y que fueron asimilados por aquello de dotar de cierto cuerpo a la capitalidad han desaparecido sin que hayamos los aficionados recibido justificación alguna, y ello a pesar de algunas grandilocuentes declaraciones y anuncios realizados la pasada primavera a través de la prensa, caso del previsto estreno de Ignatius, la primera ópera de Tomás Aragüés.

Como final de esta introducción no puedo sino certificar mi estupor al ver tantas butacas vacías en platea siendo como era una oferta interesante y conocido el tirón –lógico- del Orfeón. ¿Demasiados invitados que fallaron? ¿Poca publicidad? ¿Poco interés?

La noche brilló hasta donde pudo por dos columnas que sostuvieron el edificio brahmsiano con firmeza: por un lado, un Orfeón sobresaliente, con capacidad de apianar (la entrada del coro fue sencillamente espectacular, con ese piano sostenido en la aparente nada) y un director que aunque abusó quizás de morosidad fue muy coherente en su planteamiento pues Tugan Sokhiev llevó con mimo una obra por la que supo transmitir pasión. Sirva como ejemplo del planteamiento del director la consistencia de los momentos fugados donde su pericia facilitó el encuentro de la mencionada morosidad y la claridad que percibió el oyente. Estuvo además desde su atril claramente implicado con la obra y con las dos agrupaciones, la orquestal y la coral. 

Al Orfeón no cabe reprocharle casi nada en la intención; quizás mayor contundencia en las voces masculinas pero desde luego esto se hará más desde la búsqueda de la inexistente imperfección más que desde la crítica por fallos que no existieron.

Los solistas, la soprano Claudia Barainsky y el barítono Garry Magee no brillaron a la misma altura; ella tuvo un comienzo titubeante que aunque superó en las siguientes frases marcaron una intervención excesivamente controlada y ¿rutinaria? La lectura del barítono fue casi liederística, entendiéndose este calificativo no como algo peyorativo sino como algo desequilibrado ante orquesta y coro. En cualquier caso, no supusieron hipoteca para la velada.

Un apunte para la inaceptable actitud de parte del público: hasta cinco teléfonos se escucharon, varios avisos de WhattsApp, ruidos de llaves, de bolsas de plástico y sus caramelos, de paraguas cayendo con estruendo al suelo (así se rompió la magia del inicio coral, por ejemplo),… y las malditas toses. De verdad que el número de tísicos momentáneos en Donostia era elevadísimo, porque a la salida, ya en la calle y a pesar de lo desapacible de la noche ya no tosía nadie.

En definitiva, un concierto notable para cerrar una capitalidad gris en lo de la música clásica, gris tirando a negra, como la noche que con su hermosa negritud cubrió Donostia ese lunes. Una lástima.