© Todd Rosenberg
Encontrar la alegría en Mahler
Ámsterdam. 15/05/2025. Concertgebouw. Mahler Festival 2025. Mahler: Sinfonía no. 7. Chicago Symphony Orchestra. Jaap van Zweden, dirección musical.
La Orquesta Sinfónica de Chicago ha visitado el Concertgebouw de Ámsterdam para una residencia de dos conciertos en el marco del Festival Mahler 2025. Liderada por el director invitado Jaap van Zweden, la CSO es la primera orquesta norteamericana en presentarse en este festival, que alcanza ya su tercera edición. Tras interpretar la Sexta Sinfonía de Mahler la noche anterior, presentaron aquí la Séptima Sinfonía de Mahler (1904-1905). La CSO mantiene una estrecha relación con directores holandeses que se remonta a la época de Bernard Haitink, director principal de 2006 a 2010, y ahora con Jaap van Zweden, quien tocó en la edición anterior del festival en 1995 como concertino de la Orquesta del Concertgebouw. Con Klaus Mäkelä, director principal designado tanto de la CSO como de la RCO, las conexiones continúan. Como suele ocurrir con la música de Mahler, abundan las conexiones históricas.
Mahler se inspiró para la obra en el cuadro de Rembrandt, La ronda de noche, colgado al otro lado de la calle en el Rijksmuseum. Su representación de una marcha nocturna y su eficaz uso de la luz y la sombra se emplean con gran eficacia en las dos Nachtmusik. Mahler dirigió el estreno holandés en La Haya el 2 de octubre de 1909, además de dos interpretaciones en el Concertgebouw. En el primer Festival Mahler de 1920, Alma Mahler regaló posteriormente el manuscrito al director titular de la RCO, William Mengelberg. Ahora ese manuscrito es el centro de atención de una exposición del Rijksmuseum, junto a retratos de Mahler. Tras escuchar la Séptima en ese mismo Festival Mahler de 1920, el entonces director musical de la CSO, Frederick Stock, llevó la obra a Estados Unidos, donde se estrenaría al año siguiente. La historia, estos días, parece respirar por todos los rincones en el Concertgebouw.
Un inicio algo ambiguo, rematado por un bombo vibrante, predispuso el escenario. Adaptándose a su entorno, el solo de trompa tenor llenó la sala con naturalidad. Sus notas descendentes trasladaron no solo un aire de patetismo, sino también un aliento de optimismo. Todo hacía presagiar una interpretación grandilocuente; van Zweden utilizó su amplio conocimiento de la sala para crear un sonido envolvente. El trompeta principal, Esteban Batallán, se lo estaba pasando en grande tras un año sabático con la Orquesta de Filadelfia. Quizás recordando su participación como invitado con la Orquesta del Concertgebouw en 2010, sus delicadas intervenciones de trompeta, junto con los armónicos del violín y el áspero flautín, aportaron una calma momentánea. Unos breves destellos de resolución tonal, mientras el arpa y los violines se elevaban hacia el cielo, inundaron la sala de misticismo.
Todo parecía ir bien; sin embargo, un potente trombón presagiaba turbulencias. Cuerdas disciplinadas, panderetas vibrantes y platillos estruendosos prepararon el terreno para una conclusión jubilosa. Un intercambio de trompas sólido como una roca abrió la primera Nachtmusik de Mahler: un paseo nocturno por Viena, con música que ahora algunos conocen mejor como el anuncio de Castrol GTX de 1982. Los estridentes trinos del clarinete transformaron el ambiente mientras una atrevida melodía de trompa marcaba el camino. Volviendo por segunda vez con el tintineo de los cencerros, esta melodía de trompa parecía un poco más oscura. Sin embargo, Van Zweden seguía encontrando la alegría, a veces literalmente bailando en el podio.
El conjunto pareció agitarse un tanto en el tórrido Scherzo, como si los músicos ejecutasen la música de manera frenética, en lugar de encontrar un fraseo propiamente dicho. En contraste, la segunda Nachtmusik sonó llena de encantadores acompañamientos de guitarra y mandolina, una auténtica delicia. Situada junto al arpa, los vibrantes trinos de la mandolina (muy diferentes a la orquestación de cualquier sinfonía anterior) propiciaron un final mágico.
Los estruendosos timbales y metales abrieron el Rondo-Finale. Al igual que el Scherzo, el reto aquí consiste en abrirse camino a través de interminables fragmentos aparentemente inconexos y crear un todo cohesivo. El lenguaje de Mahler, como en gran parte de esta sinfonía, oscila constantemente entre el romanticismo del siglo XIX y la modernidad de principios del siglo XX. Deslumbrantes glockenspiels, tam-tams absorbentes, bandas de música, fagotes vibrantes y sonoridades infantiles, todo ello conjuró un verdadero popurrí polifónico. Impactantes platillos y campanas resonantes propiciaron raros momentos de conjunción sonora. Van Zweden y la CSO disfrutaron con la ejecución en todo momento. Fue un final verdaderamente glorioso.