IndiasGalantes_0517.jpg© Javier del Real | Teatro Real

Herederos del Sol

Madrid  28/05/25. Teatro Real. J. P. Rameau: Les andes galantes (extractos). Amor / Phani / Fatime / Zima (Julie Roset). Hébé / Èmilie / Zaïre / Atalide (Ana Quintans). Valère / Don Carlos / Tacnas / Damon (Mathias Vidal). Bellone / Ousmane / Huascar / Ali / Don Alvar (Andreas Wolf). Estructure Rualité. Dir. Artística y coreografía.: Bintou Dembelé. Chœur de chambre de Namur. Dir. Coro.: Thibaut Lenaerts. Cappella Mediterranea. Leonardo García-Alarcón, Dirección musical. Producción de Cappella Mediterranea, Estructure Rualité CAV&MA.

Emocionante première barroca con un 'concierto coreográfico', como lo llaman sus propios creadores, donde la música de Rameau y el baile de trazos hip-hop y Krampe, levantaron un espectáculo hermoso lleno de pasión y sentimientos en una lectura históricamente informada de ribetes extraordinarios.

Fue una noche de estreno nacional, una música inédita en el escenario del Teatro Real de Madrid y en España de un compositor al que por fin se le está haciendo justicia poco a poco en nuestro país: Jean-Philippe Rameau (1683-1764).

El director musical argentino, Leonardo García Alarcón, elevó el listón musical para reivindicar una música que puede dejar ojiplático al melómano menos versado en un periodo, el del barroco francés, que fue clave y central en la historia de la música francesa y de la historia de la ópera universal.

Con su conjunto Cappella Mediterranea, y un  reducido grupo de cuatro magníficos cantantes solistas que se repartieron los diecisiete roles que contiene esta extraordinaria ópera, Alarcón trazó un a dirección musical de primer nivel. Viveza, contrastes, llena de energía, donde la pulsación barroca se transformó en un ritmo musical y dramático como un torbellino que galvanizó un equipo musical de primer nivel.

Este extracto de la ópera Les indes galantes (París, 1736), deja una obra de algo más de tres horas en una hermosa selección de poco más de dos horas.

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La ópera que significó el primer y dificultoso éxito de un compositor que triunfó tardíamente en el exigente mundo de la ópera francesa de su periodo, Rameau tenía más de cincuenta años cuando la estrenó, contiene una música sublime, que se encuentra entre lo mejor de su creador. Con una trama fantástica que separa su prólogo y cuatro actos, en tierras lejanas como Turquía, el Perú de los Incas, Persia y los EE. UU. en la época colonialista francesa y española, la partitura muestra una invención dramática al nivel de sus grandes coetáneos: el Händel de Inglaterra y el Vivaldi de Italia. 

Este 'concierto coreográfico' presentado en el Real, está basado en la producción de la ópera entera que se presentó en la Ópera de la Bastilla de París en 2019, donde fue estrenada en una producción con la firma en la dirección de escena de Clément Cogitore con la coreografía de Bintou Dembelé, y que fue un rotundo éxito de público.

Aquí, en esta producción que lleva la firma de Cappella Mediterránea y Structure Rualité (compañía de Bintou Dembelé), condensa la producción vista en París en 2019, y la despoja del elemento escénico centrándose en la relación directa entre los músicos, situados en la escena, los cantantes del coro, que hacen a la vez de actores, los solistas vocales y el cuerpo de baile, quienes interactúan constantemente con entradas, salidas, desde escenario y desde el público, rompiendo la barrera escenario-espectador.

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La mezcla no solo funciona, preciosista juego de luces firmado por Benjamin Nesme, sino que la dramaturgia de Noémie N’diaye con las coreografías de Dembelé transportan al espectador a un espectáculo integrador de las artes, en el más puro concepto barroco francés del arte total que fusionó música, canto y danza.

En ese aspecto, Rameau, que fue un compositor rompedor pero también continuador de la tradición francesa que creó el concepto de la ópera nacional firmada por Lully. El compositor nacido en Dijon, se muestra como un heredero de esa corte del Rey Sol, que puso a la danza y la música escénica en el centro del universo de las artes. 

Este “Concierto escenográfico” triunfó gracias a unos músicos maravillosos. Cappella Mediterránea demostró porque están en primera linea de las formaciones de instrumentos de carácter historicista actuales. Belleza teatral de conjunto, fineza en la ejecución, elegancia en el estilo y una seductora e irresistible interpretación humanista del conjunto que construye García Alarcón con la majestad de un consumado especialista.

Lo mismo cabe decir del empaste orgánico, dulce, flexible y empático del Chœur de chambre de Namur. La formación coral no solo iluminó sus partes con la excelencia de un conjunto maduro y generoso, impactantes en la “Fiesta del sol”, sino que actuó en la producción con una entrega escénica digna de artistas consumados. Bravo por su director Thibaut Lenaerts.

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Entre los cuatro solistas, todos ellos en estilo y de instrumentos llamativos que contrastaron entre sí, cabe destacar el trabajo de las dos sopranos. Julie Roset, encargada de cantar las arias más emotivas y espectaculares de la ópera, Viens Hymen (como Phani en el acto de Los Incas del Perú, con un preciosista solo de flauta que paró el tiempo) y Régnez (como Zima en el acto de los Indios Norteamericanos), demostró una emisión limpia, adecuación estilística, timbre atractivo y control de la tesitura conjuntando expresión y preciosos colores en los matices.

La portuguesa Ana Quintans, por su parte, inició el prólogo de la ópera desde el palco Real del teatro con una atractiva mezcla de rigor, perfección idiomática, incisión tímbrica y un severo color que lució en toda la ópera. Fue una sentida Émile y una volátil Zaïre que empastó a las mil maravillas en uno de los hits de esta ópera-ballet inolvidable, el cuarteto Tendre amour, donde las cuatro voces se unen en un tejido vocal que parece anticipar las finuras melismáticas del Mozart del Cosí fan tutte.

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Por su parte, en la siempre extrema y difícil particella de haute-contre, cumplió con sensibilidad y veteranía el tenor francés Mathias Vidal. Si bien su estilo pluscuamperfecto, su dicción y articulación fueron las de un superespecialista, la voz se resintió en la parte más aguda del espectro vocal. Con un sonido a veces tirante, a veces apretado, que supo compensar con una extrema sensibilidad en el fraseo y expresión.

El bajo alemán Andreas Wolf, demostró la firmeza de un instrumento rotundo, de sonido pleno y gran emisión, que supo lucir como Huascar especialmente en el acto de los Incas. Quizás pecó de pocas inflexiones y falta de matices, con un canto siempre presente, al que le faltó restarle un vibrato que asoma constantemente y pulir los matices y colores que pide una partitura tan extraordinaria e imaginativa como esta.

La dirección de escena de la coreógrafa Bintou Dembelé, conjugó la humanidad que desprende la lectura de García Alarcón con la fuerza telúrica de unos bailarines que desprendieron energía escénica y ritmos danzantes contagiosos. El apriorismo que en principio separa el baile urbano hip-hop y reivindicativo del Krampe, se muestra aquí con una naturalidad camaleónica que se ajusta a la música de manera sorprendente. Los bailes siempre fluyeron con naturalidad, con la admirada calidez de unos bailarines que fusionaron sus cuerpos con la escena y los cantantes como sombras y destellos de la partitura.

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Fue una fiesta escénica difícil de olvidar, un estreno nacional de una música injustamente olvidada en España. Solo cabe lamentar que la ópera no se escenificara entera, con cortes de algo más de una hora de música entre recitativos y arias y música de ballet.

Fue el triunfo de la imaginación coreográfica de un tándem García-Alarcón, digno heredero solar de los Incas como el mismo se autodenomina, un “salvaje” argentino de mucha honra, con la imaginación y activismo dancistico de Bintou Dembelé, quien consigue exorcizar el pasado colonial y explotador de los “salvajes” con un baile que explotó extroversión racial y poder rítmico.

Para el recuerdo del Real quedará ese final de la ópera que componen el momento musical más célebre de la obra, la Danse du Grand Calumet de la Paix en rondeau “Les Sauvages”, donde los bailarines, los cantantes y el coro extasiaron al público con el “Forêts paisibles”, seguido del ariette final de Zima, un rayo de sol vocal conclusivo inolvidable “Régnez, Plaisirs et Jeux”, para cerrrar la ópera con la chacona instrumental donde Rameau se reivindica como el verdadero heredero del sol barroco francés.

Fotos: © Javier del Real