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No se puede ser más grande

Berlín 2/10/2025. Philharmonie. Weber, Schubert, Beethoven. Orquesta Filarmónica de Berlín. Daniel Barenboim, director. 

Terminada la primera obra que abría el concierto, la obertura de Oberon de Carl María von Weber, Daniel Barenboim, director de tres conciertos con el mismo programa con la Orquesta Filarmónica de Berlín, bajaba con cierta dificultad del podio. El escalón era grande, y primero dudando pero luego con decisión, el maestro argentino se lanzó. El concertino de la Filarmónica hizo amago de levantarse, pero Barenboim ya estaba abajo, y a los dos pasos, se volvió al público de manera desafiante, se paró unos segundos, y dijo con la mirada: “Creéis que estoy acabado pero aún estoy aquí y soy el de siempre”. El público sonrió y arreció en sus aplausos. No se puede ser más grande.

Y lo demostró Barenboim comenzando con una lectura precisa, clara y bellamente clásica de la obertura de Weber que comentábamos. Con una elegancia extrema, atenuando el sonido empezó la parte más lírica de la composición pasando después a expresar con claridad meridiana el tema más alegre, claramente relacionado con la obra más conocida de Weber, El cazador furtivo. Y es que si por algo se caracterizó este concierto fue por la exposición perfecta de los temas de cada obra. El insigne director, casi sin movimientos ostensibles, seguramente dirigiendo con los ojos, como tantas veces ha hecho, puso en marcha ese mecanismo perfecto que se llama Filarmónica de Berlín. Breves pero contundentes gestos con la mano izquierda, la derecha con una batuta pocas veces esgrimida, pero segura, y sutiles movimientos, fueron suficientes para que la música fluyera con una perfección apolínea, sin aportaciones extremas, sin abuso de ritmos o volúmenes, dibujando esa línea que iba del clasicismo al primer romanticismo impuesta por el programa. 

Y es que dos séptimas sinfonías, a cual más conocida, formaban el plato fuerte de la velada. Primero fue la Sinfonía nº 7 en Sí menor, la Inacabada, de Franz Schubert. Una obra que surgió en tiempos convulsos para el compositor vienés y que significa un hito importante en el repertorio sinfónico por su comienzo y desarrollo, por lo diferente y atrevido que podía sonar a comienzos del siglo XIX esta estructura oscura que abre la obra. No se sabe a ciencia cierta la razón de que no se acabara, hay muchas especulaciones, pero lo que nos debe quedar claro es que en sí, pese a existir esbozos de un tercer movimiento, la sinfonía tiene autonomía propia y parece que no falte nada en ella. Barenboim demostró conocer a la perfección la Inacabada. Como en el resto del concierto, no utilizó partitura, brotando de su memoria esta obra maestra. Resultará reiterativo pero hay que volver a destacar la versión apolínea, de líneas bien definidas pero siempre con un deje de indudable pasión, una lectura romántica pero sin excesos, clásica en su desarrollo, brillante en sus matices. De todos los grandes momentos que nos deparó la pieza destacaría el dúo de clarinete y oboe del segundo movimiento, un maravilloso trabajo de los solistas dirigidos de forma exquisita por el maestro.

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Entrar en el mundo de Beethoven con su Séptima Sinfonía es entrar a lo grande. Siempre ha sido mi obra favorita del maestro de Bonn y esta versión, casi sin pausas (no solo entre el tercer y cuarto movimiento que se suelen enlazar), como un todo que no descansa, que se expone en toda su belleza ante los oídos atónitos de un público que seguramente ha escuchado muchas veces la obra, pero que ahora la descubre más estilizada, más clara, transparente y a la vez, milagro de la batuta, más cercana, más íntima. Barenboim no tenía prisa, no se lanzó a cabalgar por la partitura de Beethoven. La desgranó y nos la ofreció de la mano de una orquesta que para describirla se agotarían los adjetivos admirativos. El segundo movimiento fue toda una declaración de intenciones: reposado, pero firme, como el propio Barenboim. El final, trepidante pero perfectamente delineado, fue simplemente perfecto. Y es que, no nos olvidemos que la Filarmónica de Berlín es una máquina estupendamente engrasada, que parece una sola voz pero en la que puedes reconocer cada uno de los instrumentos y la maestría de cada componente. Era un programa muy conocido para ellos pero lo tocaron con el entusiasmo de una primera vez, con la profesionalidad que les caracteriza y, creo, que como homenaje al gran director que tenían delante. 

Fue una noche muy especial: por la presencia de una de las figuras más importantes de la música clásica desde hace más de cincuenta años, por oír una orquesta que siempre roza la perfección, por un programa de esos que te hace recordar tantas audiciones juveniles y porque se estaba en un marco ya mítico como es la Philharmonie de Berlín. Inolvidable.

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Fotos: © Monika Rittershaus