Rigoletto2 Oviedo 

Títulos que nunca fallan

Oviedo. 26/1/2017. Teatro Campoamor. Verdi: Rigoletto. Vincent Romero (Duque de Mantua), Damián del Castillo (Rigoletto), Cristina Toledo (Gilda), Felipe Bou (Sparafucile), Alessandra Volpe (Maddalena) Ricardo Seguel (Monterone) . Dir. de escena: Guy Joosten. Marzio Conti, dirección musical. Orquesta Oviedo Filarmonía

Al espectador actual, que sigue las declaraciones de Trump desde su móvil, poco podrán sorprenderle las acciones del Duque de Mantua, antagonista de Rigoletto. El duque es sólo un dirigente misógino, sin tupé, que abusa de su poder y se mofa de los discapacitados. Esto, que tan familiar nos resulta, no era admisible para los censores austriacos del siglo XIX, quienes vieron en la obra de Verdi un ataque directo contra la moralidad imperial. Tras algunas modificaciones, el compositor de Busseto consiguió finalmente estrenar su trabajo en Venecia, donde el ambiente pre-libertario de la ciudad -en constante sublevación contra el anexionismo de Austria- hizo de la obra un éxito indiscutible. 

Francamente, tratándose de una ópera con semejante historia a sus espaldas, sorprendió el escaso alcance de la propuesta escénica firmada por Guy Joosten este pasado jueves. Limitándose a enmarcar la acción, el regista no logró aportar un valor añadido a su trabajo, que será recordado sin pena ni gloria frente a los excelentes resultados del elenco protagonista. Optando por una estética atemporal un tanto confusa, Joosten nos mostró desde vestuario del siglo XVII hasta una caracterización al estilo años 40 reservada para el Conde de Monterone, que maldijo a Rigoletto pistola en mano. Ya en el tercer acto, tampoco convenció el enfoqué incestuoso con que el regista belga abordó la relación entre Maddalena y Sparafucile, a todas luces gratuito. 

La de Joosten resultó, en suma, una propuesta clásica disfrazada de moderna, capaz -eso sí- de respetar buena parte del dramatismo inherente a la partitura, remarcando la importancia de la maledizione como motor de la acción. A la vista de lo anterior, la escena debió apoyarse en gran medida sobre los cantantes que la formaron, ofreciendo la Ópera de Oviedo dos repartos diferentes para un mismo título. Sobre el primero, encabezado por Albelo, Rodríguez y Pratt, ya hemos hablado en una crítica anterior; a propósito del segundo, cabe reconocer la solvencia con que la asociación ovetense ha sabido copar los papeles protagónicos, ofreciendo una alternativa que, a la vista del completo aforo, fue muy valorada por el público carbayón. Está claro, hay títulos que nunca fallan.

El Rigoletto de Damián del Castillo fue, de largo, la interpretación más meditada del segundo reparto. Con unos medios generosos que sabe gestionar, su personaje se desenvolvió sin problemas sobre las tablas del Campoamor. Si bien su vocalidad nos pareció más cercana a la de un barítono lírico que a la de uno dramático, tal y como demanda la partitura escrita por Verdi, sus buenas intenciones escénicas terminaron por confirmarle como una buena opción para el rol.

Vincent Romero defendió un Duca al que, por desgracia, le pesó mucho la inevitable comparación con el de Albelo. Ocupado en hacer frente a las complejidades técnicas de la partitura, el fraseó de Romero resultó plano y monótono, incapaz de perfilar todas las aristas de un personaje que debe diferenciarse en cada acto.

Cristina Toledo firmó, por su parte, una Gilda poco convencional. De gran carácter en su primera escena con Rigoletto, la frase Patria, parenti, amici, tantas veces escuchada como una tímida réplica por parte de Gilda, fue abordada con rabia por Toledo, cuya enérgica visión de este delicado personaje no resultó acertada. La soprano madrileña lució, sin embargo, un instrumento privilegiado, de precioso timbre, notable facilidad para la coloratura y sorprendente proyección en el registro medio. A la vista de lo anterior cabe augurarle un futuro prolífico y marcado, quizás, por un cambio hacia una vocalidad de lírica plena.

Por su parte, Felipe Bou firmó un sólido y creíble Sparafucile, de timbre oscuro y en sintonía con la Maddalena de Alessandra Volpe, siempre correcta y de entregadas cualidades escénicas. Destacó asimismo el Monterone de Ricardo Seguel, consiguiendo aportar dramatismo a un personaje que, si bien goza de pocas intervenciones, todas ellas suponen momentos clave de tensión en la obra, agradeciéndose entonces una voz firme y rotunda como la que lució Seguel.

Desde el foso la Orquesta Oviedo Filarmonía respondió bien frente a la batuta de Marzio Conti, su director titular. Comenzando con un preludio de buenas intenciones en las dinámicas, aunque algo falto de uniformidad, la OFI pareció ir mejorando sus resultados a medida que avanzaba la representación, llegando a mostrarse ciertamente compacta y atinada. En los tiempos Conti hizo gala de un buen hacer generalizado, siguiendo un planteamiento que podría decirse clásico y que resultó asimismo cómodo para cantantes y orquesta. En el plano dinámico, el director italiano cuidó bien al elenco con el que trabajaba, sabiendo replegar a la orquesta en los momentos de mayor intimismo o de exigirle un mayor caudal sonoro en aquellas páginas que así lo requerían.

A las órdenes de Elena Mitrevska el Coro de la Ópera de Oviedo resultó impecable en sus intervenciones, logrando un resultado notable en la escena que cierra el primer acto y haciéndonos olvidar, en parte, los ajustados resultados conseguidos en el título pasado: I Capuleti e I Montecchi de Bellini. Resta ahora escuchar al segundo reparto, que cantará el próximo viernes 3, para dar por terminada la LXIX Temporada de la Ópera de Oviedo, una más para el público Carbayón que, de seguro, ya espera con ilusión el comienzo de la siguiente.