Achucarro3 1

 Todo nos es revelado

 

 

Gracias

 

 

Madrid. 17/02/17. Auditorio Nacional. Universidad Autónoma de Madrid: Ciclo de grandes autores e intérpretes de la música. Obras de Brahms, Chopin, Rachmaninov, Albéniz, Falla y Granados. Joaquín Achúcarro, piano.

Esta crítica debería abrirse y cerrarse con un gracias. Ahí va el primero. Desde el primer acorde en Brahms, en sus Variaciones sobre un tema de Robert Schumann,  en su degustado  Ziemlich Langsam!, Joaquín Achúcarro dejó claro su magisterio: Espacio y pedal. Espacio a cada nota, a cada silencio, su espacio. Y pedal. Un piano, el de Achúcarro, como el de todos los grandes, supeditado al pedal. Un inicio pausado, extendido en las formas como sólo los maestros saben hacer, (me venía a la mente el Schubert de Richter), reteniéndolas pero sin difuminarlas, sin perder su contenido. Y esa es otra de las mayores valías del piano de Joaquín: el contenido. Uno respira aliviado al ver a tantos jóvenes estudiantes y pianistas entre el público. Bien. Algo bueno van a aprender hoy ante tanta superficialidad mediática a la que el pianismo actual se ve sometido.  Entre las nuevas figuras del piano rige la máxima de la técnica virtuosística, sujeta a la mayor rapidez posible, olvidándose en la mayoría de casos de dotar a la obra de su por qué, de su razón de ser; y cada vez son menos las manos que nos hacen saber. Las de Achúcarro nos plantean el por qué, incluso logran algo aún más maravilloso: reformularnos la pregunta. Brahms, Beethoven, Chopin... depositaron el qué, e intérpretes como Joaquín, los del arte sabio y honrado, nos explican el porqué. A su modo, siendo cada uno de nosotros quienes hallemos en la música nuestra propia respuesta. Es un tanto la interdependencia y el concepto antiplatónico del Arte como entidad en sí misma, pero volvamos a Joaquín y salgamos de sus reflexiones ante el piano, que por fortuna son siempre muchas.

También hubo espacio para el hedonismo pragmático. Tras el Brahms de espacios propios, un Chopin tan reflexivo como natural hizo las delicias del público. ¿Y qué es lo natural? Hacer reconocible lo conocido con las fórmulas propias. Escuché en este Chopin de Achúcarro, en su Barcarola, en sus nocturnos y en su Fantasía, no el Chopin que llega a París sino el que deja Polonia. Entiéndaseme bien lo que escribo, por favor. La razón de ser y el momento compositivo del opus 9 trasladado a una reflexión interior que acompañaría al compositor toda su vida.

Ya en la segunda parte, escuchamos el contraste entre piezas características de Falla (Andaluza, Montañesa) y Albéniz (El puerto, El Albaicín) excelentemente bien articuladas, con la instrospección de Granados y el legado pianístico de Rachmaninov plasmado en unos sublimes preludios, póstumo, op.32 y op.3. Lo de este último, fue puro saber hacer. Qué maestría en los tiempos, qué maestría en el pedal, en el espacio, en el sonido desplegado, un halo tan lírico como vigoroso. Espléndido. Y entonces llegó Granados, y he aquí mi declaración: No es que quiera desmerecer a nadie, de veras, pero he llegado a una conclusión. Tal vez algo tarde, pero el caso es llegar. Hay músicas que no me sale a cuenta escucharlas si no es a Joaquín, y ese es el caso de su Granados. Desde el momento en que volvía a esuchar su El amor y la muerte de Goyescas, tuve claro que no volveré a escucharlo si no es en sus manos, ¿para qué? El drama, el espacio, el tiempo, el sentir, la emoción y desde luego el por qué. Todo nos es revelado en el piano de Achúcarro.

No era este un programa de autocomplacencia sonora o recordatoria de aquellos que Nono nos echaba en cara. No era este un programa fácil ni para aplaudirnos a nosotros mismos sino al intérprete que fuese capaz de sacarlo adelante y convencer con él. Público en pie, ovación tras ovación y nada menos que cinco propinas (Grieg, Halffter, Skriabin, Falla...). Mucho tiempo llevaba sin tocar en solitario Achúcarro en el Auditorio Nacional. Demasiado, está visto. Aforo prácticamente completo y audiencia entusiasmada. Algo tendrá que aprender más de un programador. Y a Achúcarro, el segundo prometido: Gracias.