Viuda Lehar Liceu 

Una viuda triste

Barcelona. 27/07/2017. Liceu. Lehàr: La viuda alegre. Angela Denoke, Bo Skovhus, Vanessa Goikoetxea, Ben Bliss. Dir. musical: Josep Pons.

Parecía un tanto extraño que el Liceu concluyese su temporada, prácticamente en agosto, con una única sesión de La viuda alegre y, además, en versión de concierto. Desconozco los motivos por los cuales se estructuró así la temporada y se apostó por la opereta de Léhar para cerrarla, pero si las expectativas era relativamente agoreras, los resultados han sido, como poco, decepcionantes.

Quisiera empezar esta crítica elogiando la estupenda actuación del Cor del Gran Teatre del Liceu, que ha culminado con gran brillantez una temporada en la que se ha observado una evolución espectacular en los cuerpos estables del teatro. Durante todo el año hemos elogiado la mejoría de la orquesta, gracias a la lenta pero segura gestión de Josep Pons. Pero, sin duda, hay que elogiar del mismo modo la labor de Conxita García, que poco a poco está consiguiendo hacernos recordar los años de esplendor del Coro, con el Maestro Gandolfi a la cabeza. Un aplauso para ellos, pues, ya que fueron lo mejor de la función. Y un aplauso a la dirección del teatro, que si en algunos aspectos puede ser discutible, en éste está haciendo una labor impecable. Si la categoría de un teatro se mide por la calidad de los cuerpos estables, hay que decir que, por fin, el Liceu está en el buen camino.

También la Orquestra del Liceu tuvo una buena actuación, corroborando las vibraciones positivas de los últimos tiempos, aunque hay que decir que, si bien Josep Pons estuvo brillante tanto en Elektra como Don Giovanni, en el caso de la opereta vienesa se le notó más ajeno al lenguaje, ofreciendo una lectura correcta y refinada, pero con poca pimienta, algo imprescindible en una opereta como La viuda alegre.

Otra cosa fue el equipo vocal, que es por donde naufragó la propuesta. Es preocupante observar el estado de ruina vocal en el que se encuentra Angela Denoke, una cantante excelente que hace unos años nos ofreció una Katia Kabanova inolvidable y a la que, personalmente, he podido disfrutar en diferentes teatros europeos. Parece que problemas de salud han afectado su carrera. Si es así, mejor haría en parar, porque su actuación como Hannah Glawary fue, a todas luces, insuficiente. Voz permanentemente oscilante, afinación siempre dudosa e incapacidad de emitir un sonido mínimamente aceptable a partir del sol. Esquivó todas las notas agudas bajándolas una octava y las que intentó, como en el final del famoso dúo Lippen Schweigen, mejor las hubiese evitado. Triste. Evidentemente, algo de la gran cantante que fue, se observa aún en las frases centrales, como en la canción de Vilja, pero tanto para ella como para los espectadores, fue una noche de sufrimiento.

A su lado, Bo Skovhus intentó levantar el nivel con una actuación entregada de un papel que ha interpretado centenares de veces y que se nota que domina hasta el último detalle. La voz ha perdido algo de esmalte en los últimos años, pero dio las notas agudas de un rol, no lo olvidemos, escrito para tenor, con gran soltura, mostrándose, paradójicamente, menos contundente en los graves. Quizás sea el suyo ya un Danilo en exceso maduro, pero fue, indiscutiblemente el motor de la función, al lado de la espléndida Valencienne de Vanessa Goikoetxea.

Uno no podía dejar de pensar en lo que hubiésemos ganado si la soprano de orígen vasco, nacida en Florida, hubiese sido Hannah Glawary, un papel que ha interpretado varias veces y que, además, se adecúa mejor a sus características tímbrincas, más oscuras de lo que es habitual en el registro soubrette de Valencienne. Brillante en sus dúos con Camille, chispeante en la faceta escénica, a pesar del aire excesivamente improvisado de la propuesta, se mostró sobrada de medios y recursos durante toda la velada. Esperemos que su trayectoria en el Gran Teatre del Liceu se vaya consolidando tras las buenas experiencias de este año.

Llegados a este punto, una pequeña digresión sobre las versiones de concierto. En el último año, en Barcelona, concretamente en el Palau, hemos visto dos espectáculos, de gran calidad, semiescenificados. El Cosí fan tutte dirigido por René Jacobs y el inolvidable Il ritorno d'Ulisse in patria, de Monteverdi, en la versión de Gardiner. A pesar de ser presentados como versiones de concierto o semi escenificadas, la labor teatral, aunque mínima, estaba bien trabajada, muy cuidada y, en algún caso, incluso llegaba a cotas brillantes. Este tipo de planteamientos híbridos tienen una cierta complejidad pero, si esa es la propuesta - y en el caso de una opereta es ineludible -, se requiere de una figura que ponga un cierto orden en escena evitando, así, que los actores deambulen por el escenario sin sentido, creando una incómoda sensación de quiero y no puedo, que fue lo que, lamentablemente, sucedió en esta función una tanto desangelada.

A pesar de los esfuerzos de Skovhus y Goikoetxea, ese fue el tono general de la velada, a lo cual no ayudó lo discreto del resto del cast. Decepcionante el Camille de Ben Bliss, tenor que ganó el concurso Viñas de 2015, una edición que, sin duda, no pasará a los anales de la historia. Cantó con poco más que corrección y escasa chispa, tanto escénica como vocal, un papel que, por sus amplias y bellas frases del segundo acto, permite el lucimiento. Bliss pasó de puntillas por el papel hasta que llegó al momento más comprometido de la obra, el do natural del dúo del Pavillion, que superó definitivamente al cantante, como ya se podía intuir.

El equipo vocal se completó con gente de la casa, miembros del coro, en una decisión tremendamente equivocada. Zeta, Cascada y Brioche tienen demasiado peso y los elegidos no estuvieron a la altura, acentuando así la sensación de que el Liceu se tomó este espectáculo final de temporada como un trámite. Una lástima tras un año en el que, aún con luces y sombras, se han percibido elementos positivos como los mencionados más arriba que deben tener continuidad a partir de septiembre.