• Foto: © Alain Julien
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Una rosa francesa sin fragancia

Toulouse, 24 de enero de 2016. Theatre du Capitole. Henri Sauguet: Les caprices de Marianne. A. Fargues (Marianne, soprano), J. Robard-Gendre (Hermia, contralto), M. Scoffoni (Octave, barítono), F. Rougier (Coelio, tenor), N. Patzke (Claudio, bajo), C. Ghazassorian (Tibia, tenor), X. Wang (hostelero, tenor), T. Matos (cantor, tenor), J. Bréan (aya, bajo). Orquesta Nacional del Capitolio. Dirección musical: C. Schnitzler.

Cuando la pasada primavera se anunció la temporada 2015/16 del Capitole, de Toulouse reconozco que tuve que informarme acerca de la tercera propuesta de la temporada, a saber, Les caprices de Marianne, de Henri Sauguet. La búsqueda de información se hizo extensiva tanto al título como al compositor y así pude saber que Henri Sauguet (1901-1989) recorre prácticamente todo el siglo XX, siendo su ópera mencionada (1955) contemporánea de obras tan dispares como The Turn of the Screw, de Benjamín Britten o Le marteau sans maitre, de Pierre Boulez y que está considerada como su obra más importante.

No nos engañemos. Para algunos, como el que firma esta reseña, el descubrir títulos y compositores nuevos es aliciente suficiente para recorrer unos pocos de cientos de kilómetros hasta el coqueto Capitole tolosano y disfrutar de una ciudad agradable. Descubrir y profundizar en la inagotable riqueza de la lírica del pasado siglo es una asignatura pendiente de muchos teatros y en el caso que nos ocupa se observa, no sin cierta envidia, como ¡14! teatros franceses han coproducido esta ópera y la están paseando por todo el país. Este mes de enero está en Toulouse, el mes que viene estará en Bordeaux y en lo sucesivo la rueda seguirá girando.

Envidia sana porque si los franceses no se preocupan de su lírica olvidada, ¿quién lo va a hacer? Y envidia sana porque en otros lares se está más preocupado por repetir ad nauseam los mismos títulos de siempre mientras muchas joyas guardan el polvo que ya tienen, con la intención de acumular más. Y no miramos a nadie.

En este sentido, la temporada de Toulouse no siendo larga; son siete veladas, con ocho títulos, puedo uno, sin embargo, encontrar barroco (Camprá), Mozart, títulos habituales italianos del XIX (Verdi y Rossini) mas el Faust y, completando la temporada, Bartok, Dallapiccolla y el que nos ocupa, el señor Sauguet. Esto es una temporada meditada y plural y, por ello, modélica. Seguimos sin mirar a nadie. 

El teatro presentaba una entrada excelente y ello también es de reconocer. Luego, otra cosa es que la obra nos merezca mayor o menor aplauso y en ese sentido he de decir que Les caprices de Marianne peca de cierta falta de inspiración que se convierte en losa demasiado importante.

El argumento, planteado en dos actos, de cincuenta y setenta y cinco minutos respectivamente, es ciertamente convencional: Marianne está casada con un magistrado mayor que ella, celoso y violento y su vida es monótona y entregada a la oración. Cuando el joven Coelio le declara su amor a través de su amigo Octave su vida queda patas arriba. Marianne, sin embargo, se sentirá atraído por el mensajero (momento Der Rosenkavalier) y acabará creyendo que le ama. Cuando su marido le hace la vida imposible se encaprichará con Octave. De ahí el título. Marianne no contará con la fidelidad de Octave para con su amigo y en un final amargo, le rechazará argumentando que no le ama. Antes Coelio se ha dejado matar por amor (momento Rigoletto).

El problema ya queda dicho que es la falta de inspiración. La música bebe de la melodie française ya que Sauguet parece no compartir los gustos de alguno de sus contemporáneos y compatriotas, como Boulez o Messiaen. Si se puede encontrar alguna frase muy del Poulenc de Les mamelles de Tiresias pero, en general, la música es fácil, accesible y sin grandes pretensiones artísticas. Como se dice de Marianne en la ópera, resulta ser una rosa sin espinas, una rosa sin fragancia. 

En el aspecto dramático constatar como el libretto de Jean-Pierre Grédy falla en aspectos concretos: personajes cómicos como la aya (interpretada por un bajo profundo) quedan en simple proyecto y los momentos de éxtasis amoroso en simulacro. Nos queda siempre la sensación de que la ópera puede dar mucho más.

Todas las voces eran debutantes en el teatro y tenían en común tanto su juventud como su modestia vocal. Quizás lo más interesante fue escuchar a François Rougier, un Coelio de voz voluminosa y bien proyectada o el barítono Marc Scoffoni, que interpretó con solvencia el papel de Octave. La protagonista, la soprano lírico-ligera Aurélie Fargues demostró debilidad en la zona sobreaguda, que evito en lo posible. Escuchar en las redes sociales a Natalie Dessay cantar el aria principal O, amour misterioux! es alcanzar otra dimensión.

Norman Patzke, bajo, fue un magistrado de voz hueca y no dotada de autoridad y nobleza. Su sirviente, el tenor Carl Ghazarossian pasó sin pena ni gloria, más responsabilidad del drama que del cantante mientras que Julián Bréan fue demasiado comedido como aya travestida. Cumplieron con nota en los papeles menores Julie Robard-Gendre (madre de Coelio), Xin Wang (hostelero) y Tiago Matos (cantante).

La dirección musical ha sido responsabilidad de Claude Schnitzler y fue precisamente su labor la que me pareció más interesante. La paleta orquestal de Sauguet tiene riqueza y la estupenda orquesta del teatro estuvo a la altura. Es una lástima la brevedad de los momentos orquestales.

La puesta en  escena es responsabilidad de Oriol Tomas que plantea un único escenario de estética de comic, con los edificios montados unos sobre otros, creando así tres espacios pequeños, siendo el de la izquierda la taberna y el central y derecho, la casa de Marianne. Apenas hay atrezzo y los movimientos escénicos son mínimos.

Sin embargo, mereció la pena ir. Sigo creyendo, tras volver del Capitole, que los aficionados de la ópera tenemos demasiadas asignaturas pendientes y oportunidades así no hay que dejar pasar alegremente.