Isserlis Jean Baptiste Millot

De Casals a Isserlis

Barcelona. 28/9/17. Palau de la Música. Palau Bach. Bach: Suites para violonchelo nº 1-5-6. Steven Isserlis, violonchelo. 

Ya se sabe: la historia de Bach es la de una escandalosa necesidad de redescubrimiento. Y en este caso, ligada a este país: habían pasado dos siglos desde su concepción cuando Pau Casals se decidió a dar a conocer al mundo el redescubrimiento de la dimensión artística de estas seis Suites para violonchelo solo, aunque frente la presencia hipertrófica que tienen hoy nos parezca mentira. Precisamente esa omnipresencia puede resultar un escollo para que el intérprete pueda ofrecer una apropiación íntima, personal, de la partitura que venga a aportar algo. Entre la áspera artesanía medieval y el refinamiento barroco, estas seis Suites representan un reto para todo solista en materia de destreza técnica y madurez estética. La extraordinaria concisión de su escritura desafía una y otra vez la administración dramática del intérprete, y el halo de inmaterialidad –como sucede, en un grado aún mayor, al instrumentista frente a El arte de la fuga– mantiene una distancia respecto a la materialidad del sonido que en pocos casos el intérprete logra reducir.

Steven Isserlis es, sin duda, un chelista de reconocida trayectoria, capaz de enriquecer su faceta interpretativa con otras complementarias como la de la escritura al servicio de la divulgación. La selección de estas tres suites confirmó la musicalidad y prestancia del violonchelista inglés que firmó un arranque inmejorable para este cuidado ciclo que cada año la sala barcelonesa le dedica al Kantor de Leipzig. Podemos hablar de introspección, refinamiento, austeridad, como valores nucleares y dignos herederos de una tradición interpretativa que arranca en Casals. Pero frente a tal derroche de espontaneidad interpretativa, uno duda de si Isserlis eligió una lectura austera e introspectiva o si la austeridad e introspección lo eligió a él después de haber navegado estas piezas durante décadas. Ya en la primera suite, el chelista hizo gala de un vibrato expresivo pero inteligente y muy cuidado, en una lectura marcada por los tempi en general elevados donde sólo se echó en falta un contraste mayor frente a pasajes agitados. Fue sin embargo la gravedad fúnebre del Do menor en la Suite núm. 5 la que le fue como anillo al dedo desde el preludio, moviéndose con naturalidad a través de una soltura y agilidad pasmosa en el arco y una precisión maquinal en la izquierda sin que ello repercutiera en la plasticidad expresiva, elegante en la alemanda, incisivo en la primera gavota, al límite del pianissimo en la segunda mediante un espléndido control del arco y vehemente en la giga. Daba la sensación que Isserlis tejiera una bruma de sonido, entre el público y el violonchelo, que apagaba la proyección y penetraba en las frágiles entrañas de la suite.

Ya en la segunda parte, con un sonido brillante, esplendoroso, Isserlis abordó la última de las suites. De nuevo la solidez del arco y una afinación prodigiosa fueron los cimientos sobre el que el chelista inglés culminó una noche magnífica; la articulación revelaba una comprensión profunda de las frases, dotadas siempre de dirección y coherencia formal. Cuidando la nitidez y redondeando las respiraciones, Isserlis reservó una estabilidad y afinación majestuosa en las dobles cuerdas para la sarabanda antes de culminar su actuación con una giga orgánicamente fluida, subrayando los últimos compases y dejando flotar el arco entre los aplausos.

Decidió despedirse con esa propina tan manida entre los solistas del instrumento, El cant dels ocells, que sin embargo sonó –un poco por el contexto y otro por la atmósfera que supo crear en su visita al Palau– como si por primera vez alguien hubiera decidido hacerlo, como si fuera renovado el espíritu simbólico de un Casals exiliado y silenciado en España que imaginó el violonchelo como instrumento de liberación en la ciudad natal de Isserlis tras la Segunda Guerra Mundial, o trece años más tarde al otro lado del océano, en la Asamblea de las Naciones Unidas. Gran parte de los asistentes al Palau –la casa de la Orquesta Pau Casals hasta 1936– se puso en pie para agradecérselo.

Foto: Jean Baptiste Millot