Tiefland CapitoleToulouse 

Un catalán en Toulouse

Toulouse. 1/10/2017. Theâtre du Capitole. Eugen d’Albert: Tiefland. Nikolai Schukoff (Pedro), Meagan Millar (Marta), Markus Brück (Sebastiano), Scout Wilde (Tommasso) y otros Dir. escénica: Walter Sutclifle. Dir. musical: Claus Peter Flor. 

Quisieron las circunstancias o las casualidades, vaya usted a saber, que el domingo 1 de octubre de 2017 el Capitole de Toulouse programara la infrecuente Tiefland, de Eugen d’Albert que, como es conocido, se basa en la obra Terra baixa, del catalán Ángel Guimerá. Quisieron también las circunstancias que apenas minutos antes de empezar la función se disolviera en la misma Plaza del Capitole una concentración en apoyo al referéndum de ese día, a celebrar en Cataluña, por los que la presencia de banderas cuatribarradas era evidente.

En ese ambiente entramos en el bello Capitole, dispuestos a disfrutar de un título que pasa hoy por momentos de olvido evidentes por lo que es de agradecer que la Ópera de Toulouse tenga a bien programarlo, consecuencia de una política  acertada y que consiste en alternar novedades y/o recuperaciones de ciertas obras con títulos más recurrentes en los teatros europeos. Algunos deberían de imitar tanto sentido común.

La función resultó ser notable y a ello ayudaron, de forma subrayable, las tres voces protagonistas y el director musical, Claus Peter Flor, que supo sacar toda la dimensión sinfónica de una obra que contiene en su partitura momentos orquestales de gran belleza e importancia. A ella se le pide, por ejemplo, la descripción de la naturaleza, de las tierras altas de pastos y soledad, habitat natural del inocente Pedro; y también el desarrollo de la maldad de un personaje que es, en sí mismo, una arista pues es personaje de una sola pieza: Sebastiano, un tirano que es y se considera dueño de todo y de todos, sin permitir que sus siervos puedan expresarse en forma alguna. Alguna de sus frases, especialmente las dirigidas a Marta y apelando a su derecho de propiedad golpean con fuerza en los tiempos que corren los oídos de cualquier persona de bien.

Pues bien, el merito de los tres protagonistas fue, precisamente, dibujar muy bien cada uno de los personajes. Nikolai Schukkoff fue un vocalmente poderoso Pedro, con agudos luminosos y sonoros que parecían contradecir su aparente fragilidad y simpleza pero que sirven para entender su última rebeldía ante la injusticia del señor. Schukoff no ganará un concurso de canto matizado pero su estilo casaba con lo primario del personaje. El público lo braveó con intensidad. No fue menor el acierto vocal de Meagan Miller, primero sumisa, luego rebelde y despierta, consciente de lo injusto de su vida. Sus agudos en absoluto desmerecieron el poder de los del tenor y la escena final quedó construida entre ambos con enorme poder y dignidad.

En el otro lado de la balanza, un Sebastiano que queda dicho, no engaña a nadie. Todas sus frases y todos sus actos destilan exclusivamente maldad y Markus Brück levanta un personaje odioso, vocalmente bien caracterizado. Es uno de esos personajes que dan ganas de abuchear en los saludos finales por su intrínseca maldad. Scott Wilde cantó un sonoro aunque algo temblón Tommasso, un personaje que pide un bajo profundo.

Entre el resto de cantantes, poco angelical la concepción de la Nuri de Anna Schoeck aunque muy bien cantado; irritables las tres cotillas del pueblo, tal y como deben sonar y bien interpretadas por Jolana Svalikova, Sofia Pavone y Anna Destraël; muy efectivo el Moruccio de Orhan Yildiz –interpretando al personaje más coherente de la obra- y suficiente el breve Nando de Paul Kaufmann.

La propuesta escénica de Walter Sutcliffe es tan sencilla como efectiva, siendo un acierto la transición del prólogo –situado en las tierras altas- al acto I, ya en las tierras bajas apeladas en el título. Así, una ladera de monte nos marca el escenario del prólogo para luego enseñar el interior de un molino en decadencia, con la presentación de tres espacios ante los ojos del espectador –siendo los dos laterales utilizados de forma anecdótica- y una escalera central que se abre a ambos lados y a través de la cual se produce la transición de todos los personajes.

Sutcliffe parece subrayar en la decadencia del escenario la misma decadencia moral de su propietario, don Sebastiano, personaje al través del cual y por el cual todo ocurre. El vestuario subraya la penuria de los tiempos que corren y la violencia del señor queda clara y nítidamente expresada en la paliza que recibe Pedro en la penúltima escena, una paliza propia de mafiosos.

Claus Peter Flor dirigió con brío una obra muy exigente con la orquesta; desde los primeros acordes, que rememoran las voces y llamadas de los pastores hasta los omentos en los que se acentúa la tensión existente, Flor supo sacar de una excelente orquesta todos los colores necesarios. Muy bien el coro en sus breves intervenciones.

Una velada notable que compensó un viaje nada cómodo por la climatología. Toulouse sigue siendo una plaza operística que merece mucho la pena.