Goyesco trovador
Oviedo. 08/10/2017. Teatro Campoamor. Verdi: Il Trovatore. Aquiles Machado, Simone Piazzola, Luciana d’Intino, Julianna di Giacomo. Dir. de escena: Joan Anton Rechi. Dir. musical: Ramón Tebar.
Avanzando en su temporada lírica, la Ópera de Oviedo nos propone estos días un regreso al pasado, o al futuro, con unas representaciones de “Il Trovatore” verdiano bellamente trasladadas a las postrimerías del siglo XIX. En ellas, se juega incluso con la figura de Francisco de Goya, a quien el escenógrafo Joan Anton Rechi sitúa en escena, siempre contemplativo e inspirándose en las afrentas entre el Conde de Luna y Manrico para pintar su más cruda serie de grabados: “Los desastres de la guerra”. Buen trabajo del regista que, amén de rozar lo intangible por tanto apoyarse en proyecciones, consigue enmarcar la acción con solvencia y elegancia. Aunque, bien es cierto que, a esto último, contribuyó en gran medida el impecable trabajo de Mercè Paloma, con un diseño de los vestuarios verdaderamente referencial.
Es una lástima que, si hace unas semanas señalábamos las carencias escénicas del “Siegfried” que inauguró la Temporada, en esta ocasión debamos hacerlo del reparto vocal de este “Trovatore”, pues parece que en Oviedo sólo logramos puntuar con semi-plenos, y no hay forma de derribar todos los bolos con una tirada. Desde las agilidades escritas para Leonora en su conocida cavatina del primer acto hasta el delicado “balen del suo sorriso” del Conde de Luna, pasando por la incendiaria stretta de Manrico, todo lo escrito por Verdi en esta ópera –como en todas, realmente- demanda un elenco de primer nivel, que no sólo se limite a leer lo escrito, sino que también pueda verter sobre ello buenas dotes de sensibilidad y dramatismo. En este contexto, la pira de Aquiles Machado no ardió con el fulgor esperado; y no por la ausencia del llamativo agudo final, sino por una evidente falta de presencia en el registro medio, sepultado por el coro en más de una ocasión. Algo así le sucedió también al Conde de Simone Piazzola, dotado de un aterciopelado timbre de indudable atractivo, pero proyección bastante limitada para su cuerda. La Azucena de Luciana d’Intino, por su parte, aquejó de una flagrante falta de uniformidad entre registros, luciendo un color vocal diametralmente opuesto en las partes graves frente al exhibido en el registro agudo, alcanzado por la mezzo no sin cierta tirantez. Atendiendo a lo anterior, la Leonora de Julianna di Giacomo fue, para quien firma, lo más atractivo del reparto. No sólo por su correcta presencia vocal, sino también por su sincera entrega sobre las tablas. Algo que, muchas veces, permite trazar la línea entre auténtica tragedia o mera sobreactuación.
Lastrada quizás por lo expuesto en el párrafo anterior, la presencia de Ramón Tebar desde el foso no lució tanto como cabía esperar. Al frente de la Orquesta Oviedo Filarmonía, el director valenciano optó por una versión de fluidos tempi y peso orquestal más bien ligero, en la línea de un refinado Bonynge y alejado del ímpetu de otros como Karajan o Mehta, por citar algunas referencias ya históricas. Una versión, en todo caso, acorde con las capacidades vocales del elenco, a quien Tebar respetó en volúmenes y –casi siempre- en tiempos.
A la batuta del segundo reparto –el viernes pasado- Tebar planteó la obra de forma muy similar. Quizás con algo más de pulso, eso sí, en los actos tercero y cuarto que llegaron tras el descanso. Esa noche, no defraudó el trabajo de Luis Cansino como Conde de Luna, a quien augurábamos un trabajo solvente y elegante. Por su parte, la Leonora de Meeta Raval fue ganando en presencia a medida que avanzaba la noche, dejando traslucir con creciente evidencia unos medios de interés, de timbre agradable y técnica razonablemente consolidada. Con todo, su voz se nos antojó algo ligera y juvenil, muy alejada de ese matiz de soprano dramática que requiere la partitura.
Agostina Smimmero abordó con oficio el complejo rol de Azucena y, para satisfacción del público, Antonio Corianò firmó un Manrico ascendente, algo inconsistente en los dos primeros actos, pero sólido tras el descanso, momento en que abordó con gran eficacia el aria Ah si, ben mio coll'essere, llegando incluso a arrancar algún tímido “bravo” desde el patio de butacas.
Foto: Ópera de Oviedo.