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La reina y sus complementos

Múnich. 11/11/2017. Bayerische Staatsoper. Puccini: Tosca. Anja Harteros (Tosca), Joseph Calleja (Mario Cavaradossi), Zeljo Lučić (Baron Scarpia), Goran Jurić (Cesare Angelotti), Leonardo Galeazzi (Sacristano), Kevin Conners (Spoletta), Christian Rieger (Sciarrone) Dir. escena: Luc Bondy. Escenografía: Richard Peduzzi. Vestuario: Milena Canonero. Dir. musical: Daniele Callegari.

La contestada Tosca del escenógrafo suizo Luc Bondy ha sufrido no pocas alteraciones desde su estreno en el MET allá por el 2009. Recordemos antes de nada que se trata de una coproducción entre el teatro neoyorquino, la Staatsoper de Múnich y el teatro alla Scala de Milán, y no debe pues sorprender cierta polémica, pues que es prácticamente imposible contentar a públicos tan dispares. En su defensa hemos también de señalar que no era nada fácil el reemplazo que Bondy acometía en tierras americanas, pues la escenografía que le precedía era la ideada por Zeffirelli, que se venía proponiendo en el MET desde prácticamente 1985, con el beneplácito de un público poco amante de que le turben en su butaca. En todo caso, parte del problema radica con seguridad en la “formación” de unos espectadores alimentados, en muchos casos, por falsas tradiciones, pues fue entonces notoria la contrariedad al ver a Tosca cantar su “Vissi d’arte” tumbada en un sofá, cuando el propio libreto señala que es donde cae justamente abrumada antes de entonar su canto. En puntos así es donde precisamente Bondy se postula como un efectivo maestro de ceremonias, con un contraste exacerbarte entre una Tosca resignada y un Scarpia en la misma posición, en idéntico pero enfrentado sofá, yaciendo con insultante satisfacción por su zafia gesta. También es cierto que es justo el segundo acto el más controvertido, por mutar la estética de aquellos dos que le abrazan, con prostitutas incluidas, aunque también leyendo el libreto vengan con seguridad a cuento. Sea como fuere, por exonerar a los yanquis, no solo suscitó abucheos en américa, pues, entre otras lindeces, la producción tuvo que ser por ejemplo remendada por Marie-Louise Bischonfberger en su reposición milanesa de 2015, para evitar en la casa susceptibilidades con las connotaciones fascistas (mapas con notas connotaciones, tonos de decorado, etc.) que se han quisieron ver, también en ese segundo acto. A mi juicio, dos de cal y una de arena, a lo sumo.

En lo referente al cartel, la Staatsoper nos ha siempre presentado buenas propuestas para la presente coproducción. La hemos podido contemplar, como el año pasado, con los reyes del olimpo en la tarima (Harteros y Kaufmann, a los que se sumó Kirill Petrenko), con solo el rey o, como ahora, solo con la reina. Después de esta decisión, si uno falta, se completa la pareja como se puede –pues resulta casi imposible estar a la misma altura– y se van sumando comensales, como el Scarpia de Bryn Terfel en 2016 o el odierno de Zeljo Lučić. Por cierto: Harteros, Kaufmann, Terzel y Petrenko ¿es posible que no se le haya ocurrido a nadie sacar un CD, DVD/Blueray de semejante reparto? Ese es sin duda alguna un pecado sin absolución posible. 

Anja Harteros vuelve a demostrar en Múnich por qué ocupa el ansiado trono bávaro, una posición únicamente dividida con el señalado hijo pródigo de la ciudad, Jonas Kaufmann, con quien volverá a compartir escena en el Andrea Chénier programado para dentro de escasas semanas. Amén de las conocidas virtudes de su voz, Floria Tosca (en su repertorio desde la temporada 13/14) permite de nuevo a Harteros embriagar al público con su arte en escena. Su actuación hace sin duda olvidar la inesperada ausencia de Netrebko en el mismo título en el festival de 2018, y si me apuran, evita a la diva Rusa la dura confrontación con la emotividad e intensidad dramática de Harteros, donde al máximo cosecharía un empate. Vuelven a encandilarnos no solo sus inagotables gestos, sino también sus manos, con un continuo y expresivo movimiento.

Joseph Calleja nos sigue particularmente dejando a las puertas del disfrute por su comportamiento impreciso en el tercio agudo, una piedra en el camino para un texto de naturaleza spinta, y su sempiterno vibrato, que desluce la elegancia, la presencia y la buena dicción del tenor maltés. No es menos cierto que el primer problema pudo ser circunstancial, si atendemos a las recensiones de otros colegas en otros títulos, y el segundo es cuestión seguramente de gustos. El Scarpia de Zeljko Lučić, tiene toda la fuerza dramática en escena que el papel requiere, si bien presenta una cierta monotonía en el fraseo que hace que el barón destile un temperamento vocal casi ecuo en toda la representación.

Goran Jurić y Leonardo Galeazzi (Angelotti y el Sacritán respectivamente), ambos con una buena actuación, no pudieron recibir el merecido calor del patio de butacas ni tras el primer acto (que suele ser lo usual en otros teatros), ni tras la bajada del telón. Por lo que pude indagar existe la norma en la Staatsoper de no poder salir a saludar si el papel es corto y no está directamente implicado en el último acto, con lo que se producen situaciones tan ridículas como que reciban el parecer del público personajes que intervienen notablemente menos que los citados.

La dirección del director milanés Daniele Calligari dio bocanadas de saber estar al texto de Puccini, con un fraseo más inspirador del drama que detallista, asistido por una Bayersiches Staatsorchester de reiterado buen hacer, con una encomiable y pulcra labor del viento metal, especialmente acertado en una obra que lo agradece como la que más.