RondineToulouse1 

Una golondrina de altos vuelos

Toulouse. 26/11/2017. Théâtre du Capitole. G. Puccini. La rondine. Ekaterina Bakanova (Magda), Dmytro Popov (Ruggero) Elena Galitskaya (Lisette), Marius Brenciu (Prunier), Gezim Myshketa (Rambaldo). Orquesta Nacional del Capitole. Dirección musical: Paolo Arrivabeni. Dirección de escena: Nicolas Joel.

Hay incógnitas en el mundo de la ópera que siguen sin resolverse. Para mi una de ellas es cómo obras que me parecen de gran calidad pasan escasamente por los escenarios operísticos. En cambio se siguen programando una y otra vez títulos de menor interés pero, supuestamente, de mucho tirón para el gran público. Realmente uno no se lo explica. Y mucho menos después de ver y oír la producción del Capitole de Toulouse de La rondine, esa maravillosa joya que creó Puccini y que tan cara es de ver representada en un teatro.

Diversos e interesantes son los avatares de la creación y composición de La rondine. No son lugar estas líneas para hacer un repaso de ellos, pero invitaría a las personas interesadas que indagaran sobre el tema porque se mezclan aspectos políticos y musicales curiosos y atractivos para los amantes de la historia operística. Sólo recordar que en un primer proyecto la obra iba a ser una opereta para el público austriaco y eso, pese al resultado final, plenamente operístico, sigue impregnando la composición. Una composición llena de momentos sublimes, típicamente puccinianos, de esos que emocionan como sólo Puccini sabía hacerlo ¿Demasiado facilones, extremadamente empalagosos? Eso pensarán algunos. Yo creo que Puccini es uno de los más grandes compositores de ópera porque une calidad y belleza y además tiene la capacidad de hacerlo enamorando al público. Algo al alcance de muy pocos. El libreto nos puede recordar a La traviata verdiana pero la historia se ve liberada de su lado más trágico y tremendista, y aún siendo igual de dura emocionalmente, resulta más natural, menos forzada, como si los personajes aceptaran su destino porque la vida es así, para lo bueno y para lo malo.

En la ocasión que comento se unieron dos factores imprescindibles para el triunfo de una representación: un buen plantel de cantantes y una producción que estuvo a la altura de la obra. ¿Consecuencia? Grandes y unánimes aplausos al final que ratifican que La rondine puede tener tanto atractivo como una Butterfly o una Bohème. Y si alguien destacó en el apartado musical fue, sin duda, la Magda de Ekaterina Bakanova. La soprano rusa tiene perfectamente interiorizado el papel (que ha cantado también este año -centenario del estreno de la ópera- en Florencia) liberándolo del tono frívolo de otras cantantes y creando una mujer más sensata, que aún sabiendo quién es no se resigna a no amar sinceramente. Vocalmente estuvo espléndida en todas sus intervenciones, con un agudo fácil y certero, de gran proyección, traspasando a una orquesta que sonó demasiadas veces con un volumen innecesariamente alto. Bellísimos los momentos líricos que nos brindó, como la canción de Doretta, su aria del tercer acto y todos sus dúos con el tenor, especialmente también el último, el de la separación de los amantes. Su voz carnosa y su timbre muy atractivo la hacen perfecta para este papel y parecen presagiar una carrera de gran calado.

A su lado el Ruggero de Dmytro Popov sorprendió por un timbre mucho más oscuro del acostumbrado para este rol. Con un inconfundible estilo eslavo sacó adelante un papel que también atesora momentos de gran lucimiento como “Parigi è la città..” aria que no aparecía en el estreno monaguesco de 1917 y que Puccini incorporó más tarde para que el protagonista masculino tuviera mayor intervención en el primer acto. Popov posee un portentoso volumen y sube sin dificultad al agudo, luciendo esa fuerza que admiran los grandes aficionados (permítanme la expresión) a los cañonazos tenoriles. Pese a ello dominó esa tendencia al forte y logró matizar estupendamente en los dúos con Bakanova ganándose unos merecidos aplausos finales. Mucho más discutible el Prunier de Marius Brenciu que siempre anduvo muy justito tanto en proyección como en volumen (esto más culpa de la dirección orquestal que de él mismo) y que empleó algunos falsetes de dudoso gusto. Más seguro se mostró en la zona central con esos tintes cómicos que tanto presagian al ministro Pong de Turandot y que supo interpretar perfectamente. Muy bien Elena Galitskaya como la rebelde sirvienta Lisette, un personaje curioso en esta obra, y que engrosa la lista de los amplios y diferentes matices de las mujeres puccinianas.

Muy correctos los comprimarios, destacando favorablemente Gezim Myshketa como Rambaldo, personaje que por una vez no estuvo en manos de un cantante en decadencia que destroza la música aunque sea una vieja gloria. Uno de los grandes momentos de la ópera es el brindis del segundo acto (para mi gusto, además de menos manido, más bello musicalmente que el celebérrimo de la Traviata). Ahí se lució con brillantez todo el elenco (Bakanova estuvo espectacular) y especialmente el Coro del Capitole que es el alma de este acto. Mucho más irregular fue la dirección de Paolo Arrivabeni que, en general impuso un ritmo y un volumen excesivos. Gracias a algunos momentos de más tranquilidad y lirismo pudimos disfrutar de la calidad de la Orquesta Nacional del Capitole, un conjunto de los más seguros en un foso operístico, sobre todo en su sección de cuerdas.

La producción propia del Capitole (compartida con el Covent Garden londinense), la firma el conocido Nicolas Joel y destaca por unos bellísimos decorados modernistas de Ezio Frigerio y unos elegantes y glamurosos figurines de la oscarizada Franca Squarciapino. En general el movimiento en el escenario es fluido y convincente aunque el acto de Chez Bullier resulte un poco abrumador con tanto actor y bailarín en escena. De todas formas es una puesta de mucha calidad y que, aún estrenada en 2002, tendrá una vida muy larga si es que se sigue reponiendo esta maravilla que es La rondine.