Una máquina de precisión
Donostia. 16/12/2017. Auditorio Kursaal. Georg Friedrich Haendel: The Messiah: Lorna Anderson (soprano), Hillary Summers (contralto), Joshua Ellicott (tenor), Henry Woddington (bajo), The King’s Consort Choir of The King’s Consort. Dirección musical: Robert King.
Título que en ningún caso ha de entenderse como si de una máquina sin sentimientos habláramos, sino más bien de como máquinas de hacer música que parecen podrían andar solas, sin director, tal es el alarde de precisión que ofrecen, pueden hacernos pasar algo más de dos horas de recogimiento y placer. Y nunca olvidamos las muchísimas horas de trabajo que hay detrás de tal logro. Así fue la interpretación de The Messiah HWV 56, de Georg Friedrich Haendel en la versión de The King’s Consort y Robert King.
Parece que en altas instancias se ha decidido que The Messiah ha de ser interpretado en el periodo navideño. No hay ciudad que no ofrezca en múltiples versiones y formatos esta obra cuando en sentido estricto su relación con las fechas que nos ocupan no es sino parcial. En realidad este oratorio es atemporal; ha trascendido más allá incluso de su significado religioso para convertirse en el icono de un país, de una estética musical y de un compositor. Por ello, cuando se recurre a la múltiple interpretación de una obra en un momento determinado (permítaseme una nota al margen: he leído en redes sociales una broma de una soprano que dice: ¡que levante la mano el cantante que estas fechas no tiene que cantar The Messiah!, con lo cual todo queda muy bien resumido) también puede recurrirse a perder el rigor a la hora de afrontar la misma, cosa que, por fortuna, no ha ocurrido en Donostia.
Robert King y si grupo son harto conocidos en la ciudad y su disciplina, su trabajo y las consecuencias de esto son bien conocidas. Por ello no nos sorprende el altísimo nivel medio obtenido en la interpretación más allá de cuestiones puntuales que, en ningún caso, condicionan el resultado final: un oratorio cantado e interpretado “como dios manda”.
Las dos columnas sobre las que se sustenta tal conseguida brillantez son el grupo orquestal y el coro. Y en el caso que nos ocupa solo podemos lanzar parabienes acerca de la precisión y musicalidad de ambos grupos En el orquestal destacar la brillantez del clavecinista, de la cuerda grave y el trompeta en sus esporádicas apariciones, siempre dentro de un altísimo nivel sin menoscabo de una entrega y seguridad del conjunto que permiten disfrutar de la obra de principio a fin. Por lo que al coro se refiere solo aseverar que sus dieciocho voces (seis sopranos y cuartetos en las tres restantes cuerdas) hicieron una demostración brutal de lo que es cuidar hasta el mínimo detalle el fraseo, la gestión del aliento, la adecuación estilística y el recogimiento en los momentos adecuados. Es posible que quien viva de “Aleluyas” románticos saliera defraudado pero ¡qué gozada es escuchar un grupo de este nivel cantando las cosas tal y como deben ser cantadas, lejos de alharacas y artificios!
Por lo que al cuarteto solista se refiere y siempre atendiendo a la sumisión del mismo con respecto al conjunto, cosa que es de agradecer, destacar las voces de Lorna Anderson, soprano de voz pequeña pero bien emitida y con brillantez en la zona aguda y, sobre todo, la de Henry Woddington, el bajo que sustituyó al inicialmente previsto David Wilson-Johnson y que mostró color adecuado y voz de volumen que, sin embargo, se lució moldeable en las partes de coloratura. Para quien firma estas líneas su Why do the nations? fue el mejor momento solista de la noche.
El tenor Joshua Ellicott mostro la típica voz británica de timbre metálico, escasa de volumen y ajustada en la zona aguda mientras que Hillary Summers me sorprendió por su escaso volumen -sobre todo en la primera parte del oratorio- y su limitada proyección. La cuestión mejoró ostensiblemente en la segunda parte. Consecuencias, quizás, de los movimientos habituales de las giras.
El auditorio presentaba casi lleno absoluto y el respeto de la inmensa mayoría del público fue de agradecer. Por cierto, ¿tanto cuesta dejar el paraguas a la entrada o, en su caso, debajo de nuestro asiento para que no caiga al suelo de forma estruendosa durante la interpretación?