Nikolai Lugansky

El hielo colorista del norte

Barcelona. 8/2/16. Palau de la Música. Temporada Palau 100. Rachmaninov: Concierto para piano y orquesta nº 2. Nikolai Lugansky, piano. Saariaho: Laterna Magica. Stravinsky: El pájaro de fuego (Suite de 1919). Orquesta Gulbenkian. Dirección: Ernest Martínez-Izquierdo. 

Con un programa muy atractivo, el público del Palau respondió con una predisposición que se vio recompensada con momentos de calidad, con un solista de prestigio y una orquesta –la portuguesa Gulbenkian– que traía un programa en líneas generales trabajado. Para empezar, una de las joyas talladas por Tatiana Nikolayeva, Nikolai Lugansky ofreció una magnífica versión del famoso concierto de Rachmaninov, con una expresividad algo contenida en ciertos momentos –especialmente en el Moderato en el que rindió por debajo de su nivel– pero con sabia administración de las dinámicas y una precisión extraordinaria. La técnica de este titán ruso de inmensas manos, gran especialista en la obra de Rachmaninov y Prokofiev y con una capacidad de equilibrio que lo hacen muy apto para el clasicismo, es incontestable. El equilibrio entre las manos, y un sonido redondo y contundente no es fácil de encontrar en otros pianistas de la actualidad. En los arpegios que abren el Adagio sostenuto mostró una sensibilidad reflexiva y genuina, sin caer en la trivialidad a la que las miles de versiones de la industria discográfica la han arrojado. En este apartado, el fraseo en el diálogo camerístico del piano con la flauta fue muy bien conducido por flautas y clarinetes. Se le reprocha frialdad en ocasiones a Lugansky. Sin embargo, supo extraer la intensidad dramática y febril de una obra que el compositor escribió después de renacer de una depresión, tras el sonado fracaso de su primera sinfonía en 1897. Lo mismo hizo hasta los últimos acordes con los que terminó su bis, volviendo a Rachmaninov: el séptimo estudio en sol menor de sus Études-Tableaux, Op. 33, que interpretó con notable fluidez.

Aunque en general estuvo correcta, la orquesta sonó algo desequilibrada en ciertos pasajes del Adagio sostenuto, que a veces exigían mayor relevancia en algunas de las secciones que sonaron en un segundo plano. Algunas de las dificultades, no obstante, proceden de la misma orquestación del compositor ruso, dominada por esas grandes masas sonoras que siempre plantean un desafío.   

Lo más destacable de la Orquesta Gulbenkian es su gran versatilidad. Es algo que se demostró con Laterna Magica de la finlandesa Kaija Saariaho, estrenada en 2009 por la Filarmónica de Berlín, por vez primera en Barcelona. La partitura está inspirada en la autobiografía de Ingmar Bergman publicada en 1987 y que pone al descubierto el laboratorio creativo del cineasta sueco. Bergman habla del milagro de la imagen en movimiento que descubrió en su infancia gracias a la “linterna mágica”, uno de los primeros proyectores que permitieron imágenes en movimiento. Pero también escribe que “se nace sin objeto, se vive sin sentido... Y al morir, no queda nada”. El inocente juego de la infancia y el macabro juego de la existencia se dan la mano como en su “Gritos y susurros” (1972), de gran impacto estético para Saariaho y cuyo ambiente también tiñe su Laterna magica.  

Saariaho tiene una aguda sensibilidad sinfónica y plástica encauzada tanto por el IRCAM de París como por su maestro y compatriota Paavo Heininen. Oye visualmente la música y traslada la experiencia al sonido a través de una orquestación minuciosa, con un tratamiento muy expresivo de las cuerdas y meticuloso en metales y percusión. El color rojo, que Bergman asociaba al alma humana, Saariaho lo materializa en el sonido de 6 trompas y el montaje cinematográfico de su admirado Bergman, es trasladado por la finlandesa a un detallista trabajo tímbrico. Clústers que se disuelven en cuartos de tono, lamentos ahogados en los metales con sordina, una administración concienzuda de la intervención de las campanas... o recursos más evidentes, como los susurros que pide a los músicos con indicación expresa en la partitura: “loud whisper without the instrument” (que según tenemos entendido, no hicieron, con la intensidad que pide Saariaho, los músicos de la Filarmónica de Berlín en su estreno); y que utiliza en anteriores como Nymphea Reflection (2001) o en posteriores como Circle Map (2012). Si bien reconocemos el oficio de Saariaho en todos estos aspectos, buscando el colorismo la obra peca en ocasiones de una yuxtaposición excesiva de elementos, cayendo en un muestrario efectista a veces exasperante, y en otras en una reiteración gratuita. A veces lo ingrávido y onírico, tan característico de obras como esta o de su Circle Map, orilla la futilidad evanescente.  

Martínez-Izquierdo, director muy cercano al mundo estético de la compositora, brindó una lectura muy focalizada en los detalles, buscando subrayar los rasgos esenciales del mundo sonoro, quizá a veces con excesiva cautela lo que nos hacía perder la visión de conjunto, pero entregado a una partitura muy trabajada desde sus ejes principales, que conoce sin duda, como conoce globalmente la música de Saariaho, que ya trajo en 2008 a Barcelona dirigiendo el grupo BCN216. De la orquesta logró extraer la elasticidad, la riqueza de texturas y el contraste de planos que configura la atmósfera de la obra, aún en aquellos momentos en los que la exigencia la llevaba al límite, o lo traspasaba, como en algunos pasajes donde muy puntualmente las trompetas se vieron algo superadas por la dificultad. Saariaho, presente en la sala, tuvo una amable acogida del Palau al saludar. 

La orquesta abordó a continuación la colorista suite de El pájaro de fuego, en su versión de 1919. Aunque en algunos momentos tanto cuerdas como vientos ofrecieron un buen desempeño así como la percusión y el arpa, los metales estuvieron algo imprecisos en la “Danza infernal” y en suma director y orquesta fueron incapaces de fundirse en la unidad que exige el universo stravinskyano. Faltó brillantez en la orquesta y elocuencia en la batuta, y sobró atropellamiento desde la entrada sigilosa de chelos y contrabajos que afectó al desarrollo posterior, en una versión algo llana de la obra de Stravinsky.  No fue impedimento para que el público dedicara aplausos a la orquesta y al director, acordes a un meritorio trabajo en el global de su visita.