Marouf Bordeaux 

El triunfo del ¿riesgo?

11/02/2018 Burdeos. Opéra National de Bordeaux. Henri Rabaud, Marouf savetier du Caire. Jean-Sébasten Bou, Marouf; Vannina Santoni, Princesse Saamcheddine; Jean Teitgen, Le Sultan;Franck Leguérinel, Le Vizir; Aurélia Legay, Fattoumah; Lionel Peintre, Ali; Sévag Tachdjian, Ahmad; David Ortega, Le Kâdi. Dir. de escena: Jérôme Deschamps. Dir. musical: Marc Leroy-Calatayud. 

Las dos grandes ciudades del sur de Francia, Burdeos y Toulouse, son sin duda modelos a seguir en nuestro país. Con una población entre 200.000 y 400.000 habitantes y áreas urbanas de en torno al millón de habitantes, podrían ser comparables a ciudades como Murcia, Alicante o Bilbao. Pues bien, las dos ciudades francesas cuentan cada una con temporadas de ópera estables y con variostítulos. Aquí ni Alicante ni Murcia las tienen, y en el caso de Bilbao, la temporada se reduce a 5 títulos, que en su mayoría son obras “de repertorio”. Así, en su temporada nunca se han representado óperas presentes en dos ciudades francesas durante la presente temporada: Pelléas et Melisande de Debussy en el caso de Burdeos, La Rondine de Puccini en el caso de Toulouse, por no hablar de otros títulos aún infrecuentes en el repertorio, como el Tiefland de D’Albert que se representó en Toulouse o este Marouf, savetier du Caire de Henri Rabaud que acaba de representarse en Burdeos. 

La ópera de Rabaud se engloba dentro del movimiento orientalista que se produjo durante el romanticismo en diversas artes, gracias a la colonización del norte de África sobre todo, pero que apenas tuvo influencia en la música. Será Félicien David quien comience la moda con su sinfonía Le Dèsert, de 1844, seguido por Ernest Reyer en su magnífica sinfonía Le Sélam, de 1850, encontrándose pocos ejemplos de este moviminto fuera de Francia, con la excepción del británico Albert Ketèlbey. En la ópera el orientalismo se deja sentir en obras como Djamileh de Bizet o Salammbô de Reyer, además de obras más recordadas como Samson et Dalilah de Saint-Saëns o Thaïs de Massenet. Así, este Marouf, savetier du Caire, basado en un cuento de Las mil y una noches y estrenado en 1914 sería uno de los últimos exponentes, cronológicamente hablando, de la música orientalizante. 

Es de agradecer la labor que ha llevado a cabo Marc Minkowski en la recuperación de operetas francesas y títulos de la opéra comique, desde aquella grabación de La dame blanche con Rockwell Blake hasta las operetas de Offenbach. Le tocaba ya, por fin, el turno a la ópera de Rabaud, que no se presentaba en ningún teatro desde las funciones en la Opéra Comique de París de 2013. Pero por desgracia Minkowski sólo se hacía cargo de la dirección de las dos primeras funciones, dejando las otras tres (entre ellas la que aquí comentamos) en manos del joven (no llega a la treintena) Marc Leroy Calatayud. Es difícil saber cuánto hay de la labor de Minkowski en el resultado de la función que escuchamos, pero la Orquesta Nacional de Aquitania respondió sin fisuras a las indicaciones del director y a la partitura, reproduciendo con sumo acierto los toques orientales de la orquestación, destacando el desempeño del arpa y unas maderas absolutamente impecables. El coro de la Ópera Nacional de Burdeos respondió igualmente a buen nivel, y pese a estar dividido en varios grupos (por los constantes cambios de escena y personajes), se hicieron oír sobradamente en todas sus intervenciones. 

El número de solistas es considerable, pero la mayoría de ellos tienen papeles de reducidas dimensiones y pasan desapercibidos. Todos resultaron correctos tanto vocal como escénicamente, con la excepción de la Fattoumah de Aurélia Legay, muy divertida escénicamente pero excesivamente gritona, siendo además la única voz que fue tapada por la orquesta. De los tres papeles principales, Jean Teitgen supo darle autoridad al mismo tiempo que comicidad a su Sultán, teniendo una voz con algunos problemas en el agudo pero a la que supo sacarle partido interpretativo. Muy bien la Saamcheddine de Vannina Santoni, con una voz bellísima y una gran expresividad canora que nos regaló el mejor momento de la función, su monólogo del 3º acto. Y el protagonista, Marouf, cantado por el barítono Jean-Sébastien Bou, fue todo un acierto: sin problemas de tesitura en un papel de "barítono Martin" que puede resultar muy agudo, con un timbre claro y fresco y una notable capacidad para superar el complicado canto melismático de su parte, en ese intento por sonar oriental, además de ser un actor notable, superando la prueba de tener que cantar a menudo tumbado en el suelo por indicaciones de la dirección escénica. 

La escenografía de Olivia Fercioni era sencilla, con unos paneles que simulaban casas o las paredes del palacio, y que permitían rápidos cambios de escena en una ópera que cuenta con 5 actos. El vestuario, colorista, jugaba tanto con los oficios de los personajes como con las vestimentas típicas árabes, que exageraba hasta tamaños imposibles. Y la dirección escénica de Jérôme Deschamps hizo lo que tenía que hacer: enfatizar los aspectos cómicos del argumento y sacar el máximo partido de los intérpretes y de los miembros del ballet, en especial del que asumía el papel de asno, que fue el que más carcajadas extrajo del público. 

Tras dos horas y tres cuartos de duración, intermedio incluido, se confirmó que la función había sido un éxito de público, vistos los aplausos con los que fueron recompensados los intérpretes. Éxito que se sumaba al musical, que ya habíamos podido comprobar a lo largo de la función. Sin duda, la Opera Nacional de Burdeos veía recompensado su riesgo al programar esta ópera. ¿Riesgo? ¿Qué tiene de arriesgado programar en Francia una ópera cómica con bellísimos momentos melódicos, buenos intérpretes y risas aseguradas? ¿No es quizá cerrazón por nuestra parte pensar que programar una ópera infrecuente es un riesgo? En este caso, vistos los resultados, no lo fue.