Sokolov

Comunión

Barcelona. 28/02/2018, 20:30 horas. Palau de la Música. Palau Piano. Franz Joseph Haydn (1732-1809). Sonata núm. 32, en Sol menor, Hob.XVI:44. Sonata núm. 47, en Si menor, Hob. XVI:32. Sonata núm. 49, en Do sostingut menor, Hob. XVI:36. Franz Schubert (1797-1828). 4 Impromptus, op. post. 142 D.935. Grigori Sokolov, piano.

Guardián de los silencios, mediador del tempo, íntimo y dominador del sonido, así se volvió a presentar el sobrecogedor pianista ruso Grigory Sokolov. Su cita anual en el Palau de la Música Catalana de Barcelona, y ya van once seguidas, es siempre una velada obligada para cualquier amante del arte del piano y de la música. Sus fans, acólitos y creyentes lo esperan a ojos ciegos, pues es ya ‘norma’ impuesta del maestro, no anunciar su programa final hasta pocos días antes de su visita a España. Esta vez su tour lo ha llevado ha actuar en Murcia, Alicante, Valencia y Madrid, además de en Barcelona. La ciudad Condal fue su última cita de esta gira de recitales protagonizado por tres de las sonatas de Papa Haydn, y los 4 Impromptus, op. post. 142 D. 935 de Schubert. 

Entrar a la sala del Palau de la Música cuando la visita Sokolov, es hacerlo en una penumbra más acentuada de lo normal, parece ser que al ruso le gusta el ambiente íntimo y recogido, como es su arte, nunca exhibicionista, siempre sigiloso pero rotundo y con la espectacularidad de una técnica soberana, un control del sonido milimétrico, y una musicalidad arrebatadora que contrasta con su actitud fría y distante para con el público. Pareciera que Grigory actúa para si mismo, y sin embargo asistir a un recital de este virtuoso de las teclas, es hacerlo en una especia de comunión artista-audiencia donde solo tiene cabida la música en su mayor grado de ejecución.

La primera parte estuvo protagonizada por tres sonatas de Haydn, el maestro de maestros, que sentó las bases de tantos otros, con sus sinfonías, cuartetos de cuerda y por supuesto, sonatas para piano. Es cierto que esta últimas no tienen el fervor popular del posterior Mozart o sobretodo de Beethoven, pero disfrutarlas es descubrir el mundo del que, sobretodo el compositor de la Appasionata, bebió y continuó un camino abierto por Haydn, donde en la transición del pianoforte al piano, el desarrollo del nuevo instrumento explotó con imperial resultado. 

La número 32 en Sol menor marcó un inicio de claridad expositiva y sobriedad rotundas, donde los trinos, el estilo clasicista de depurado sonido y la belleza inherente de la composición se rebeló en su sencilla beldad. Con la número 47, en Si menor, Sokolov reincidió en una digitación cristalina y arcaizante, acercando el sonido de un piano actual al estilo del pianoforte clásico en el Allegro moderato. Pero la grandeza de esta sonata reside en asistir a la evolución del estilo del Haydn que ya anuncia a Beethoven, con un Minueto-trio a modo de atmosférico túnel de transición entre los dos movimientos, Sokolov se precipitó en el incisivo Finale. Presto con la voracidad interpretativa de un coloso, con un control del ritmo obsesivo de inevitable vuelo beethoveniano. Su mano derecha iluminaba las notas con contundencia mientras que la izquierda buscó una profundidad donde la lucha de la reflexión y el ello convivieron de manera catártica.

El planteamiento de las tres sonatas, tocadas casi sin solución de continuidad estuvo claro, pues Sokolov las enlazó como si de una gran Sonata a ocho movimientos fuese. El largo y fascinante Moderado inicial de la número 49 en Do sostenido mayor sonó muy lejano del Moderado inicial de la 32 con la que abrió el recital. ¡todo un mundo entre estos dos movimientos y toda la grandeza de Haydn en medio!. El movimiento más largo de las tres sonatas sonó con los ecos de un romanticismo no ya insinuado sino presente y futuro. Sokolov lo acentuó con una dosificación del pedal muy cuidada, con un mayor contraste de las intensidades, un fraseo más apasionado y comunicativo. Aún así el roce, la convivencia del estilo clásico con el nuevo romántico afloró constantemente gracias al virtuosismo meridiano y a la lectura visionaria del ruso. El Scherzando. Alegro con brio, tocado de manera extrovertida y solar, señaló al Mozart alumno y venidero, así como el Minueto-Trio final sonó con la melancolía y profundidad de un mundo interior donde Sokolov no pudo ser mejor intérprete y mediador. 

Tras la pausa después del magistral Haydn, Grigory presentó un Schubert deudor también de su compatriota austríaco, zambulléndose en el mundo interior y característico del compositor del Winterreise, de manera reveladora y referencial. Desde las primeras notas del Allegro moderato inicial, el primer Impromptus pareció haber estado siempre allí, como si Sokolov lo recogiera de una caja de música que acabara de abrir y sonara sin solución de continuidad, tal es el grado de prestidigitación interpretativa del pianista de Leningrado. La fluidez y sensación de continuidad es una de las señas claves de su arte pianístico, las notas más que crearlas las reafirma, las acompaña con una sensibilidad aérea y llena de verdad como si no hubiera otra forma de hacerlo. Con que facilidad sonó el Allegro moderato, con que madurez y profundidad expresiva, Chopin ya se perfila en las notas de un movimiento largo e hipnótico que Sokolov escanció a placer. El Allegretto, Impromptus número dos, se presentó expresivo y enérgico, pero también dulce y melancólico, una suerte de deriva emocional donde se llegó a un cota de emoción sublime. Luz, colores, respiración del fraseo…de nuevo toda una sala del Palau de la Música transportada a otra dimensión donde siquiera los dichosos sonidos del teléfono móvil o los papeles de caramelos y sus envoltorios parecieron existir, magia y atmósfera únicas. El tercer Impromptus, el Andante, pareció querer dar una tregua emocional dado su carácter alegre y despreocupado, con las variaciones sobre el tema inicial que sonaron ligeras y transparentes. Sokolov las recreó con un uso  finísimo del pedal, construyendo unos arpegios llenos de colores y una pulsación rica y comunicativa. El final, con la aparición de nuevo del motivo inicial, entre una brumosa atmósfera sentenció de nuevo la sensación de un eterno retorno musical donde solo la verdad de la lectura de este gigante del piano fuese la posible.

En este viaje sensorial y emocional en que todo el Palau pareció respirar al unísono, que difícil de conseguir y que fácil lo consigue siempre Sokolov, se apareció el monumental Allegro scherzando, cuarto y último Impromptus D. 935. Trinos efervescentes en contraste con unos arpegios llenos de tersura, recreación del universo expresivo del Schubert maduro, con profusión de matices, una técnica prodigiosa y la facilidad de un intérprete en estado de gracia. Sokolov en estado puro y merecida ovación final que estalló como un rayo de luz en las penumbras sensoriales con las que el ruso envolvió al público. La comunión se volvió complicidad entre los aplausos y vítores finales pues es sabido la generosidad del intérprete en sus propinas. ¡Regaló hasta seis! donde sonaron desde Rameau a Chopin alargando la fiesta musical hasta pasadas las once de la noche en un recital que estaba previsto finalizara sobre las diez y media. Asistir a un recital de Grigory Sokolov es transformarse en un acólito de su arte. Música y comunión.