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DE LOS MISTERIOS DEL AMOR

Madrid. Auditorio Nacional. 11 de Marzo. Temporada 17-18 de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Obras de Tchaikovsky y Pintscher. Marisol Montalvo, soprano. Orquesta Nacional de España. Christoph Eschenbach, director.

El programa estaba vertebrado alrededor de tres figuras femeninas y sus pasiones; la dulce Julieta, la intrigante Herodías y la arrebatada Francesca. En este caso, Romeo y Julieta de Tchaikovsky, primera composición sinfónica verdaderamente personal del compositor, fue la que abrió la velada

Tras un minuto de silencio dedicado al que fuera director de la agrupación desde 1984 a 1988 el maestro Jesús López Cobos, Christoph Eschenbach atacó la partitura directamente y las maderas, un poco imprecisas, expusieron el primer tema de este poema sinfónico que se iba a oír repetidamente durante la exposición. Como los colores de un atardecer, el arpa, las flautas, y las cuerdas iban añadiendo pinceladas en ascendente a un sueño repetitivo  pero intangible. Un cambio de temperamento, reflejo de la pelea entre las familias, encabezado por los violines, cellos timbales y platillos, imitados por flautas y flautín, preludiaron lo que sería el segundo gran tema del poema, retrato musical del amor de Romeo y Julieta,  más reposado y de naturaleza profundamente amorosa. Sin embargo, como en la obra de Shakespeare, esa calma no duró demasiado,  pues la música se volvió más impetuosa y fue ahí donde el tema del amor reinó con plenitud, brillante  y a unísono en toda la cuerda. Seguidamente la orquesta pareció difuminarse. Como recuerdos, sonaron las ideas principales de la pieza, anunciando el trágico desenlace, y la muerte de los dos enamorados.

Eschenbach, preciso a la batuta, condujo un Romeo y Julieta sin amaneramientos ni excesos románticos, llevando demasiado sobriamente a la orquesta a través de la narración shakesperiana hasta el punto de llevar al límite los pianos en metales y maderas en algunos pasajes.

Hérodiade Fragmente cortó radicalmente con el discurso anterior, el diálogo se transformó en monólogo desquiciado. Para su interpretación se redujo la orquesta y se sumaron piano y celesta entre otros, junto a  la magnífica soprano Marisol Montalvo.

La voz de Marisol Montalvo irrumpió poderosa después de unas trompetas con sordina entre otros, segura, como Herodías desnuda y virgen frente al espejo. Su voz se fundía como un instrumento más en el reflejo de una orquesta llena de efectos que parecían sus pensamientos, conscientes y subconscientes. Una partitura complicada que corría y frenaba, donde se escuchó a la solista ensimismada o sumida en el caos de un espejo cuarteado. Una voz absolutamente versátil, amplia de tesitura y colores, cálida y expresiva, siempre a favor del relato y sin estridencias. La orquesta, con apenas fragmentos tonales, fue el marco de la voz y su discurso, no como mero acompañante, sino como sombra y parte del poema. Todos los recursos posibles estuvieron en juego: sordinas, glissandos, disonancias…hubo silencios para la oscuridad y pasajes espasmódicos de la mano del texto, y unos matices y tempos  conducidos extraordinamente por Eschenbach hasta el incierto y desvaído final.

En la música de Pintscher resonaron Shoenberg y Strauss, el expresionismo, la atonalidad, la turbación y la rabia. Director y solista, se entendieron a la perfección, no en vano han interpretado muchas veces esta pieza conjuntamente.

La segunda parte fue protagonizada de nuevo por Tchaikovsky. Otro poema sinfónico, este más maduro, pero con la misma preocupación: el amor y la imposibilidad de vivirlo. En este caso Francesca da Rimini, personaje literario de la Divina Comedia de Dante.

En la introducción, contrabajos, cellos y la sección de viento parece que descubren las puertas para bajar al infierno. Un tema reiterativo iba pasando por vientos maderas y algunos metales, mientras los violines con los veloces cromatismos representaban al primer y segundo círculo del infierno girando frenéticamente y simulando la tormenta eterna a la que los amantes están condenados.
Tras la aparente calma del torbellino, el clarinete, expresivo y limpio, se abrió camino acompañado del pizzicato en las cuerdas, para dar paso al delicado segundo tema, el del amor, en la voz de violines y con un contracanto en las trompas.  Este motivo se balanceaba como en un columpio, a veces jugando con las flautas, pero manteniendo ese ir y venir, sin llegar a ningún lado, que se intensificaba y se serenaba, como Francesca y Paolo en su adúltero idilio. Con una célula rítmica que recordó a la Obertura 1812, fagots, tuba y trombones nos anunciaron que el fatídico final se acercaba, y de nuevo la protagonista rodó sin salvación entre los cromatismos y acordes finales de una orquesta precisa, densa, enérgica y castigadora.

El poder de lo emocional rezaba el programa de mano, ahora bien, la emoción puede tocarte o no. Con un material romántico como el del Tchaikovsky parecería que es sencillo, pero las interpretaciones juegan un papel importantísimo y el orden en el que se ejecuten las obras también. Espero que aparte de asombro, disgusto o placer  los oyentes del pasado concierto se hayan emocionado.

Foto: OCNE.