Una absoluta fiesta
Pamplona. 16/03/2018. Auditorio Baluarte. G. F. Haendel: Ariodante. Kate Lindsey (Ariodante), Chen Reiss (Ginevra), Hila Fahima (Dalinda), Christophe Dumaux (Polinesso), Rainer Trost (Lurcanio), Wilhelm Schwinghammer (Rey de Escocia) y Anthony Gregory (Odoardo). Les Arts Florissants. Dirección musical: William Christie.
La cuestión de la real afición a la ópera siempre me ha interesado. Muchas veces he discutido con amigos defendiendo un servidor la tesis de que muchos tienen afición a una pequeña parte de la ópera y no al arte en sí. Y a las pruebas me remito: el pasado viernes un Baluarte que no llenaba dos tercios del aforo y en única función presentaba a uno de los directores de ópera (así, sin apellido) más importantes del mundo y al más importante de ópera barroca: William Christie. Y mirar desde mi butaca a la zona superior y ver tantos huecos me hacía reflexionar acerca de la verdadera dimensión de la afición a la ópera en Pamplona y en Navarra.
¿Un Ariodante, de Georg Friedrich Haendel, aún ofrecido en versión de concierto, solo llena en el mejor de los casos dos tercios del graderio? ¿Y cómo se explica que algunas óperas, con reparto objetivamente menor, llene incluso dos funciones? ¿Nos gusta la ópera o nos gusta el Va pensiero o La donna é mobile? Yo cada vez tengo más dudas sobre la verdadera dimensión de la afición a la ópera en ésta y en otras plazas bien cercanas, sinceramente.
La pena aumenta al contemplar el enorme nivel del espectáculo ofrecido y donde, por encima de todos, destaca un señor: William Christie. ¡Qué sentido del tempo dramático, qué expresividad, que gestión del ritmo! Y siempre transmitiendo felicidad y amor a la música que dirige. Y como fruto de su trabajo, un grupo estable Les Arts Florissants que es sencillamente magnífico; en cualquier repaso que hagamos, sección por sección, no encontraremos mácula alguna aunque podríamos destacar a los cuatro solistas del bajo continuo, justamente recompensados en la tanda de aplausos o la sección de cuerda, capaz de transportarnos y de mostrar la enorme diversidad de una música –solo aparentemente- monócroma como nos aparece la barroca. ¡Geniales!
Los solistas vocales supieron estar a la altura y dentro de un nivel general de excelencia destacaría a la mezzosoprano estadounidense Kate Lindsey que encarnó un Ariodante de una pieza, muy bien en las partes más dramáticas mientras que su agilidad, cargada de cierto mecanicismo inexpresivo, fue del agrado de un público que la vitoreo como pocas veces he visto en el Baluarte. Las otras dos voces femeninas, ambas sopranos, por cierto, israelíes, fueron Chen Reiss (Ginebra) y Hila Fahima (Dolinda) que estuvieron a buen nivel. La voz de la primera tiene más enjundia que la primera y sus agudos fueron más diáfanos aunque ello no menoscaba la actuación de ambas.
Sobresaliente el contratenor francés Christophe Dumaux como el malvado Polinesso siendo además la persona que más hizo por interpretar “actoralmente” su papel con pequeños detalles en los que percibíamos su perfidia y mala intención. Perfecta proyección y enseñó el mayor volumen de la noche, con diferencia. El bajo aleman Wilhelm Schwinghammer (que canta Wagner, por ejemplo) hizo esfuerzos por adecuarse estilísticamente aunque su voz no transmitiera la nobleza exigible a un monarca y sus graves, en ocasiones, aparecieran forzados. Los dos tenores fueron el también alemán Rainer Trost (Lurcanio) y en un papel muy breve el británico Anthony Gregory (Odoardo) destacando el primero con una voz no demasiado grata pero dando adecuada forma a un papel que se mueve entre la tristeza y el desamor.
El programa de mano anunciaba una duración de la ópera de 165 minutos aunque la velada terminó con 145 minutos de música. ¿Decidió acortarse la función? Y en caso afirmativo, ¿se ha hecho lo mismo en Madrid o Barcelona? Espero que ello no tenga nada que ver con la “trascendencia” del auditorio o de la ciudad.
El público premió con varios de minutos de aplausos a los participantes, todos puestos en pie y vitoreando sobre todo a la protagonista y al director. Una fiesta operística que pasó por Pamplona entre la aparente indiferencia de gran parte del melómano navarro. Una lástima aunque supongo que ello dice mucho de la afición real que hay a la ópera por estos lares.