Voix humaine Hannigan OperaParis 

Del ingenio y la obviedad

Paris. 17/03/2018. Opera Garnier. Bartók: La château de Barbe-Bleue. Poulenc: La voix humaine. John Relyea (el duque Barba-Azul), Ekaterina Gubanova (Judith) / Barbara Hannigan (ella), Claudie Bardouil (él). Dir. escena: Krzysztof Warlikowski. Escenografía y vestuario: Malgorzata Szczęšniak. Iluminación: Felice Ross. Video: Denis Guéguin. Dir. musical: Ingo Metzmacher. Orquesta de la Ópera Nacional de París.

Hay dos maneras enfrentadas de asimilar el ensamblaje que de ambos títulos nos propone Krzysztof Warlikowski. La primera nos hablaría del ingenio del escenógrafo de turno; la segunda de la obviedad que representa el conciliar dos obras que, con apenas 5 lustros de separación en su composición, trabajan además un hilo argumental sin duda concomitante que pasa por la exploración de la psique femenina. La vuelta de tuerca de Warlikowski, en aras de sostener el primer sustantivo, es implicar a las primeras de cambio a dos de los tres papeles en liza, a los dos verdugos diría, proponiendo un espectáculo de magia inicial en el que ambos son protagonistas, el primero como nefasto mago, la segunda como atemorizada ayudante, con pie y medio en el estado de ebriedad mental que le conducirá a su dramático monólogo. Esta especie de prólogo mudo, con la única adenda de la proyección del propio teatro vacío – acorde a la pésima calidad del espectáculo –, es el que en cierto modo me provoca cierta perplejidad, pues el verdadero ingenio hubiese demandado su ausencia. La adenda de un pre espectáculo en aras de otorgar coherencia a la propuesta venidera, puede dejar al público más exigente un sabor amargo.

La escena única, diseñada por Malgorzata Szczęšniak, nos propone las siete puertas que debe abrir Judith, cual carritos extraíbles de los aviones, esos donde nos traen las bandejas de comida a temperaturas tan inhumanas como los actos que se narran. Cada uno de ellos nos va desvelando con su transparencia los secretos de Barba-Azul de manera un tanto minimalista, mientras que en el drama de Poulanc se vacían sin más del precedente contenido para transformarlos en un pasillo vítreo con escasas adendas por el que deambula el malherido amante, interpretado por Claudie Bardouil, ante la indiferencia del perro (un pastor alemán que cumplió extraordinariamente su parte, todo hay que decirlo).  La adendas escénicas de este “segundo acto” serían las tomas verticales que nos transmiten en la gran pantalla de teatro el casi continuo tendido deambular de Ella, con encuadres cuanto menos insólitos en no pocas ocasiones.

Sobresaliente actuación la de Ekaterina Gubanova, una Judith convincente en todas sus facetas, determinada en la escena, resolutiva en el apartado vocal, poniendo en evidencia la consistencia y versatilidad de un instrumento que se mostró firme en sus extremos y cálido en el centro. John Relyea ejerció de duque convincente en lo vocal, pues goza de un instrumento redondo y profundo más que adapto al personaje, siendo algo parco en su gestualidad, amén presentar una leve tendencia a la sobreactuación. 

Con cierta indiferencia nos dejaron las prestaciones vocales de Barbara Hannigan, no así las actorales, en las que supo reflejar el drama interior de la protagonista a través de un continuo y agónico deambular por un escenario que frecuentó con demasiada asiduidad, por exigencias del guion, en posición supina. Quizás fuese el derroche físico requerido por la puesta en escena el que mermó en parte sus prestaciones vocales, pues instrumento se me antojó algo falto, con ciertos desajustes de entonación ante los demandados saltos interválicos y demasiada insistencia en un pseudo-declamado más demandado seguramente por las circunstancias que por la partitura.

La dirección de Ingo Metzmacher fue correcta, con una orquesta de respuesta algo banal si tenemos en cuenta la riqueza de los textos propuestos, sin saber reflejar con determinación los picos de intensidad, deambulando en una llanura que sólo gozó de aislados impulsos ante las prestaciones de los cantantes.