Mirando al pasado
No es infrecuente que grandes solistas, como sin duda lo es Schiff, a partir de un cierto punto de su carrera, gusten de ampliar sus horizontes y crear conjuntos con los que desarrollar determinados proyectos, manteniendo así un control artístico absoluto sobre ellos. Desde esta premisa, Schiff y la Cappella Andrea Barca han emprendido proyectos centrados en ese repertorio en el que el pianista húngaro es referencia: Mozart, Haydn, Beethoven, Schubert, es decir la gran tradición clásica vienesa como piedra angular, con incursiones al mundo de Bártok, vinculado a las raíces nacionales y sentimentales del compositor.
Ahora, orquesta y pianista se han presentado en Barcelona, en el ciclo que organiza Ibercamera, con un programa íntegramente compuesto por conciertos para teclado de Johan Sebastian Bach. Concretamente los BWV 1052, 1053, 1054, 1055, 1056 y 1058, todos ellos compuestos (o adaptados) por Bach en el prolífico 1738.
Es incontestable que Schiff es todo un especialista en la interpretación de la música para teclado de Johan Sebastian Bach a través del piano. Su acercamiento, a diferencia de otros colegas situados en polos opuestos del espectro interpretativo, ha tratado de ser siempre respetuoso y equilibrado, aportando una voz propia por medio de una utilización del pedal mínima y elegante, un fraseo impecable, una capacidad magistral para subrayar las diferentes voces, mostrando la musicalidad y simplicidad en la exposición de los grandes y una mano izquierda de una sutileza poco habitual. Todo ello, a pesar del paso de los años, se mantiene y Schiff lo volvió a demostrar con una exquisita exhibición de personalidad y talento. Muestra de ello fueron, muy especialmente, los movimientos centrales de los BWV 1056, 1058, que desgranó con auténtico deleite, con poesía, guiando a los asistentes por los secretos de unos compases que son como su segunda piel, a través de una pulsación única, personal e intransferible. Momentos de gran música y de gran músico.
Si el concepto pianístico de Schiff es intemporal, no lo es tanto la propuesta del conjunto instrumental. O al menos del concepto que mostraron tanto el Schiff director como la Cappella Andrea Barca al asomarse a estas obras. Es bien sabido que la interpretación del repertorio barroco, y concretamente del opus bachiano, ha sufrido una revolución, especialmente a partir del último cuarto del siglo XX, en lo que se refiere a articulación, sonoridad, colores, dinámicas y tempos. La propuesta que comentamos, de la que Schiff como director es último responsable, parece mirar al pasado para apartarse claramente de esta tendencia y regresar así a planteamientos que nos retrotraen a un modo de interpretar a Bach de hace cincuenta años, previa a la revolución de los historicistas.
No cabe duda que cualquier planteamiento, en este sentido, es aceptable y que la propuesta se tradujo en una versión equilibrada, con algunos diálogos interesantes entre el solista y el violín o el cello, de marcado perfil camarístico, pero el discurso general fue anodino, poco vivaz, sin tensión ni contraste. No se puede discutir la calidad innegable de los músicos de la formación, pero por eso mismo cabría exigir mayor riesgo, más intensidad y menos convencionalidad y uniformidad expresiva. Todo ello se tradujo en una serie de conciertos desgranados con tanta corrección como falta de sorpresas, un discurso general demasiado plano e insípido. Como quien se come un buen plato, puede que no bruciato, pero sí con un cierto sabor a rebollito.