Strauss Pons Liceu2018 A.Bofill 

Waiting for Strauss

Barcelona. 28/04/18. Gran Teatre del Liceu. Richard Strauss: Till Eulenspiegels lustige Streiche, op. 28. Vier letzte Lieder. Tod und Verklärung, op. 24. Jacquelyn Wagner, soprano. Orquesta Sinfónica del Gran teatre del Liceu. Dir. Mus.: Josep Pons.

Si existe un compositor que echan en falta muchos aficionados en las temporadas de ópera del Liceu, ese es sin duda Richard Strauss. Es cierto que en la temporada pasada Elektra se pudo ver en la premiada producción y debut póstumo en el Liceu del recordado Patrice Chéreau, con un sonado éxito, pero su obra lírica llega con cuentagotas al teatro de las Ramblas. Se han visto en estos veinte años desde la reinaguración del Liceu: Salomé, Elektra, Ariadne aux Naxos, Die Frau ohne Schatten, Arabella y Der Rosenkavalier, con lo que da para una media aproximada de cada tres temporadas un Richard Strauss. Será este dato suficiente para algunos pero no para otros muchos, ya que el compositor de los Vier letzte Lieder es un nombre cabal en la historia de la ópera y la dificultad de sus títulos sitúa a un teatro en relación a la calidad de sus cuerpos estables, coro y orquesta. 

Josep Pons, el director musical titular de la Orquesta Sinfónica del Liceu, la más antigua de España, no hay que olvidarlo, lo sabe bien y ha presentado este atractivo programa con una doble ración de dos de sus poemas sinfónicos más famosos, además de intercalar en medio los legendarios Cuatro últimos lieder, compuestos en 1948 poco antes del morir Strauss. Un programa comprometido y todo un reto que sacia con suficiencia el deseo de ver más títulos de este gigante de la ópera. Obras como Capriccio o Daphne, todavía faltan por ponerse en escena en un teatro que además de wagneriano para muchos es también straussiano.

Hay que apuntar un dato importante, por lo histórico, pues el propio compositor visitó Barcelona y el Liceu y dirigió la Orquesta del teatro en 1897, esa vez entre otras obras suyas, precísamente Muerte y transfiguración. Richard Strauss volvió en 1901 para dirigir de nuevo desde el púlpito del Liceu y esta vez entre otras composiciones propias, Las aventuras de Till Eulenspiegel. Así que el programa escogido por Pons, tuvo su punto de histórico y de memoria homenaje a la propia y rica actividad musical del teatro de ópera de las Ramblas.

Hay que felicitar al maestro Josep Pons en lineas generales por la propuesta servida ya que la orquesta respondió con brillantez, sonido homogéneo y puntuales momentos de fulgor sonoro. Comenzó con el poema Till Eulenspiegels lustigue Streiche, Op. 28, con buenos ataques, control del tempi y precisa administración de la voluptuosidad orquestal de una obra que va del humor picaresco a explosiones acústicas que anticipan la futura Salomé. Destacó el sonido de las flautas, el piccolo y los oboes, recreando el carácter travieso del protagonista imaginario. El tema del héroe popular del folclore alemán se paseó por las secciones con chispa y brillantez, buen solo del concertino, sonido diáfano de la trompa o el clarinete con vistoso trabajo de la percusión y los metales. Pons supo dotar de ligereza una partitura más densa de lo que parece, haciendo bailar el tema de Till con buen contraste de colores, con un uso efectivo del cromatismo en la variada paleta orquestal. El ajustado cuarto de hora que dura esta maravilla sinfónica acabó con el vistoso trabajo de todas las secciones en una explosión final con lumínicos contrastes por la teatralidad de las cuerdas y la profundidad del fraseo. Un gran trabajo de conjunto. 

El cambio de tercio que significó la interpretación de los Vier letzte Lieder introdujo la voz de la soprano estadounidense Jacquelyn Wagner, recordada en Barcelona pues fue segundo premio del Concurso Viñas en su edición del 2007. Un edición que por cierto ganó la soprano española Beatriz Díaz y que contó con toda una Marina Rebeka como tercer premio ex aequo junto a la soprano alemana Anja Schlosser. 

El añadido de la voz en una obra como esta, donde el uso instrumental de la soprano como un miembro más de la orquesta es fundamental, dio un grato resultado a pesar de momentos puntuales de eclipse vocal. Wagner sin duda posee una voz ideal para Strauss, por color, ligero toque metálico, registro y timbre. La soprano nunca fuerza su instrumento y sabe dosificar con elegancia el fraseo y la articulación del texto. Pecó sin embargo de un registro grave más bien sordo, poco audible al inicio del Frühling, faltando también ligereza y brumosidad en el equilibrio voz/orquesta durante el primero de los cuatro Lieder. Volvió a pecar de sonidos algo sordos en los graves la soprano en September, aunque aquí las dinámicas y el control vocal, orquestal tuvieron un entendimiento mayor. Faltó si acaso más mordente en el uso del poético texto, por parte de Jacquelyn Wagner, mientras que la sobrenatural e icónica entrada de la trompa final en Augen zu, sonó dulce y elegíaca. Con Beim Schlafengehen se comprobó que faltó mejorar la proyección de la solista, algo ensimismada en la belleza del canto pero con un uso soberano del fiato, siempre administrado con aristocrático estilo. Supo brillar en su solo el concertino. Por último, en Im Abendrot, soprano y orquesta mostraron sus mejores armas, aunando la belleza decadente de una música crepescular con una interpretación de irresistible atractivo evanescente a pesar de un pequeño desliz del metal en los últimos compases. 

El tema musical final del último verso de Im abendrot es el de la transfiguración, del poema Muerte y Transfiguración compuesto por Strauss con veinticinco años, esto es, sesenta años antes que sus últimos Lieder. Fue un buen acierto acabar el concierto y la segunda parte del mismo con este poema sinfónico, con justicia uno de los mas alabados del compositor. 

Pons se mostró preciso y muy atento, quizás demasiado, quien sabe si por falta de ensayos, ya que su lectura, vibrante y estilosa, también quedó fue algo superficial. La interpretación fue más lírica que trascendente, con destellos desde los trémolos de los contrabajos, pasando por unas cuerdas flexibles y elegantes, o el llamativo colorido de las flautas, el oboe, la trompa, el clarinete y los fagotes. Se diría que los cuatro estadios por los que pasa el protagonista se mostraron con claridad y buen pulso dramático, pero con una falta de cohesión interna en el desarrollo de los cuatro movimientos, con alguna caída de tensión que difuminó algo el discurso musical general. Con todo, una lectura más que estimable de este poema que culminó con un empático in crescendo hasta llegar al visionario clímax final.