Peretyatko 

Sensaciones contradictorias

Barcelona. 31/05/2018. Palau de la Música. Obras de Fauré, Liszt, Tchaikovsky y Rachmaninov. Olga Peretyatko, soprano. Guilio Zappa, piano. 

El debut en el Palau de la Música de la soprano rusa Olga Peretyatko ha dejado sensaciones extrañamente contradictorias. Peretyatko es una de las grandes estrellas del panorama operístico actual y lo es por cualidades excepcionales. Una voz de indudable calidad y belleza, una proyección apabullante, carismática puesta en escena y línea de canto cuidada y elegante.

Ha destacado en los últimos años en el repertorio de lírica ligera, especialmente orientado hacia el belcantismo de Rossini, Bellini, Donizetti y el Verdi más lírico, como Gilda y, recientemente, Violetta Valery. Un repertorio que le permite exhibir sus facultades, que sobresalen en el canto spianato y legato que le permite expandir una voz de considerables dimensiones con una mezcla tímbrica óptima de metal y terciopelo. En definitiva, un instrumento fabuloso.

En el recital de Barcelona mezcló repertorios, presentando una nueva vertiente de su personalidad canora, incorporando canciones de Fauré y Franz Liszt a su repertorio habitual para concluir con piezas de sus compatriotas Tchaikovski y Rachmaninov, en un programa con cierta estructura circular. Una propuesta interesante sobre el papel pero que, a nivel de dinámica de recital, no acabó de funcionar.

Acompañada por el pianista Giulio Zappa, inició la velada con un primer bloque integrado por tres canciones de Fauré, de las que ofreció una lectura superficial, excesivamente pendiente del atril, haciéndose evidente, como ella misma confesó, que se trataba de nuevas incorporaciones a su repertorio. Les roses d’Isaphan sirvió poco más que para calentar la voz; pasaron por encima, tanto ella como su acompañante, de los encantos decadentistas de Claire de lune para empezar entonarse con un Après un rêve de mayor intensidad.

Una intensidad que subió varios enteros en el inicio del segundo bloque, dedicado a Franz Liszt, con un sentido Oh, Quand je dors que despertó las primeras ovaciones de un público que no llenaba la sala del Palau, pero que se entregó en líneas generales a la soprano. Esta primera canción de Liszt mostró las cartas ganadoras de Peretyatko, que en el centro muestra un color oscuro y sugerente, domina con maestría las modulaciones y el juego de dinámicas e impacta cuando expande la voz en la zona central aguda. El color resulta realmente y sorprendentemente oscuro para una soprano en principio lírico-ligera, con graves sonoros y bien emitidos, si bien es cierto que en la escuela rusa abunda este perfil vocal. En Barcelona lo hemos visto recientemente con Garifullina y no hay que olvidar que Netrebko inició su carrera en la cuerda de lírico ligera.

Siguieron a Oh, quand je dors, dos canciones en alemán (Lorelei y el Liebestraum) que mostraron afinidad con el universo de Liszt, pero, como en el caso de Fauré, falta de profundización en los textos y en el universo liederístico. Giulio Zappa mostró también limitaciones en este sentido, con un sonido monocromático y poca variedad de acentos, aunque, eso sí, siempre ayudando y respirando con la cantante. Algo que se puso de manifiesto en la que, personalmente, considero la pieza más redonda de la velada: All’ombra amena, el aria de Corina en Il viaggio a Reims, de Rossini. Una página que parece escrita para Peretyatko, pues realza todas sus cualidades vocales sin exigir grandes complejidades dramáticas. También quedó claro el perfil de Zappa: el de un extraordinario pianista repertorista, que condujo con maestría las páginas operísticas, pero que, tanto en la canción como en sus piezas en solitario (una pieza de Rossini y dos discretas Mazurkas de Chopin) se quedó corto en expresividad e, incluso, en convicción.

Con la cantante y el público ya en calor, pianista y soprano abordaron la exigente "Bel raggio lusinghier", de la Semiramide rossiniana, bien resuelta en líneas generales y a nivel de coloratura pero que mostró detalles técnicos discutibles, sobretodo un extraño engolamiento de los trinos que provoca un sonido gutural y poco grato, así como un sorprendente problema para sostener las notas agudas. Este último aspecto es extraño en una soprano ligera y desconozco si fue puntual, si responde a un problema técnico o a una tendencia a ampliar el repertorio hacia territorios líricos, pero lo cierto es que sucedió en las dos ocasiones en las que intentó una nota sostenida final: en la mencionada Semiramide y en la pieza que abrió la segunda parte, "Oh luce di quest’anima", de Linda de Chamounix, de Donizetti, en la que mostró las mismas virtudes y los mismos defectos.

Tras Linda de Chamounix, Peretyatko se atrevió con el "Casta diva", una pieza que supo controlar técnicamente, si bien con demasiadas precauciones que limitaron la expresividad y la consecuente respuesta emocional del público. La gran aria de Norma clausuró el bloque operístico y nos condujo a la canción rusa, concretamente de Tchaikovsky y Rachmaninov. Tras pasar por el repertorio operístico, acabar un recital volviendo al mundo de la canción es arriesgado a nivel de dinámica de programa, pero sin duda si algunas canciones pueden soportar ese peso, por intensidad y por dramatismo, son las de estos dos autores. Pero la elección de las piezas no priorizó el componente emocional sino la exhibición, un tanto superficial, del bello timbre de Peretyatko. Muestra de ello fue el famoso "Vocalise", de Rachmaninov. En todas ellas se percibió la sensación de un cierto amaneramiento en el fraseo y una auto fascinación por la belleza del propio timbre que desembocó en cierta frialdad, o más bien falta de sinceridad expresiva, a pesar de la cuidada puesta en escena de la soprano, que acabó con tres propinas más, todas en esta misma línea.

En definitiva, sensación ligeramente agridulce la que dejó Peretyatko a la que, sin duda, nos encantaría ver en este momento de su carrera en el Gran Teatre del Liceu con un papel de peso. Cualidades y carisma para ser una grande, sin duda, no le faltan.