Preludios del porvenir catalán
Barcelona. 3/6/18. Ateneu Barcelonès- Sala Oriol Bohigas. 7º Ciclo de música catalana Joan Manén. Preludios de Bach, A. Soler, Debussy, Mompou, Cercós, Santasusana, Balada, Martí Cristià, X. Gols, Massià, Guzmán, Granados, Albéniz, Chopin. Albert Cano Smit, piano.
Ya son siete las ediciones de este ciclo de música catalana organizado por la Asociación Joan Manén, que comenzó el pasado mes de febrero y al que le espera la última cita en la misma sala del Ateneo Barcelonés el próximo 17 de junio con un recital de la mezzo Marta Valero junto al piano de Albert Guinovart. Una serie de asociaciones catalanas en torno a figuras como Manén, Massià-Carbonell o Martí Cristià están desarrollando la labor que deberían acometer las instituciones públicas, que están siempre dirigidas por irresponsables o tecnócratas a los que lo último que les importa es la cultura, y aún en último lugar la música. La Asociación está dirigida por el pianista Daniel Blanch, quien mantiene una aguda y obstinada coherencia entre su faceta de pianista y de gestor cultural gobernada por la voluntad de recuperar y difundir el patrimonio musical catalán al que las principales instituciones del país siguen dándole la espalda, y que se materializa en conciertos, grabaciones y actividades divulgativas.
El ciclo tiene dos grandes divisas: colaborar en la recuperación y difusión del patrimonio musical catalán y establecerse como plataforma de visibilidad para jóvenes intérpretes de talento. Las dos se concentraron en esta cita, para la cual se invitó al pianista catalán de origen suizo Albert Cano Smit, un solista de grandes manos y gusto por la miniatura y el matiz, que toca abalanzado sobre el piano, escudriñando microscópicamente cada gesto.
Cuando apenas asoman sus veintidós años, la palabra “promesa” que se suele repetir una y otra vez en jóvenes de talento como este caso es además de equivocada, dañina. El intérprete no debe prometer nada ni por ello después debe “cumplir” con algo que supuestamente ha prometido. Toda esa retórica le impone una mirada hacia fuera que es la que debe evitar; es hacia dentro donde la debe dirigir, más cuando –como sucede en Cano– tiene un amplísimo margen de profundidad reflexiva para explorar y descubrir. La tentación es grande, me incluyo, cuando uno escucha un joven pianista dotado para defender con brillantez el patrimonio musical nacional. No somos nosotros, sin embargo, nadie para imponerle esa u otra tarea.
Una cuidada elaboración de un programa muy exigente saltaba, a pesar de buscar el hilo conductor en el hecho de que todos fueran preludios, por universos a veces muy dispares entre sí. No fue un impedimento para que Cano entrara y saliera de ellos con admirable naturalidad. La desnudez del preludio que abre El clave bien temperado recibió una lectura algo atenazada y el Preludio en do menor de Antoni Soler que le siguió fue leído en clave sensual e imaginativa: una buena preparación para el laberinto psicológico de los tres preludios de Debussy que le siguieron, donde Cano comenzó a hacerse grande. Para el luminoso General Lavine – eccentric derrochó precisión y una magnífica administración de las tensiones que fragmentan y yuxtaponen las frases, aunque lo más reseñable tras La terrasse des audiences fue su destreza en los angustiantes Feux d’Artifice manteniendo un equilibrio sólido entre ambas manos y una notable estabilidad en los endiablados juegos reiterativos. Los primeros aplausos del recital sirvieron de separador para un delicado trabajo de refinamiento en la tristeza alegre de los tres preludios de Frederic Mompou (números 1, 5 y 9).
Resulta casi imposible escuchar su música en su propia ciudad, pero Josep Cercós fue un sólido e inquieto compositor, un investigador, y por lo que cuentan un hombre tan sarcástico como sencillo además de un pianista excelente que adoraba la obra de Mompou. Todo ello se encuentra en sus maravillosos Preludis ambulants de 1954 de los cuales pudimos escuchar una poliédrica “Nit de reis” y el vertiginoso “l’esmolet” desenvuelto con gran precisión. La primera parte se cerró con el Preludi 78 del polifacético Joan Pich Santasusana y con dos de los cinco Preludis obstinants (4 y 5) del incombustible y ecléctico Lleonard Balada, presente en la sala.
En la segunda parte, los sencillos preludios de Josep Martí Cristià precedieron a un liszteano preludio de la Suite para piano de Xavier Gols que demandó virtuosismo de Cano, así como un esmerado cuidado en los ataques. En suma, logró una fiel recreación de una fascinante obra estrenada en 1930 por el mismo Gols, cuya prematura muerte a los 36 años nos arrebató un compositor e intérprete excelente. El refinamiento y la elegancia con que Cano abordó el primero de los tres preludios de Joan Massià fue la puerta de entrada a una interpretación reflexiva, madura, caracterizada por la sutileza en el rubato hasta el sobrecargado Arcaico que en manos del solista se hizo transparente. También delicado se mostró en el tratamiento tímbrico para el lúgubre Preludi I de 1985 del sabadellense Josep Lluís Guzmán, una partitura tan interesante como el segundo preludio (1986) que Cano tocó a continuación, porque nos ofrece una imagen estética determinada por un momento de búsqueda, algo diferente a la que apuntaba en su última etapa antes de dejarnos el año pasado. Tras la concentración expresiva de Guzmán, un vitalista Preludio en re mayor de Enric Granados algo apresurado dio paso a una soberbia lectura de la “Evocación” que abre la Suite Iberia de Isaac Albéniz. Para terminar, el cansancio y el intenso calor de la sala no hizo mella en una orgánica interpretación de una selección de cinco de los Preludios op. 28 de Chopin: con ligereza en el nº 17, algo acelerado en el nº 20, enfático en el nº 21 y con una madurez sorprendente en un preciso nº 24.
Fuera de programa, el lirismo embriagador del nº 14 de las Davidsbündlertänze de Schumann (“Zart und singend”) fue un broche magnífico con el que el pianista terminó de conquistar a una sala que escuchó con satisfacción la musicalidad de un joven en el que entusiasma por encima de todo su singularidad, su discurso pianístico, su personalidad: algo tan difícil como raro y frágil que deberá seguir cuidando y reconquistando.