Enajenación gótica
Madrid, 23/06/2018. Teatro Real. Gaetano Donizetti, Lucia de Lammermoor. David Alden, director de escena; Venera Gimadieva, Lucia; Ismael Jordi, Edgardo; Simone Piazzola, Enrico; Marko Mimica, Raimondo; Shi Yijie, Arturo; Alejandro González, Normanno; Marina Pinchuk, Alisa. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Daniel Oren, director musical.
El bel canto vuelve al Real con una de sus obras más emblemáticas. En una ópera que siempre corre el riesgo de convertirse en un decorado de cuento para tan solo la exhibición vocal, hay que alabar la propuesta del director David Alden por el peso dramático y la credibilidad que trae consigo. Lo hace, curiosamente, con un lenguaje escénico que apunta a otro tipo de fantasía, el terror victoriano. Las escenas y figurines nos trasladan a Otra vuelta de tuerca si atendemos a lo literario y al cine de terror gótico si lo hacemos al audiovisual: una mansión en total decadencia donde acechan males ocultos, nunca evidente mostrados, y cuya salvación parece estar en el sacrificio de la protagonista infantil. El metateatro aparece combinando decorados y tramoyas y en un escena de la locura con aires de guiñol macabro. La caracterización de Alden para esta Lucia se aleja de la habitual descripción de la histérica freudiana en su versión adulta, para adentrarse en los traumas infantiles en su versión más siniestra. Con este acercamiento se consigue además matizar esa hipertrofia del órgano poético que padecen casi todas las obras del Romanticismo pleno.
Si el primer reparto se antoja imprescindible, el segundo no es en absoluto un cartel de consolación. Los dos protagonistas, Venera Gimadieva e Ismael Jordi, vienen de cantar estos mismos papeles en dos de los teatros de primera línea mundial, Covent Garden y la Ópera Estatal de Baviera respectivamente. En esta función ambos demuestran que su elección para tan selectos lugares está más que justificada. Gimadieva tiene una presencia escénica magnética y cuenta con la sabiduría y contención suficiente para hacer creíble a una jovencísima Lucia que podría caer fácilmente en el ridículo. Es sin embargo en las escenas finales donde mejor presume de sus dotes teatrales intensas y descarnadas. La voz combina los elementos contrapuestos que requieren el papel, coloraturas y dramatismo. De las primeras se siente más cómoda en los estacatos, que cincela intachablemente, que en las agilidades ligadas y los glisandi, pero ofrece en todo caso un espectáculo vocal emocionante y en muchos momentos, ejemplar. La emisión además es potente en todo el registro, el timbre cristalino y el vibrato elegante; una combinación que unida a un fraseo pleno de musicalidad, le hizo ganarse al público de su noche de estreno.
Ismael Jordi es un cantante que ha ido mejorando con los años, este Edgardo ha sido un gratísima sorpresa. Su físico y sus atléticos movimientos sobre el escenario encajan con su caracterización como una especie de Greystoke escocés –siempre entrando por las ventanas y luciendo pantorrilla. No tiene el timbre más hermoso, pero compensa de sobra con sus habilidades vocales. En el inicio de su actuación, contagiado por la vitalidad del papel, mostro un canto potente y vigoroso, con ataques explosivos. Una vez exhibidos los medios vocales, el canto se suavizó según avanzaba la noche, poniendo atención y cuidado a las medias voces y resolviendo la difícil combinación de mimar el legato y presumir de una clarísima dicción que hizo innecesario mirar los sobretítulos cuando cantaba.
El resto del reparto fue más que notable, de entre ellos destaca la estupenda actuación de Marko Mimica como el capellán Raimondo Bidebent, bello color y ancho caudal, una voz que nos dejó con ganas de mucho más. Simone Piazzola ejecutó convincentemente el papel de hermano abusador en lo actoral. Vocalmente, sus incursiones en el registro agudo causaron notables cambios de color y afinación, aunque los tercios bajos le funcionaron bien.
Para completar una noche de buenos momentos Daniel Oren ofreció un cuidadísimo trabajo desde el foso. La onírica armónica de cristal se utilizó en vez de la flauta, algo que cada vez ocurre en más representaciones. Su carácter delicado pareció contagiar la actuación de la orquesta y el coro. Afloraron evanescentes melodías, y en los momentos de lucimiento, obsequió a los cantantes los pronunciados y emotivos ritardandi sin caer nunca en lo aparatoso. Pudimos comprobar una vez más que, para los buenos directores, la tensión e intensidad interpretativa no tiene nada que ver con el volumen.
Foto: Javier del Real.