La cercanía del aura
Barcelona. 16/8/18. BCN Clàssics. Palau de la Música Catalana. Toldrà: Vistes al mar. Falla: El Amor Brujo. Mayte Martín. Mozart: Sinfonía núm. 40. Orquesta de Cadaqués. Dirección: Joan Enric Lluna.
Un verano de hace treinta años un grupo de músicos, mirando hacia Europa y al calor del Festival de Cadaqués, decidió fundar una orquesta trascendiendo el a veces gris “funcionariado musical” de las orquestas oficiales: algo tremendamente atrevido en este país, se haga cuando se haga, aunque aquel contexto tenía otras posibilidades y limitaciones diferentes a las nuestras. Los buenos ingredientes, el trabajo riguroso y una trayectoria ascendente permiten un concierto extraordinario en pleno agosto para una celebración merecida de la Orquesta de Cadaqués, con esporádicas producciones en el Palau pero siempre solventes, fuera de sus compromisos por España y especialmente por Europa.
A tres décadas de distancia, el programa procuraba rememorar los orígenes y el talante de la formación, entre la reivindicación del patrimonio nacional y el gran repertorio clásico, con la dirección musical de un histórico y cofundador como es el clarinetista valenciano Joan Enric Lluna y en el dulce reencuentro con la cantaora Mayte Martín. Para comenzar, esas “evocaciones poéticas” de carácter noucentista que Eduard Toldrà desprendió de los versos de Joan Maragall; un compositor de reducido pero fascinante catálogo que más allá de ciertas obras emblemáticas como esta o la ópera El giravolt de maig, si por algo ocupa un lugar en la historia es por su labor como director constructor de la Orquesta Municipal de Barcelona, desde las ruinas de la posguerra hasta el largo camino de la profesionalización: un emblema de lo que se celebraba con este concierto. Para cuarteto de cuerda en su versión original y estrenada en esta misma sala, no hay que olvidar que es una obra profundamente camerística, aún en su posterior versión para orquesta de cuerdas, donde todo se subordina al canto, subrayado con pertinencia estilística por la batuta en una vigorosa lectura del primer movimiento “La ginesta”. La fantástica respuesta de las cuerdas tuvo su culminación en un conmovedor “Nocturn”, dotando de gran densidad a los silencios y edificada sobre una cuidada afinación de violas y violonchelos.
Ligado a esa misma época aunque en coordenadas algo diferentes, el programa continuaba con El Amor Brujo, la célebre gitanería que a más de cien años vista conserva en su partitura toda la frescura del primer día, revisitada por Manuel de Falla hasta en nueve ocasiones durante diez años. Desde el rumor del mar gaditano en el trémolo de las cuerdas al inicio, una orquesta onomatopéyica (ampliada en esta instrumentación respecto a la reducida plantilla de la primera) debe afrontar una música eminentemente plástica, magistral en manos de un Falla que había pasado siete años estudiando en París y ya había rematado La vida breve. La magnífica versatilidad y cintura de la formación dio fruto a una versión emocionante; en una lectura colorista y muy matizada de la partitura, de gran ductilidad y coqueteando con el vértigo (un tempo quizás algo precipitado en la “Danza del juego de amor”), dando relieve a las tensiones de todas las frases, ríos musicales que desembocan constantemente en la inmensidad de una nota: el mi en el modo frigio, que ya se anuncia en la fanfarria inicial sobre piano y cuerdas. Lo místico y lo gitano se cifró en el cante de Mayte Martín, una intérprete rigurosa capaz de conservar esa semilla estética que latió en Falla y en María Lejárraga y se volcó, de forma muy precaria, por primera vez en el Teatro Lara.
Sin necesidad del recitado, el mundo onírico de embrujo y espíritu nos acercó más a “La Argentina” Antonia Mercé que a Pastora Imperio, en una mezcla prodigiosa de arrebato y precisión, manteniendo indiscutible coherencia estética con el universo falliano, y la libertad propia del espíritu popular en algunos números: desde el quejío de la “Canción del amor dolido” (sobre un sobresaliente oboe solista subrayando el modo flamenco en la rápida secuencia de cuatro notas) hasta la “Canción del fuego fatuo” con un cautivador rubato al que la orquesta se amoldó perfectamente. Sólo una sonorización más que discutible, cuya fuente de sonido colocada en los laterales del escenario y a metros de distancia de la cantaora deshacía algo de naturalidad, nos impidió disfrutar más de las sinuosidades fascinantes de la voz de Martín, minuciosa y emotiva sin caer en afectaciones ni excesos: ella también pertenece sin duda a la escuela de la íntima y honda austeridad a la que pertenecía Falla, con una larga tradición en la música española –oral y escrita– desde el Renacimiento.
En la confusión entre el gusto estético y las condiciones de una época se defienden a veces dogmas como la necesidad de interpretar Mozart con una orquesta de reducidas dimensiones. Ahora bien, si por algo destaca esta penúltima sinfonía es por una orquestación muy ligera y sutil, con la incorporación de los dos clarinetes en la segunda versión. La tragedia romántica, con el centro de gravedad en el sol menor, ya se trama en el primer movimiento de esta esplendorosa obra maestra que recibió más vigor expresivo y contundencia en las cuerdas que matiz. Pese a alguna inestabilidad puntual en fagotes, fantásticamente bien respondieron las maderas a esas sutilidades en el molto allegro inicial (soberbio de nuevo el oboe y brillante el fraseo de la flauta). Reseñable también el sonido vaporoso de la cuerda en el delicadísimo andante, uno de los movimientos más líricos y frágiles que se han escrito para orquesta. Un Menuetto muy vivaz y aligerado por la batuta desembocó en un allegro final estimulante. Los aplausos se prolongaron y enlazaron con una breve intervención del polifacético Joan Enric Lluna, erigido en maestro de ceremonias de la efeméride, dirigiendo cinco variaciones sobre el Happy Birthday con la sala aplaudiendo y celebrando la treintena.
La distancia genera un aura –paradójicamente– inmediata, que se puede recrear cuando se ha recorrido un largo camino. Con esa lejanía acercada sin destruir el aura, como describía Benjamin en su texto antológico, acertó la orquesta en su aniversario. Sin fábulas ni mitos de origen. “Sólo” con trabajo, entusiasmo y buenos mimbres: a un proyecto singular y valioso como este sólo podemos dedicarle como mínimo otros treinta años iguales a estos.