Una noche histórica
Oviedo. 09 y 11/09/2018. Ópera de Oviedo. Muñiz: Fuenteovejuna. Mariola Cantatero y Maria Miró (Laurencia), Antonio Lozano y José Luis Sola (Frondoso), Felipe Bou y Francisco Crespo (Esteban), Damián del Castillo y Javier Franco (Fernán Gómez), Pablo García López y Juan Antonio Sanabria (Mengo / Juez), Isabella Gaudí y Cristina Toledo (Pascuala) Marina Pardo (Jacinta). Luis Cansino y Fernando Latorre (Flores). Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias Coro de la Ópera de Oviedo. Dir. Escena: Miguel del Arco. Escenografía: Paco Azorín. Dir. musical: Santiago Serrate.
“Y al cabo, al cabo, se siembre o no se siembre, el año se remata por diciembre”. Con esta lapidaria frase cierra Lope de Vega uno de los diálogos de su obra más afamada: Fuenteovejuna. Y razón tenía el dramaturgo ya en el siglo XVII, pues innumerables personas adoptan esta postura día tras día en sus trabajos o -aún peor- en sus propias vidas. El conformismo y la rutina son malos amigos de la creación artística, pero ¿y lo bien que funcionan? El cine lleva años estrujando la saga Star Wars para sacar de ella hasta el último céntimo, J. K. Rowling se negó a seguir narrando las aventuras de Harry Potter tras ocho novelas principales y seis libros secundarios -pese a la insistencia de sus editores- y hay quien, en el mundo de la ópera, sigue equiparando la muerte de Liù a la de todo el género.
No quiero decir con lo anterior, ni mucho menos, que la obra de Puccini esté manida, o que lo nuevo es mejor por el mero hecho de serlo, sino que la opción fácil para una temporada como la de la Ópera de Oviedo habría sido la de conformarse con lo que hay, reponer una vez más esas obras que nos encantan -pero que ya hemos visto- y, en suma, resignarse a ocupar ese lugar que por presupuesto y emplazamiento debería corresponderle. Así pues, embarcarse en un proyecto como el de Fuenteovejuna no es sólo un acto de emprendimiento, tan de moda estos días, sino de pasión. De esa pasión por aquello que se tiene delante y que no se complace hablando sobre horarios de ensayo, contratos o rivalidades. Esa pasión que, estoy convencido de ello, ha sido y será siempre el motor de cualquier arte.
Entrando ya en materia, debemos reconocer que el desafío de adaptar una obra maestra como Fuenteovejuna para ser musicada es exactamente eso, un desafío. Uno que, por fortuna, fue resuelto con brillantez por el gran Javier Almuzara, quien opta por mantener versos del texto original al tiempo que integra sutilmente otros de cosecha propia. Así pues, desaparecen -por ejemplo- personajes como el Maestre de Calatrava, Don Manrique o los Reyes Católicos, ante quienes Flores corre a suplicar clemencia en lugar de resultar muerto durante la revuelta de los villanos como sucede en esta adaptación. Estos recortes, lejos de resultar bruscos son incluso deseables, pues contribuyen a simplificar la acción, condensándola y haciendo posible su integración con la música compuesta por Jorge Muñiz. El lenguaje, por su parte, se clarifica, actualizándose para el público de hoy al tiempo que se despliega en versos de envidiable musicalidad. Tanto es así que uno llega a preguntarse como pueden -en medio de una historia actual- desarrollarse personajes de nombres tan desfasados como Laurencia, Frondoso, Mengo o Pascuala.
Respecto a la acción dramática, debemos decir que esta se mantiene prácticamente intacta en el nuevo libreto, el cual no duda en subrayar los valores que hicieron inmortal la obra de Lope, como la búsqueda de la justicia a manos de los pueblos o el gran poder que reside en éstos cuando son capaces de unirse para perseguir una causa común. Y dado que Almuzara no debió verse presionado por ninguna autoridad real o religiosa al momento de escribir su trabajo, el concepto de justicia aflora en su libreto con una universalidad aún mayor que lo hace en el de Lope, pues el pueblo no busca ya revelarse para restituir los valores monárquicos, sino que lo hace para satisfacer sus propias ansias de venganza personal. Prueba de ello es la frase puesta en boca de Laurencia y Frondoso durante uno de sus dúos: “el amor no da que hablar si la Iglesia es su testigo” y que deja patente que la relación entre ambos podría no ser tan cristiana de puertas hacia dentro como se esfuerza por dejar escrito el original.
Para dar forma a la producción, la puesta en escena se confió, ni más ni menos, que a Miguel del Arco, quien supo firmar un trabajo muy contundente y que ganó enteros gracias al excelente vestuario de Sandra Espinosa, quien sedujo con detalles como el de bordar una cruz del calatrava en los uniformes del Comendador y sus seguidores o el de caracterizar como antidisturbios a los guardias de la milicia durante el primer acto, convirtiendo a éstos en símbolos de un poder que no siempre tiene porque ser justo. Del trabajo de Miguel del Arco gustaron también detalles como la primera reacción de Laurencia ante los acosos del Comendador, de quien se libra rociando con un espray de gas pimienta a uno de los guardias de su milicia, o el interesante momento visual creado gracias a jugar con las luces de los cascos de los soldados durante el primer acto. Pero, sobre todo, gustó la disposición del escenario en un doble plano inclinado, que iba basculando respecto a un eje central perpendicular a las filas de las butacas y que, con su movimiento, parecía recordar un libro de cuyas páginas emergían, literalmente, los inmortales personajes del Fénix de los Ingenios.
De la partitura compuesta por Jorge Muñiz, cabe destacar su capacidad para sorprender, dejándose influir por géneros tan diversos como el funk -evocado a través de interesantísimas líneas de bajo- el hip-hop, la salsa o el bolero. Todo ello, eso si, manteniendo las formas clásicas propias del género operístico. Nos parecieron especialmente logrados los momentos corales, de gran fuerza dramática, así como el aria central de Laurencia en el segundo acto que, acompañada del texto de Almuzara, consigue mantener admirablemente toda la tensión del monólogo original. Bien es cierto que a todo ello contribuyó, en gran medida, el elenco de cantantes seleccionados por la ópera de Oviedo para cubrir los dos repartos. Como ya es costumbre, la entidad manifestó de nuevo un decidido apoyo por la lírica nacional llegando en este caso a contar únicamente con cantantes españoles, lo cual tiene gran sentido si tenemos en cuenta el idioma en que está escrito el libreto.
De todos ellos sorprendió Mariola Cantatero, a quien vemos con la parte de Laurencia desplegar grandes dosis de madurez, tanto escénica como vocal, haciendo frente sin amilanarse lo más mínimo a un papel con tanta fuerza como este. Un aplomo, sin duda, muy distinto al de aquella Antonelli de “El dúo de la africana” que habíamos escuchado a Cantatero en el Campoamor hace apenas unas temporadas. También afrontando la parte de Laurencia, María Miró demostró, en la segunda función, estar dotada de un instrumento privilegiado, de proyección generosa y color más bien oscuro que quizás -con el paso del tiempo- termine por dejarse arrastrar hacia roles de vocalidad más pesada. Todo ello, unido a sus innegables tablas, hicieron de su Laurencia un personajes realmente creíble y capaz de llegar al público.
Como Frondoso, no decepcionó la voz de José Luis Sola, quien cantó junto a Cantatero luciendo un agudo fácil y squillante al tiempo que hacía gala de una presencia escénica más que solvente. Quizás con un tercio agudo menos llamativo, pero con gran empaque vocal y dramático, Antonio Lozano derrochó por su parte entrega y buen hacer haciendo frente a ese mismo personaje durante la función junto a María Miró. En el rol de Esteban, Felipe Bou se demostró rotundo, luciendo una voz rotunda y sin fisuras que, ciertamente, llegó a seducir más que la de Francisco Crespo, quien abordó ese mismo papel días antes con innegable solvencia, pero de resultado no tan memorable como en el caso de Bou. Encarnando al malo de la obra, Fernán Goméz, Damián del Castillo se demostró quizás un punto más siniestro que su compañero de reparto, Javier Franco, llegando a infundir cierto miedo en algunos momentos. Aunque lo cierto es que, cada uno siguiendo su estilo personal, ambos cantantes supieron ofrecieron un Comendador de interés en lo vocal y de odiosa apariencia en lo escénico.
Mención aparte merece el trabajo de Pablo García López a lo largo de estas funciones, en las que ya nos auguró unos excelentes resultados como Juez que terminaron por confirmarse dos días más tarde cuando abordó el rol de Mengo. López es sin duda un cantante dotado de un material vocal interesante, de proyección suficiente y timbre agradable, pero, sobre todo, destaca de él su gran aplomo sobre el escenario, tanto desde el punto de vista vocal, donde aborda los agudos de su parte con total confianza, como desde el punto de vista escénico, donde destacó por una gestualidad trabajada hasta el milímetro que lleva a calificar su trabajo en esta Fuenteovejuna como verdaderamente impecable. Algo más desiguales fueron los resultados de Juan Antonio Sanabria, quien no pareció sentirse totalmente cómodo en ningún punto de la representación, aquejando de un tercio agudo esforzado y un tanto destemplado en su aparición como Mengo y de una proyección demasiado limitada al momento de abordar su rol de Juez.
Cerrando ya el elenco cabe mencionar la Pascuala de Cristina Toledo, de notable fuerza vocal y escénica, que resultó un punto más dramática y creíble a la de Isabella Gaudí, a cuya interpretación, de indiscutible factura técnica, llegó a echarse en falta algo más de aplomo y carácter en algunos momentos. Máxime al compartir tablas con Cantatero, la cual ya en el segundo acto se demostraba totalmente inmersa en la fatalidad del personaje. Muy solvente por su parte Marina Pardo en su trabajo como una Jacinta llena de fuerza, e irreprochables tanto Luis Cansino como Fernando Latorre en su rol de Flores.
Desde el foso, el trabajo de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, bajo la dirección de Santiago Serrate, se demostró diligente en la primera representación y memorable en la segunda, donde la agrupación ofreció un sonido, en mi opinión, más compacto y protagónico. Con gran eficacia, esta segunda representación, tanto de las secciones de viento metal -templadas y acompasadas- como de los cellos y contrabajos, que sedujeron interpretando esas líneas de bajo que mencionábamos antes. Se suma a lo anterior el brillante trabajo firmado por el Coro de la Ópera de Oviedo, que supo explotar con acierto los múltiples momentos de protagonismo que, como no puede ser de otra forma, se le brindan en la obra al grito de todos a una. Lo cierto es que la agrupación parece ganar cada vez más enteros bajo la reciente dirección de Elena Mitrevska, quien fue generosamente acogida por una gran ovación tras la caída del telón. Poco después, la subida al escenario de Jorge Muñiz y Javier Almuzara no haría sino amplificar los aplausos, cerrando una noche histórica para el coliseo carbayón. Oviedo ha tenido el privilegio de parir una obra impresionante. Sólo espero que no sufra también la necesidad de enterrarla.
Foto: Iván Martínez.