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Llegar y besar el santo

Barcelona. 29/9/2018. Sala Domènech i Montaner-Sant Pau Recinte Modernista. Festival LIFE Victoria 2018. Canciones de Leonard Bernstein y Joaquín Rodrigo. Ruth Iniesta, soprano. Rubén Fernández Aguirre, piano. Life New Artists: Canciones de Enric Granados y Xavier Monsalvatge. Núria Vinyals, mezzosoprano.

Bajo el título de Bernstein 100! El Festival LIFE Victoria de este año se sumaba al homenaje al multifacético músico estadounidense. Sin embargo, fue tan sólo un homenaje más entre otros, en una noche emotiva y de música en mayúsculas. Para empezar, y como quiso subrayar el pianista Rubén Fernández Aguirre, “cada una de las notas” iban dedicadas a Alejandro, el hijo de Victoria de los Ángeles presente en la sala. También el hijo de Xavier Monsalvatge presente, tuvo su homenaje a través de las Cinco canciones negras de su padre. Y el brillante debut de Ruth Iniesta en el festival hizo el resto. Redondeó todo el marco del LIFE Victoria, una cita de organización ejemplar en muchos aspectos y un motivo de alegría que se celebre en la ciudad. 

Como aperitivo del Life New Artists, la mezzosoprano Núria Vinyals comenzó abordando tres canciones de Enric Granados algo tensa pero mostró en líneas generales gran solidez técnica, con una línea de canto solvente y refinamiento en la Cançó d’amor. Si bien la emisión fue algo limitada en el registro central durante las Escenes de l’exili, por otro parte se escucharon muy bien explicadas y fraseadas. En el apartado pianístico, además de hacer un trabajo de gran limpieza y estar dotado de genuina intuición musical, se nota que Fernández Aguirre conoce a fondo el lirismo y las entrañas de las canciones del compositor leridano, con las que sintoniza bien, y supuso siempre un valor añadido en color expresivo. 

Con las Cinco canciones negras el aperitivo finalizaba con el Monsalvatge más conocido y difundido, el del conocido antillanismo durante los años que eclosiona su actividad creativa, y una pieza importante en el repertorio de Victoria de los Ángeles. Una especie de nacionalismo artificioso en manos de un equidistante volatinero en plena posguerra, que musicalmente se quería alejar tanto del nacionalismo ibérico como de los parámetros canónicos de la cultura catalana. El ciclo de canciones, muy ligado a la legendaria soprano Mercè Plantada, que las estrenó en 1945 y a quien dedicó la célebre “Canción de cuna para dormir a un negrito”, tuvo sus mejores momentos en una Chévere de acertado carácter disoluto y un Canto negro de gran ligereza, fluidez y agilidad. En definitiva un divertimento, una música sin pretensiones ni hondura, a la que Vinyals dedicó gran pulidez y atención a los detalles. 

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La arrolladora aparición de Ruth Iniesta, dotada de gran dominio escénico, hizo que de manera instantánea sintonizara con los asistentes. Para hacerlo, se vistió con la genuina ironía de Leonard Bernstein en el ciclo de cinco canciones I hate Music!. Y supo hacerlo siempre con gran naturalidad y desparpajo, cautivando la sala Domènech i Montaner y reduciendo sus altos techos a un espacio íntimo. Con un inquebrantable dominio de la tesitura tramó, con inteligencia y la complicidad de un Fernández Aguirre magistral, un hilo narrativo espléndido entre las canciones, desde la lograda inocencia en “My name is Barbara” hasta una divertidísima “I hate music!” coronada por la hilarante “A big Indian and a little Indian”. Tras el ciclo, escuchamos unas soberbias y cautivadoras versiones de “A little bit in love” y de “My House” procedentes de Wonderful Town y Peter Pan respectivamente, donde la soprano hizo gala de una emisión homogénea y un timbre muy atractivo. La sorpresa final de esta primera parte fue “I feel pretty” con la recreación de la conocida escena de West Side Story gracias a la intervención de Judit Muñoz, Violeta Alarcón y Helena Ressurreiçao, en diálogo con la esplendorosa extensión vocal de Iniesta. 

En 1951, en los albores de la etapa más prolífica de su carrera, Joaquín Rodrigo escribió las Doce canciones españolas por encargo del Instituto Español de Musicología; son en efecto, una reivindicación de la tradición popular a través de un ejercicio práctico y creativo de armonización, que tenía en la retaguardia la sombra enorme de Manuel de Falla. Ese impulso popular fue perfectamente recreado por la soprano, pero también por un pianista con cintura y gran sabiduría en la administración de las atmósferas. Iniesta contorneó las doce canciones españolas de Rodrigo con una paleta riquísima de matices, de las que se podría destacar el colorismo de “En las Montañas de Asturias” muy bien proyectado por la soprano, o la alegría luminosa en “De ronda” y una “Canción de cuna” muy personal y delicada. 

Tras el ciclo, en la selección de canciones de Rodrigo, lo más reseñable fueron las francesas Chimères y en particular una embriagadora La chanson de ma vie, de profundidad expresiva y vibrato cuidado. Iniesta, que suele reivindicar la zarzuela, decidió hacer un esfuerzo más y regalar como propina la habanera “Madre de mis amores” en Monte Carmelo de Moreno Torroba, con ese espectacular final que le sirvió para despedirse de forma apoteósica, sacando a relucir su deslumbrante tercio agudo. 

Sin estar al cien por cien de sus facultades y permitiéndose algunas licencias, todo lo dicho. Se supone que la crítica debe hacerlo, pero extenderse en las palabras sería inútil. Uno había leído mucho sobre la soprano zaragozana, pero escucharla es otra cosa. Un debut brillante en el Festival en manos de alguien que a cada paso que da, confirma con creces lo que ha ido prometiendo en los últimos años. Lo de llegar y besar el santo ha sido no tanto para Iniesta como para el festival, que sin tener que esperar mucho tiempo nos ha permitido disfrutarla de nuevo en Barcelona. Esperemos que repita pronto.