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¡Mil representaciones!

Bilbao. 24/11/2018. Palacio Euskalduna (67 temporada de ABAO). Beethoven. Fidelio. Elena Pankratova (Leonore), Peter Weed (Florestan), Tijl Faveyts (Rocco) Anett Fritsch (Marzelline), Mikeldi Atxalandabaso (Jaquino) Sebastian Holeck (Don Pizarro) Egils Silins (Don Fernando) Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección de escena: José Carlos Plaza. Dirección Musical: Juanjo Mena.

Es fácil poner título a esta crónica. La ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) celebraba en su representación del pasado 24 de noviembre su función número mil. Aparte de las enhorabuenas lógicas de estas efemérides, hay que resaltar que se trata de una asociación privada, con apoyo público y patrocinios empresariales sí, pero, sobre todo, sustentada por un unos socios que, desde sus primeras representaciones allá por 1953, han mantenido un impulso tan fuerte que ahora permite celebrar ese millar de funciones. Un esfuerzo y un trabajo sin parangón en España (aunque es verdad que hay Asociaciones más antiguas, no con la envergadura y la consistencia de las temporadas de ABAO) y que merece todos nuestros respetos y, por encima de todo, nuestra admiración.

Y no se podía celebrar de mejor manera el aniversario que con una excelente representación de Fidelio, la única ópera de Beethoven. Fue, en términos generales, una de las mejores funciones de los últimos tiempos en el Euskalduna. Sobre todo por la solidez de gran parte del elenco vocal, un extraordinario trabajo de foso bajo el mando de Juanjo Mena y una adecuada producción que firmaba José Carlos Plaza.

Elena Pankratova debutaba (como varios de sus compañeros) en las temporadas de ABAO y no lo pudo hacer con mejor pie. Su voz, de indudable calidad y hermoso timbre, se adecúa perfectamente al papel del travestido Fidelio. Sin problemas en ninguna parte de la tesitura (ágil en el agudo y estupenda en centro) su actuación vocal se puede calificar de sobresaliente, especialmente en su aria  Komm, Hoffnung, lass den letzten Stern. Quizá se echó de menos una mayor expresividad actoral pero eso no empañó su buen trabajo. Menos brillante fue el Florestan de Peter Wedd, un cantante correcto pero de timbre poco atractivo. A su gran momento, In des Lebens Frühlingstagen, le faltó garra y emoción. Mejoró ostensiblemente en el resto de sus intervenciones (especialmente en el dúo con Leonora) del segundo acto pero dejó la sensación de poder haber llegado a más. Excelente el Rocco de Tijl Faveys, una voz rotunda y bien modulada, de probada técnica, buena proyección y atractivo timbre al que, como a Pankratova, le faltó una mayor implicación escénica. Impecable la Marzelline de Anett Fritsch, el descubrimiento de la noche, sin duda. Reúne todas las cualidades de una brillante intérprete: bellísimo timbre, buen fiato, técnica adecuada, seguridad en toda la tesitura y una apreciable potencia vocal. Brava. No descubrimos nada nuevo al ponderar las virtudes de Mikeldi Atxalandabaso. Su Jaquino cumplió a la perfección su cometido y como siempre hay que destacar esa proyección que llega hasta el último rincón del Euskalduna. Quizá el cantante que no estuvo al nivel de sus compañeros fue Sebastian Holecek como el malvado alcaide don Pizarro. Aunque tuvo la potencia y la presencia actoral requerida, su voz sonó siempre demasiado forzada, sin brillo, poco pulida y sin belleza, muy lejos de lo que el canto de Beethoven requiere. Un lujo el Don Fernando de Egils Siins, que mostró, como siempre, su calidad. Muy correctos Manuel Gómez Ruiz y Felipe Bou, como prisioneros. Destacar, dentro de la intervención del Coro de Ópera de Bilbao, a la cuerda masculina en el famoso fragmento donde los prisioneros salen de sus celdas para cantar O welche Lust, perfectamente interpretado.

Juanjo Mena volvía al foso del Euskalduna después de bastante tiempo y su regreso no pudo haber sido mejor. Nos brindó una versión de Fidelio de un altísimo nivel, buscando los contrastes evidentes en la partitura que mostró con una transparencia exquisita, a veces casi camerística. Más inclinado a acercarse al Beethoven hijo del clasicismo que al que anuncia el romanticismo, su lectura tuvo siempre ese gusto y saber hacer al que nos tiene acostumbrados el director vitoriano. Especialmente destacables fueron la introducción al cuarteto del primer acto (que en su totalidad fue de lo mejor de la noche y me atrevería a decir que de los momentos que me has me han emocionado desde que asisto a las temporadas de ABAO), y la obertura. Eso sí, y esperemos que eso mejore en posteriores representaciones, hubo pequeños pero evidentes desajustes entre foso y escenario, algo que había que señalar pero que no enturbió el buen sabor de boca de la parte musical del espectáculo. El cual no hubiera sido lo mismo, por supuesto, sin la brillante intervención de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, una agrupación que bajo el mando de su antiguo director musical dio lo mejor de si misma, que es mucho. Si todas las familias instrumentales estuvieron a gran altura, destacaría esta vez todo el viento y especialmente las trompas, acertadas en su siempre comprometido papel.

La producción de José Carlos Plaza, procedente del Maestranza de Sevilla (y que en Bilbao supervisaba Gregor Acuña-Pohl) resulta muy adecuada dentro de su aparente sencillez. Trabajando básicamente con dos grandes bloques (uno fijo en el suelo y otro móvil encima de los personajes) nos transmite perfectamente y de manera limpia y clara el claustrofóbico ambiente carcelario. No hace falta más. Eso sí, con una dirección de escena donde se ve claramente el bagaje de hombre de teatro de Plaza y donde se aprecia un buen trabajo con los cantantes en un espacio con tan pocos puntos de apoyo como el que muestra esta producción (y con detalles como el de sustituir la habitual pistola con la que Leonora amenaza a Pizarro por una más lógica pala, que es lo que tiene más a mano en la profunda mazmorra donde está encerrado su marido). Especialmente destacable fue la iluminación de Francisco Leal (que firma también la escenografía) y que actualizó en el Euskalduna Oscar Sainz. Estupendo trabajo.

Una noche de celebración, de esas que quedan para el recuerdo, tanto por el aniversario como por la muy buena función operística. Enhorabuena a todas las personas que hacen de ABAO una institución que puede presumir de 1000 representaciones.