Miura Varvara

Materia prima

Barcelona. 29/5/2019. Palau. Ibercamera. Mozart: Sonata para violín y piano, núm. 23 K 306. Schubert: Sonata para violín y piano en la mayor, D 574. Beethoven: Sonata para violín y piano, núm. 9 “Kreutzer”. Fumiaki Miura, violín. Varvara Nepomnyaschaya, piano. 

Apabullante paso visita del dúo Miura-Varvara por Barcelona, con un equilibrado y exigente programa que culminaba en una cumbre de la literatura para esa formación. Uno no puede dejar de referirse al dúo y no sólo al joven violinista japonés, porque si bien el galardonado Fumiaki Miura hacía su esperado debut en la temporada de Ibercamera, la sintonía y el resultado conjunto fue magnífico, más allá de las altas prestaciones de la ya contrastada pianista rusa.

Y eso comenzando por un abordaje sumamente inteligente y sensible de la Sonata K. 306, la última de las célebres “sonatas palatinas” de Mozart, en la que sobresalió la elegancia sonora de Varvara, una pianista con una magnífica paleta de recursos. Por su parte Miura, que comenzó con cierta contención, fue todo lo pulcro y luminoso que demanda la obra, desde su Stradivarius de proyección sonora caudalosa. La interpretación, dotada de absoluta pertinencia estilística y gusto estético en la más pura tradición clásica, fue una rotunda carta de presentación para ambos.    

Sin abandonar un mismo universo estético, la Sonata D 574 de Schubert –cuya arquitectura también se erige sobre ese delicado equilibrio entre forma y expresión–presenta una escritura esmerada en violín y piano, y exige un tratamiento muy delicado de las texturas, líneas melódicas y planos sonoros, repletos de matices en dinámicas que recibieron en el arco de Miura una escrupulosa administración. En una lectura muy personal, el violinista mostró un fraseo amplio y de gran naturalidad y la sintonía con el piano en respiraciones y conceptos generales fue rotunda; si algo se pudo echar en falta, fue una mayor fogosidad por su parte en ese Allegro moderato que irrumpe en el silencio inicial, como sí la mostró en el scherzo. A destacar en el piano de Varvara con Schubert, una admirable fluidez y delicadeza, redondeado por una conmovedora musicalidad en el allegro vivace final: en ella conmueve constantemente tanto la comprensión de la música como su capacidad para ponerse al servicio del discurso camerístico.    

De sobras es conocido el virtuosismo que exige la sonata “Kreutzer” de Beethoven, las más extensa e intensa de ellas, especialmente en un finale endiablado. Su dificultad no estriba tan sólo en sortear sus retos técnicos, sino en exponer un desarrollo orgánico de fuerte carga dramática que a la vez trabaja con un material muy reducido. 

Esa era la piedra de toque y el plato fuerte, aislado con buen criterio en la segunda mitad del recital. El joven japonés Fumiaki Miura tiene una solidez técnica asombrosa. La facilidad con la que logra una limpieza sonora impecable así como la precisión milimétrica y opulencia sonora la pone al servicio de una musicalidad y vuelo lírico muy interesantes. Es quizás en la hondura donde hay un margen mayor de mejora, y una mayor capacidad para navegar por lo extrovertido con la misma brillantez que lo hace por lo sutil. Fue precisamente en el segundo movimiento –andante con variazioni– donde más brilló el dúo, administrando el diálogo de forma magistral con sensualidad y atrevimiento, así como en un finale deslumbrante en el violín de Miura, con una solvencia técnica arrolladora en detalles como los trinos. No tanto en el primero, de mayor densidad conceptual y espiritual y también más proclive a la rudeza que a la asepsia con la que se escuchó. El complejo entramado de texturas que se teje entre violín y piano fue eso sí, muy bien resuelto, y las atmósferas que se debaten entre lo tormentoso y lo disruptivo, espléndidamente gestionadas por Varvara desde el piano. 

Con la misma discreción que generosidad, el dúo regaló una extensa propina, ya emplazada en pleno romanticismo y zambulléndose en la compleja psicología de Schumann, con la segunda de sus tres romanzas op. 94. Aún hubo tiempo de una enérgica lectura de la marcha extraída de El amor de las tres naranjas de Prokofiev, para culminar una excelente noche de cámara servida por dos intérpretes que se ponen al servicio de la música con excelente materia prima. 

No es nada arriesgado seguir afirmando, con su mentor Pinchas Zukerman, que la carrera de Miura promete grandes cosas, pero también el resultado musical de este dúo puede hacerlo y beneficiará a ambos en muchos aspectos. Ojalá sus carreras sigan coincidiendo durante ese largo proceso de evolución para seguir enriqueciéndose.